JUAN XXIII Y DON ORIONE
Juan XXIII contó en varias ocasiones su primer encuentro con
don Orione cuando, al comenzar su servicio en la Santa Sede, en los años 20,
fue invitado a que se aconsejara con él.
Fue al Instituto San Felipe, fuera de la Puerta de San Juan.
El portero del Instituto le dijo que don Orione estaba en el patio. En un
rincón, un grupo de chicos jugaba con un sacerdote maduro en años. Este volvió
la cabeza, se separó un momento de sus amigos y preguntó: «¿Busca a alguien,
monseñor?». «Sí, quisiera hablar con don Orione», respondió monseñor Roncalli.
«Don Orione soy yo. Espere unos minutos, termino el juego, me lavo las manos y
estoy con usted».
Estas palabras, dichas con tanta cortesía, con la mirada
sonriente, impresionaron al joven prelado de entonces, que desde hacía poco
estaba en Roma procedente de su Bérgamo natal y que por la noche escribió en su
diario: «28 de marzo de 1921. Lunes de Pascua. Esta tarde visité con Monseñor
Guerinoni la iglesia y las obras parroquiales de Todos los Santos, fuera de la
Puerta de San Juan; conversé largamente con don Orione, del que puede decirse:
contemptibilia mundi eligit Deus ut confundat fortia. Lo que en el mundo es
necio, Dios lo ha elegido para confundir a los fuertes (1 Cor 1, 27)» (Messaggi
di don Orione, 102, pp. 46-48).
Esta estima y amistad no menguó nunca. A Douglas Hyde, un
periodista inglés que le preguntaba sobre la cualidad sobresaliente en don
Orione, el entonces patriarca Roncalli le respondió: «Don Orione era el hombre
más caritativo que he conocido. Su caridad iba más allá de los límites
normales. Estaba convencido de que se podía conquistar el mundo con el amor»
(ibídem, p. 49).
Fuente: Revista 30
días
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