lunes, 12 de enero de 2015
HOY RECORDAMOS AL PADRE LUIS CACCIUTTO
de Barano d‘Ischia (Nápoles, Italia), muerto en Mar del Plata, en 1992, a 62 años de edad, 46 de profesión y 36 de sacerdocio.
Emigro de Italia, siendo niño, con su familia estableciéndose en Puerto de Mar del Plata. Sintiendo precozmente la llamada a la consagración y el 12 de Abril de 1939 ingreso al seminario menor en Claypole. Hizo sus estudios secundarios, filosóficos y teológicos, siempre en Claypole, obteniendo también el titulo de maestro de educación primaria. Realizo el noviciado en 1944 - 45, la prima profesión el 26 abril de 1945, la perpetua el 11 de febrero de 1952 y es ordenado sacerdote el 17 diciembre de 1955.
De grandes dotes y gran capacidad directiva, trabajo en la formación de los jóvenes seminaristas, durante varios años. Fue prefecto de disciplina y docente en el Colegio Apostólico S. José (1956 – 57) y el Colegio N. S. de Luján, luego fue director del Colegio de Mar del Plata (1961), de San Fernando (1962 – 63), vicario parroquial en Victoria (1964 – 67), y miembro activo del movimiento ―Por un mundo mejor‖. Su ideal de estar entre ―los pobres más pobres‖, lo llevaron a trabajar 3 años junto a los campesinos, que cultivaban la caña de azúcar y el algodón, compartiendo con ellos su trabajo y desarrollando entre ellos su ministerio, en ―Siete Provincias‖ (Santa Fe).
Era un hombre de profundas convicciones, apasionado del bien, abierto al dialogo personal, de grandes iniciativas.
Sus últimos 14 años, los paso en la misión del Paraguay (Ità - Corà), entre los mas pobres y necesitados, por los cuales tuvo una heroica dedicación, viviendo hasta el fin “sin tirar la toalla”, como decía, aun cuando estaba enfermo .Trabajo por el ecumenismo, siendo un adelantado en este campo.
UN 2015 LLENO DE ESPERANZA Y PAZ

«Pero junto con la paz, la Navidad nos
habla también de otra dramática realidad: el rechazo», señaló el Papa,
recordando el icono de la Natividad de de Andrei Rubliov, en el que «el
Niño Jesús no aparece recostado en una cuna sino en un sepulcro». Imagen
que «pretende unir las dos fiestas cristianas principales – la Navidad y
la Pascua- y que indica junto con la acogida gozosa del recién nacido,
todo el drama que sufre Jesús, despreciado y rechazado hasta la muerte
de Cruz».
Alentando a la esperanza y al diálogo,
con su corazón de pastor, el Papa Bergoglio reiteró su cercanía y
atención a todo lo que concierne a la familia humana, sus alegrías y
dolores.
Con los relatos de Navidad que nos
hablan también «del corazón endurecido de la humanidad, a la que le
cuesta acoger al Niño», el Obispo de Roma destacó que también hoy «hay
un tipo de rechazo que afecta a todos, que nos lleva a no ver al prójimo
como a un hermano al que acoger». Una «mentalidad que genera la cultura
del descarte, que no respeta nada ni a nadie: desde los animales a los
seres humanos, e incluso al mismo Dios. De ahí nace la humanidad herida y
continuamente dividida por tensiones y conflictos de todo tipo».
En su amplio discurso abarcó diversos
temas relacionados con la cultura del descarte. Como las esclavitudes
modernas, el conflicto en Ucrania, Oriente Medio, Irak y Siria. El
terrorismo que rechaza a los hombres y a Dios, los conflictos en los
países africanos, así como otro horrible crimen que es la violación. Sin
olvidar, la adecuada asistencia a los enfermos de ébola, los prófugos y
los migrantes, trabajo y familia, la necesidad de vencer la tentación
del enfrentamiento ante una crisis económica que provoca desconfianza y
favorece la conflictividad social. Su viaje a Sri Lanka y Filipinas y el
que realizó a Corea y la importancia del diálogo.
Y haciendo hincapié en los frutos del
diálogo, recordó sus viajes apostólicos en 2014. Tierra Santa, Corea,
Albania, Estrasburgo y Turquía. Y destacó también los acuerdos entre
Estados Unidos y Cuba, el cierre de la cárcel de Guantánamo y el 70
aniversario de Naciones Unidas, la Agencia del Desarrollo post-2015, con
la adopción de los Objetivos del desarrollo sostenible y la elaboración
de un nuevo Acuerdo sobre el clima.
El Papa Francisco quiso concluir su discurso con las palabras del
Beato Pablo VI, en el palacio de cristal, con las que hace ya cincuenta
años, «recordaba ‘la sangre de millones de hombres, que sufrimientos
inauditos e innumerables, que masacres inútiles y ruinas espantosas
sancionan el pacto que les une en un juramento que debe cambiar la
historia futura del mundo. ¡Nunca jamás guerra! ¡Nunca jamás guerra! Es
la paz, la paz, la que debe guiar el destino de los pueblos y de toda la
humanidad» (Pablo VI, Discurso a las Naciones Unidas, Nueva York, 4
octubre 1965).«También yo pido lo mismo para el nuevo año», enfatizó Francisco, recordando que la paz «proviene de la conversión del corazón, antes incluso que del final de las guerras».