Del libro “Vida de Don Orione” de Juan Carlos Moreno (Ediciones Dictio, 1980), y reza como sigue:
“Pío
X recibió afablemente a Don Orione, quien lo puso al tanto de los
progresos conquistados en la Vía Apia Nueva, la Patagonia italiana,
sugiriéndole la necesidad de erigir allí un gran templo. El Pontífice le
prometió levantar en aquel barrio la Parroquia de Todos los Santos,
que pondría bajo la dirección de los Hijos de la Divina Providencia. En
efecto, en 1920 inauguró el tempo en las afueras de San Juan de
Letrán, y Don Orione designo primer párroco a Don Roberto Rizzi.
Al ver Don Orione la paternal benevolencia que le dispensaba
el papa, animóse a expresarle el anhelo que guardaba en su corazón.
- Santo Padre: deseo pedirle una gracia muy grande.
- Veamos en qué consiste esta gracia tan grande dijo Pío X, sonriendo.
Expúsole Don Orione confiadamente los fines principales de
sus instituto y le rogó, puesto que hacer los votos perpetuos, se
dignara recibirlos personalmente. Pío X accedió. Don Orione, pensando
que debía hacerlos en otra audiencia, siguió hablando, y al concluir su
exposición y disponerse a salir, preguntó:
- ¿Cuándo puedo venir, santo padre, para hacer los santos votos?
- ¡Pues, ahora mismo! - respondió el Papa.
Profundamente emocionado, Don Orione se arrodilló, abrazando
y besando los pies del venerable pontífice. Extrajo de su bolsillo el
estatuto de los Pequeños Hijos de la Divina Providencia y lo abrió en
la página señalada con la fórmula del juramento.En ese instante solemne
recordó, consternado, que era necesaria la presencia de dos testigos, y
no había allí quienes pudieran oficiar, pues la audiencia era privada.
Alzando los ojos, imploró:
- Padre santo, se necesitan dos testigos... a menos que Vuestra Santidad se digne dispensar
El Papa miró con beatífica sonrisa al hijo fiel que tenía a sus plantas:
- Harán de testigos mi ángel de la guarda y el tuyo.
Y allí, postrado ante el vicario de Cristo, Don Oriones formulo sus votos perpetuos” (op. cit. cap. XXIV, pág. 155/56). PAPA PIO X.
Queridos Amigos: Un 19 de abril pero del año 1912, Don Orione emitía
sus votos perpetuos en manos del Santo Padre Pío X en una ceremonia
privada y emotiva. Una gracia grande que le proporcionó a nuestro Padre
un gran consuelo en medio de las tribulaciones padecidas como Vicario
General de la Diócesis de Mesina por aquel tiempo.
Él mismo
recuerda en una carta dirigida a los Hijos de la Divina Providencia,
ex-alumnos y bienhechores lo acaecido en la Audiencia con el Papa.
Hna. María Jesús Nieva
Carta confidencial a los Hijos de la Divina Providencia, a los antiguos alumnos y a los bienechores
Tortona, Pentecostés de 1912.
Queridísimos en Jesucristo:
El 19 de abril de este año será un día de eterna recordación. Eran las
12 cuando fuí introducido a la presencia de nuestro Santo Padre Pío X,
en audiencia privada.Allí estaba él en su estudio, todo blanco y
sonriente, de pie ante su mesa de trabajo, puesta en mí la mirada llena
de dulcísimo amor. Yo sentía una apremiante necesidad de postrarme a sus
pies y de escucharlo acerca de muchas cosas, a pesar de haberlo visto,
pocos días antes, el Jueves Santo, 4 de abril cuando obtuviera asistir a
su Misa y satisfacer mi vivo deseo de recibir la Comunión Pascual de
sus veneradas manos. Así pues, me he arrodillado ante él con todo el
amor de hijo, besándole afectuosímamente el Pie y la Mano. El Papa se
sentó, y con toda su bondad de Padre quiso que me sentara a su lado y lo
informase, y con mucho afecto pidió noticias, hasta muy detalladas,
acerca de la naciente Congregación. También en esta ocasión, como
siempre, se dignó mostrar un amor especial para con la "Pequeña Obra de
la Divina Providencia", y en esto igualmente se evidencia la
gran
humildad del Vicario de Ntro. Señor Jesucristo. Yo me hallaba
enteramente confundido ante tanta afabilidad; pero he podido referir lo
que ustedes, oh mis queridos hermanos: sacerdotes, ermitaños y
coadjutores, hacen con la ayuda que nos da la Providencia del Señor. Y
obsevaba que el Santo Padre se conmovía grandemente y se interesaba por
nuestra pequeñez, ¡querido Santo Padre! y por nuestra nada, y a cada
buena noticia sonreía como quien escucha cosas que le satisfacen y se
alegra de ellas en Dios. (...)
Acerca pues de muchas cosas tenía
necesidad de conocer con claridad la voluntad de Dios, y por eso cuando
me hallé ante el Santo Padre, sin abandonar la suma reverencia que se le
debe, animado por su bondad he abierto al Papa el estado de mi ánimo,
exponiéndole todo aquello que me parecía deberle decir. Y la palabra del
Vicario de Jesucristo llegó hasta mí clara, precisa y plena de fe y de
paternal bondad. (...)
En aquellos santos momentos pues,
viendo tanta confianza, tan paternal y divina caridad en el Santo Padre
hacia la Pequeña Obra, yo he osado pedirle una gracia grandísima.
Y el Santo Padre me dijo sonriendo: - Veamos un poco en que consiste esta gracia grandísima.
Entonces
le he expuesto humildemente como siendo fin principal y fundamental de
nuestro Instituto el de dirigir todos nuestros pensamientos y nuestras
acciones al incremento y a la gloria de la Iglesia; para difundir y
arraigar primeramente en nuestros corazones, y luego en el corazón de
los pequeños el amor al Vicario de Cristo, le rogaba, debiendo hacer los
votos religiosos perpetuos, que se dignase en su caridad recibirlos en
sus propias manos, siendo y queriendo ser este Instituto todo amor y
cosa por entero del Papa.
Y el Santo Padre, con cuanta
consolación de mi alma jamás podré expresarlo, me dijo enseguida y con
mucho placer, que sí. Le dí las gracias y la audiencia continuó. Pero ya
terminada, pregunté a Su Santidad cuando creía que debiera volver para
emitir los santos votos. Y entonces nuestro Santo Padre me respondió:
"Pues enseguida".
¡Dios mío, qué momento aquél!Me arrojé de
rodillas ante el Santo Padre. Le abracé y besé los pies benditos. Saqué
del bolsillo un librito que los pequeños Hijos de la Divina Providencia
conocerán, y que yo llevaba conmigo, presintiendo la gracia. Lo abrí por
donde está la fórmula de los santos votos, página en que de ante mano
había colocado una señal.
Pero en aquel momento tan solemne y tan
santo, recordé que, según las normas canónicas, sería necesarios dos
testigos, y los testigos faltaban, pues la audiencia era particular y
privada.
Entonces levanté los ojos hacia el Santo Padre y osé
decirle: - Padre Santo, como su Santidad sabe, se necesitarían dos
testigos, a menos que su santidad se digne dispensar.
Y el Papa,
mirándome dulcísimamente y con una sonrisa celestial en los labios, me
dijo: - "Harán de testigos mi Angel Custodio y el tuyo!..."
¡Oh,
felicidad del Paraíso! Amado Señor Jesús, ¡cómo me has confundido por
aquel poco de amor que, con tu gracia, te he tenido a Tí y a tu Vicario
en la tierra! ¡Bendito seas eternamente, oh mi Señor, eternamente seas
bendito!
Postrado pues, a los pies del Santo Padre Pío X como a
los pies mismos de Nuestro Señor Jesucristo (.....), he emitido mis
votos religiosos perpetuos, y una especial y solemne promesa; un
explícito y verdadero juramento de amor hasta la consumación de mi mismo
y de fidelidad eterna a los pies y en las manos del Vicario de
Jesucristo. (...) Y dos ángeles hacían de testigos; el ángel mismo de
nuestro Santo Padre...
Antes de salir de la audiencia, he dado
las gracias a Su Santidad desde lo más hondo del alma, y le he prometido
que, con la ayuda del Señor, habríamos de rogar siempre por Él y por la
Santa Iglesia: ¡qué estaríamos siempre con Él!, e imploré una bendición
grande como grande es su corazón, como es el Corazón de Dios, no sólo
para mí, sino también para ustedes, oh queridos Hijos míos de la Divina
Providencia: Sacerdotes, ermitaños, clérigos y coadjutores todos; para
ustedes, queridos y pequeños trabajadores de nuestras Colonias
agrícolas; y para ustedes, mis siempre inolvidables y queridísimos
antiguos Alumnos de todas las Casas. Y el Papa los bendijo a todos
tiernísimamente. (....)
¡Ah, que la memoria de Pío X se conserve siempre y pase en bendición entre todos los Hijos de la Divina Providencia! (....)
Participemos vivamente de las alegrías de la Iglesia y del Papa; de los
dolores, las esperanzas y los temores de la Iglesia y del Papa,
sintiendo en todo y por todo con la Iglesia y con el Papa.
¡El Papa! ¡He aquí nuestro credo, y el único credo de nuestra vida y de nuestro Instituto!
Sacerdote LUIS ORIONE
de la Divina Providencia