”He
tenido la gracia de conocer personalmente, siendo yo seminarista en La
Plata, a Don Orione. “Ese sí que es un santo de verdad”, nos lo presentó
el arzobispo Mons. Francisco Alberti, de indudable fama de santidad.
Nos hizo besar las manos de ese sacerdote humilde, pequeño, con los ojos
bajos. No puedo olvidar su figura y la irradiación serena de su
presencia. Los santos contagian santidad e invitan a vivir con humildad.
Pero el encuentro con un santo no queda en un momento. Se ahonda y se
prolonga. Yo no puedo olvidar aquella mañana fría de agosto (era la
fiesta del Santo Cura de Ars), la irradiación del encuentro de dos
santos: monseñor Alberti, a quien yo debía espiritualmente la vida y el
sacerdocio, y Don Orione, a quien veía por primera vez en su pequeñez de
hombre grande. Mi vida y mi ministerio han tenido mucho que ver con la
vida y la obra (con la pequeñez y la humildad) de Don Orione” (Roma, 10 de noviembre de 1997)
Don Orione y la Eucaristía (*)
Si
es verdad que el amor, o mejor, la caridad de Cristo nos apremia (2Cor
5, 14), ¿cómo no esforzarnos por hacerla ardiente y fecunda, recurriendo
a Jesús, a la fuente viva y eterna de la misma Caridad, que es la
Eucaristía?
“Sin mí nada pueden hacer”, dijo Jesús (Jn 15, 5)
¡Necesitamos
a Jesús! Y todos los días. Y no fuera, sino dentro de nosotros,
espiritual y sacramentalmente. El será nuestra vida, consuelo, y
felicidad. Todo se basa en la Eucaristía: y nos hay otro fundamento ni
otra vida, ni para nosotros ni para nuestros queridos pobres. Sólo ante
el altar del Dios de la humildad y del amor, aprenderemos a hacernos
como niños (Mt 18, 3) y pequeños para con nuestros hermanos y a amarlos
como quiere el Señor.
Sin jamás forzar a nadie, pero con la fuerza persuasiva del amor de
Dios en el corazón y en los labios, con expresiones sentidas que tocan y
convencen y transportan; y el Señor se encargará de transformarnos y
transfigurarnos en El, a nosotros y a nuestros queridos pobres. El será
vida, consuelo y felicidad nuestra, y de aquéllos que su mano conduce
hasta nosotros.
Sólo
así llegaremos a ser un solo corazón con Jesús y con nuestros hermanos,
los pobres de Jesús. No basta pensar en darles el pan material; antes
del pan material tenemos que pensar en darles el pan de vida eterna, la
Eucaristía.
Para
permanecer en el Señor ( Jn 6, 56; 15,9) es necesario que el Señor
venga a nosotros con frecuencia, si es posible, todos los días.
El
cuerpo necesita alimentarse todos los días; y el alma, ¿no necesita su
Pan, del “pan vivo bajado del Cielo”, que es para nosotros “remedio de
inmortalidad”, como escribía San Ignacio? Nuestros jóvenes serán
honestos, si son piadosos y si reciben a menudo, y bien, los santos
Sacramentos.
“El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él”, ha dicho Jesús (Jn 6, 56).
¿Qué
mejor que permanecer nosotros en el Señor y el Señor en nosotros?
¡Animo, queridos míos, la Caridad de Cristo nos apremia! (2 Cor 5, 14) ¡
El mejor acto de caridad que se le puede hacer a un alma, es darle a
Jesús! Y el consuelo más dulce para Jesús, es llevarle un alma.
Este es su Reino.
(*) Fragmentos de una carta vibrante del Padre Luis Orione, escrita a sus sacerdotes el 4 de enero de 1926
Fuente Padre Claudio Bert
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