Luigi
Orione, conocido como Don Orione (1872-1940), es un santo italiano
canonizado por Juan Pablo II en 1984 que misionó en Brasil, Uruguay,
Argentina y Chile, países en los que se le profesa merecida veneración.
Ordenado sacerdote en 1895, es el fundador de multitud de órdenes
misioneras, como la Pequeña Obra de la Divina Providencia, conocida
también como Obra Don Orione, los Ermitaños de la Divina Providencia,
las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad, las Hermanas Adoratrices
Sacramentinas, y con ellas de toda una serie de cottolengos para
refugio de lo que Luca de Tena daba en llamar “los renglones torcidos de Dios”,
esas criaturas de Dios que por esos misterios insondables de la
creación vienen al mundo con taras monstruosas que no les restan un
ápice de dignidad humana.
La anécdota se revela en el libro “Vida de Don Orione” de Juan Carlos Moreno (Ediciones Dictio, 1980), y reza como sigue:Pío
X recibió afablemente a Don Orione, quien lo puso al tanto de los
progresos conquistados en la Vía Apia Nueva, la Patagonia italiana,
sugiriéndole la necesidad de erigir allí un gran templo. El Pontífice le
prometió levantar en aquel barrio la Parroquia de Todos los Santos, que
pondría bajo la dirección de los Hijos de la Divina Providencia. En
efecto, en 1920 inauguró el tempo en las afueras de San Juan de Letrán, y
Don Orione designo primer párroco a Don Roberto Rizzi.
Al ver Don Orione la paternal benevolencia que le dispensaba el papa, animóse a expresarle el anhelo que guardaba en su corazón.
-“Santo Padre: deseo pedirle una gracia muy grande”.
-“Veamos en qué consiste esta gracia tan grande” - dijo Pío X, sonriendo.
Expúsole
Don Orione confiadamente los fines principales de sus instituto y le
rogó, puesto que hacer los votos perpetuos, se dignara recibirlos
personalmente. Pío X accedió. Don Orione, pensando que debía hacerlos en
otra audiencia, siguió hablando, y al concluir su exposición y
disponerse a salir, preguntó:
-“¿Cuándo puedo venir, santo padre, para hacer los santos votos?”
-“¡Pues, ahora mismo!” - respondió el Papa.
Profundamente
emocionado, Don Orione se arrodilló, abrazando y besando los pies del
venerable pontífice. Extrajo de su bolsillo el estatuto de los Pequeños
Hijos de la Divina Providencia y lo abrió en la página señalada con la
fórmula del juramento. En ese instante solemne recordó, consternado, que
era necesaria la presencia de dos testigos, y no había allí quienes
pudieran oficiar, pues la audiencia era privada. Alzando los ojos,
imploró:
-“Padre santo, se necesitan dos testigos... a menos que Vuestra Santidad se digne dispensar”
El Papa miró con beatífica sonrisa al hijo fiel que tenía a sus plantas:
-“Harán de testigos mi ángel de la guarda y el tuyo”.
Y allí, postrado ante el vicario de Cristo, Don Oriones formuló sus votos perpetuos. (op. cit. cap. XXIV, pág. 155/56).