SABÍAS ?

MOVIMIENTO LAICAL ORIONITA BARRANQUERAS

SABES LO QUE SIGNIFICA MLO? SIGNIFICA MOVIMIENTO LAICAL ORIONITA

¿ Y SU ORIGEN? :

El MLO tiene su origen en Don Orione el cual durante toda su vida, ha comprometido a los laicos en su espíritu y misión para "sembrar y arar a Cristo en la sociedad".

¿Quiénes integran el movimiento?
Todos aquellos laicos que enraizados en el Evangelio, desean vivir y transmitir el carisma de Don Orione en el mundo...

¿Cuál es el fìn del MLO?

Es favorecer la irradiación espiritual de la Familia orionita, más allá de las fronteras visibles de la Pequeña Obra.
¿Cómo lograr esto?

A través del acompañamiento, animación y formación en el carisma de sus miembros,respetando la historia y las formas de participaciòn de cada uno.

¿Te das cuenta? Si amás a Don Orione, si comulgás con su carisma, si te mueve a querer un mundo mejor, si ves en cada ser humano a Jesús, si ves esa humanidad dolorida y desamparada en tus ambientes, SOS UN LAICO ORIONITA.

¿SABÍAS?
El camino y las estructuras del MLO, se fueron consolidando en las naciones de presencia orionita. Al interno del MLO y con el estímulo de los Superiores Generales , se juzgó maduro y conveniente el reconocimiento canónico del MLO ... así fue solicitado como Asociación Pública de Fieles Laicos, ante la Congregación para la vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica (CIVCVSA) y fue aprobado el 20 de noviembre de 2012.

Y BARRANQUERAS, SABÉS DONDE QUEDA? en el continente americano, en América del Sur, en ARGENTINA, y es parte de la Provincia del CHACO.

Algunas de las imágenes que acompañan las diferentes entradas de este Blog pueden provenir de fuentes anónimas de la red y se desconoce su autoría. Si alguna de ellas tiene derechos reservados, o Ud. es el titular y quiere ser reconocido, o desea que sea quitada, contacte conmigo. Muchas gracias


domingo, 31 de mayo de 2020

ANIVERSARIO 25 "UT UNUM SINT DE JUAN PABLO II.CARTA DEL PAPA FRANCISCO




Con motivo del 25 aniversario de la Encíclica de san Juan Pablo II Ut unum sint, el Papa Francisco ha enviado una carta al presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, el cardenal Kurt Koch.
La Encíclica Ut unum sint sobre ecumenismo fue publicada por Juan Pablo en 1995 y constituye un llamamiento para lograr la unidad de los cristianos, como respuesta a la propia oración de Jesús por la unidad de los discípulos: “¡Qué todos sean uno!”.
En su misiva, el Santo Padre expone que esta Encíclica del papa polaco “confirmó ‘de modo irreversible’ (UUS, 3) el compromiso ecuménico de la Iglesia Católica” y la publicó en la Solemnidad de la Ascensión del Señor, “colocándola bajo el signo del Espíritu Santo, el artífice de la unidad en la diversidad, y en este mismo contexto litúrgico y espiritual la conmemoramos y proponemos al Pueblo de Dios”.
Unidad, don del Espíritu
En este sentido, Francisco señala que “la unidad no es principalmente el resultado de nuestra acción, sino que es don del Espíritu Santo. Sin embargo, esta ‘no vendrá como un milagro al final: la unidad viene en el camino, la construye el Espíritu Santo en el camino’ (Homilía en las vísperas, San Pablo extramuros, 25 enero 2014)”.
El Pontífice da gracias a Dios “por el camino que nos ha permitido recorrer como cristianos en busca de la comunión plena”, consciente de que “podríamos y deberíamos esforzarnos más”.
En particular, en Pontífice anuncia en esa misiva dos iniciativas recientes del Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos: La primera es un “Vademécum ecuménico para obispos, que se publicará el próximo otoño como estímulo y guía para el ejercicio de sus responsabilidades ecuménicas”. En segundo lugar, Francisco presenta la revista Acta Œcumenica, que, “en la renovación del Servicio de Información del Dicasterio, se propone como un subsidio para quienes trabajan para el servicio de la unidad”.
Publicamos a continuación la carta completa del Papa con motivo del aniversario de la Encíclica Ut unum sint.
Carta del Santo Padre
Cardenal KURT KOCH
Presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos
Mañana se cumplen veinticinco años de la firma por parte de san Juan Pablo II de la Carta encíclica Ut unum sint. Con la mirada puesta en el horizonte del Jubileo de 2000, quería que la Iglesia, en su camino hacia el tercer milenio, tuviera en cuenta la oración insistente de su Maestro y Señor: “¡Que todos sean uno!” (cf. Jn 17,21). Por ello, escribió esa Encíclica que confirmó “de modo irreversible” (UUS, 3) el compromiso ecuménico de la Iglesia Católica. La publicó en la Solemnidad de la Ascensión del Señor, colocándola bajo el signo del Espíritu Santo, el artífice de la unidad en la diversidad, y en este mismo contexto litúrgico y espiritual la conmemoramos y proponemos al Pueblo de Dios.
El Concilio Vaticano II reconoció que el movimiento para el restablecimiento de la unidad de todos los cristianos “ha surgido [...] con ayuda de la gracia del Espíritu Santo” (Unitatis redintegratio, 1). También afirmó que el Espíritu, mientras “obra la distribución de gracias y servicios”, es “el principio de la unidad de la Iglesia” (ibíd., 2). Y la Encíclica Ut unum sint reitera que “la legítima diversidad no se opone de ningún modo a la unidad de la Iglesia, sino que por el contrario aumenta su honor y contribuye no poco al cumplimiento de su misión” (n. 50). De hecho, “solo el Espíritu Santo puede suscitar la diversidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, producir la unidad. [...] Es él el que armoniza la Iglesia”. Me viene a la mente aquella bella palabra de san Basilio, el Grande: “Ipse harmonia est, él mismo es la armonía” (Homilía en la catedral católica del Espíritu Santo, Estambul, 29 noviembre 2014).
En este aniversario, doy gracias al Señor por el camino que nos ha permitido recorrer como cristianos en busca de la comunión plena. Yo también comparto la sana impaciencia de aquellos que a veces piensan que podríamos y deberíamos esforzarnos más. Sin embargo, no debemos dejar de confiar y de agradecer: se han dado muchos pasos en estas décadas para sanar heridas seculares y milenarias; ha crecido el conocimiento y la estima mutua, favoreciendo la superación de prejuicios arraigados; se ha desarrollado el diálogo teológico y el de la caridad, así como diversas formas de colaboración en el diálogo de la vida, en el ámbito de la pastoral y cultural. En este momento, pienso en mis queridos Hermanos que presiden las diversas Iglesias y Comunidades Cristianas; y también en todos los hermanos y hermanas de todas las tradiciones cristianas que son nuestros compañeros de viaje. Al igual que los discípulos de Emaús, podemos sentir la presencia del Cristo resucitado que camina a nuestro lado y nos explica las Escrituras, y reconocerlo en la fracción del pan, en la espera de compartir juntos la mesa eucarística.
Renuevo mi agradecimiento a todos los que han trabajado y siguen haciéndolo en ese Dicasterio para mantener viva la conciencia de este objetivo irrenunciable dentro de la Iglesia. En particular, me complace acoger dos iniciativas recientes. La primera es un Vademécum ecuménico para obispos, que se publicará el próximo otoño como estímulo y guía para el ejercicio de sus responsabilidades ecuménicas. En efecto, el servicio de la unidad es un aspecto esencial de la misión del obispo, quien es “el principio fundamento perpetuo y visible de unidad” en su Iglesia particular (Lumen gentium, 23; cf. CIC 383§3; CCEO 902-908). La segunda iniciativa es la presentación de la revista Acta Œcumenica, que, en la renovación del Servicio de Información del Dicasterio, se propone como un subsidio para quienes trabajan para el servicio de la unidad.
En el camino hacia la comunión plena es importante recordar el trayecto recorrido, pero también se necesita escudriñar el horizonte con la encíclica Ut unum sint, preguntándose: “Quanta est nobis via?” (n. 77), “¿cuánto camino nos separa todavía?”. Algo es cierto, la unidad no es principalmente el resultado de nuestra acción, sino que es don del Espíritu Santo. Sin embargo, esta “no vendrá como un milagro al final: la unidad viene en el camino, la construye el Espíritu Santo en el camino” (Homilía en las vísperas, San Pablo extramuros, 25 enero 2014). Por lo tanto, invoquemos al Espíritu con confianza, para que guíe nuestros pasos y cada uno escuche con renovado vigor el llamado a trabajar por la causa ecuménica; que Él inspire nuevos gestos proféticos y fortalezca la caridad fraterna entre todos los discípulos de Cristo, “para que el mundo crea” (Jn 17,21) y se acreciente la alabanza al Padre que está en el Cielo.
Vaticano, 24 de mayo de 2020
FRANCISCO
INFO: es.zenit.org

MARÍA, MADRE DE LA IGLESIA.Y LA INCORONATA

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Durante el Concilio Vaticano II se desarrolló una profunda y actualizada reflexión sobre la Iglesia y su papel en el mundo actual. Al clausurar el Concilio, el papa san Pablo VI proclamó a María, Madre de la Iglesia, con estas palabras: “Proclamamos a María Santísima Madre de la Iglesia, es decir, Madre de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores que la llaman Madre amorosa, y queremos que de ahora en adelante sea honrada e invocada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo título”
(Alocución, 21/11/1964).
 MADRE DI DIO INCORONATA


LA VIRGEN SE APARECIÓ EN UN ROBLE EN EL AÑO 1001, Y  LA OBRA DON ORIONE LA TOMO A CARGO EN EL AÑO 1950.

domingo, 24 de mayo de 2020

PRIMERA JUNTA DE GOBIERNO PATRIO


Hoy se cumplen 210 años de la Revolución de mayo, hito histórico en el que nuestro pueblo dio su primer grito de libertad creando la Primera Junta de Gobierno patrio.
Viernes 25 de Mayo de 1810
Los cabildantes aceptaron la renuncia indeclinable del Virrey, que aceptó el descontento popular hacia su investidura; los jefes militares le negaban su apoyo. Después de muchos artilugios del síndico Leiva para coartar los objetivos patriotas, los cabildantes decidieron aceptar la Junta revolucionaria presentada, avalada por firmas, y respaldada por el pueblo en la Plaza, quedó integrada la:
PRIMERA JUNTA DE GOBIERNO

Presidente: Comandante de Armas Cornelio Saavedra

Secretarios: Doctores Juan José paso y Mariano Moreno

Vocales: Pbro. Manuel Alberti, Dr. Manuel Belgrano, Dr. Juan José Castelli, Miguel de Azcuénaga, Domingo Matheu y Juan Larrea

25 DE MAYO !!! FELIZ DÍA PATRIO

Al gran pueblo argentino ¡Salud!
En este día tan especial quiero compartir la gran alegria que sentimos como pueblo argentinos ya que festejamos ¡¡¡Nuestro día PATRIO!!!..
y los invito a unirnos en oración por esta nuestra Patria, que tanto quizo nuestro Padre Don Orione


Oración de Don Orione por la Argentina
¡Oh Jesús, que tanto has amado a tu patria
y consagraste el amor de patria
derramando lágrimas de sangre sobre Jerusalén,
mira con siempre mayor benignidad, oh Señor,
a ésta, mi segunda Patria, a este gran pueblo argentino,
que me hospeda; donde el soplo
de la más generosa y cristiana caridad
ha dado vida al "COTTOLENGO ARGENTINO",
que recibe a los pobres más infelices y desamparados
de toda nacionalidad y toda creencia!
¡Cuánta amabilidad,
cuánta inteligente bondad he hallado!
¡Cuánta virtud y cuánto bien he aprendido
de este clero y de este pueblo!
En todos, y entre los ricos, y entre los pobres obreros,
he hallado corazones de príncipes.
Ama, oh Señor, a la Argentina,
porque la Argentina ama a tus pobres.
La fe y la nobleza de corazón de esta nación
son tan grandes, que bien merece
todas las bendiciones del cielo.
Brillen luego para ella días siempre más bellos
de esperanza en la luz de Cristo, luz de la ciencia,
de la libertad y del trabajo,
días llenos de prosperidad y de gloria".
Don Orione de la Divina Providencia. Buenos Aires, diciembre de 1936

sábado, 23 de mayo de 2020

JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES 2020


MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA 54 JORNADA MUNDIAL
DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

Para que puedas contar y grabar en la memoria (cf. Ex 10,2)
La vida se hace historia

Quiero dedicar el Mensaje de este año al tema de la narración, porque creo que para no perdernos necesitamos respirar la verdad de las buenas historias: historias que construyan, no que destruyan; historias que ayuden a reencontrar las raíces y la fuerza para avanzar juntos. En medio de la confusión de las voces y de los mensajes que nos rodean, necesitamos una narración humana, que nos hable de nosotros y de la belleza que poseemos. Una narración que sepa mirar al mundo y a los acontecimientos con ternura; que cuente que somos parte de un tejido vivo; que revele el entretejido de los hilos con los que estamos unidos unos con otros.
1. Tejer historias
El hombre es un ser narrador. Desde la infancia tenemos hambre de historias como tenemos hambre de alimentos. Ya sean en forma de cuentos, de novelas, de películas, de canciones, de noticias…, las historias influyen en nuestra vida, aunque no seamos conscientes de ello. A menudo decidimos lo que está bien o mal hacer basándonos en los personajes y en las historias que hemos asimilado. Los relatos nos enseñan; plasman nuestras convicciones y nuestros comportamientos; nos pueden ayudar a entender y a decir quiénes somos.
El hombre no es solamente el único ser que necesita vestirse para cubrir su vulnerabilidad (cf. Gn 3,21), sino que también es el único ser que necesita “revestirse” de historias para custodiar su propia vida. No tejemos sólo ropas, sino también relatos: de hecho, la capacidad humana de “tejer” implica tanto a los tejidos como a los textos. Las historias de cada época tienen un “telar” común: la estructura prevé “héroes”, también actuales, que para llevar a cabo un sueño se enfrentan a situaciones difíciles, luchan contra el mal empujados por una fuerza que les da valentía, la del amor. Sumergiéndonos en las historias, podemos encontrar motivaciones heroicas para enfrentar los retos de la vida.
El hombre es un ser narrador porque es un ser en realización, que se descubre y se enriquece en las tramas de sus días. Pero, desde el principio, nuestro relato se ve amenazado: en la historia serpentea el mal.
2. No todas las historias son buenas
«El día en que comáis de él, […] seréis como Dios» (cf. Gn 3,5). La tentación de la serpiente introduce en la trama de la historia un nudo difícil de deshacer. “Si posees, te convertirás, alcanzarás...”, susurra todavía hoy quien se sirve del llamado storytelling con fines instrumentales. Cuántas historias nos narcotizan, convenciéndonos de que necesitamos continuamente tener, poseer, consumir para ser felices. Casi no nos damos cuenta de cómo nos volvemos ávidos de chismes y de habladurías, de cuánta violencia y falsedad consumimos. A menudo, en los telares de la comunicación, en lugar de relatos constructivos, que son un aglutinante de los lazos sociales y del tejido cultural, se fabrican historias destructivas y provocadoras, que desgastan y rompen los hilos frágiles de la convivencia. Recopilando información no contrastada, repitiendo discursos triviales y falsamente persuasivos, hostigando con proclamas de odio, no se teje la historia humana, sino que se despoja al hombre de la dignidad.
Pero mientras que las historias utilizadas con fines instrumentales y de poder tienen una vida breve, una buena historia es capaz de trascender los límites del espacio y del tiempo. A distancia de siglos sigue siendo actual, porque alimenta la vida. En una época en la que la falsificación es cada vez más sofisticada y alcanza niveles exponenciales (el deepfake), necesitamos sabiduría para recibir y crear relatos bellos, verdaderos y buenos. Necesitamos valor para rechazar los que son falsos y malvados. Necesitamos paciencia y discernimiento para redescubrir historias que nos ayuden a no perder el hilo entre las muchas laceraciones de hoy; historias que saquen a la luz la verdad de lo que somos, incluso en la heroicidad ignorada de la vida cotidiana.
3. La Historia de las historias
La Sagrada Escritura es una Historia de historias. ¡Cuántas vivencias, pueblos, personas nos presenta! Nos muestra desde el principio a un Dios que es creador y narrador al mismo tiempo. En efecto, pronuncia su Palabra y las cosas existen (cf. Gn 1). A través de su narración Dios llama a las cosas a la vida y, como colofón, crea al hombre y a la mujer como sus interlocutores libres, generadores de historia junto a Él. En un salmo, la criatura le dice al Creador: «Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias porque son admirables tus obras […], no desconocías mis huesos. Cuando, en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra» (139,13-15). No nacemos realizados, sino que necesitamos constantemente ser “tejidos” y “bordados”. La vida nos fue dada para invitarnos a seguir tejiendo esa “obra admirable” que somos.
En este sentido, la Biblia es la gran historia de amor entre Dios y la humanidad. En el centro está Jesús: su historia lleva al cumplimiento el amor de Dios por el hombre y, al mismo tiempo, la historia de amor del hombre por Dios. El hombre será llamado así, de generación en generación, a contar y a grabar en su memoria los episodios más significativos de esta Historia de historias, los que puedan comunicar el sentido de lo sucedido.
El título de este Mensaje está tomado del libro del Éxodo, relato bíblico fundamental, en el que Dios interviene en la historia de su pueblo. De hecho, cuando los hijos de Israel estaban esclavizados clamaron a Dios, Él los escuchó y rememoró: «Dios se acordó de su alianza con Abrahán, Isaac y Jacob. Dios se fijó en los hijos de Israel y se les apareció» (Ex 2, 24-25). De la memoria de Dios brota la liberación de la opresión, que tiene lugar a través de signos y prodigios. Es entonces cuando el Señor revela a Moisés el sentido de todos estos signos: «Para que puedas contar [y grabar en la memoria] de tus hijos y nietos […] los signos que realicé en medio de ellos. Así sabréis que yo soy el Señor» (Ex 10,2). La experiencia del Éxodo nos enseña que el conocimiento de Dios se transmite sobre todo contando, de generación en generación, cómo Él sigue haciéndose presente. El Dios de la vida se comunica contando la vida.
El mismo Jesús hablaba de Dios no con discursos abstractos, sino con parábolas, narraciones breves, tomadas de la vida cotidiana. Aquí la vida se hace historia y luego, para el que la escucha, la historia se hace vida: esa narración entra en la vida de quien la escucha y la transforma.
No es casualidad que también los Evangelios sean relatos. Mientras nos informan sobre Jesús, nos “performan[1] a Jesús, nos conforman a Él: el Evangelio pide al lector que participe en la misma fe para compartir la misma vida. El Evangelio de Juan nos dice que el Narrador por excelencia —el Verbo, la Palabra— se hizo narración: «El Hijo único, que está en el seno del Padre, Él lo ha contado» (cf. Jn 1,18). He usado el término “contado” porque el original exeghésato puede traducirse sea como “revelado” que como “contado”. Dios se ha entretejido personalmente en nuestra humanidad, dándonos así una nueva forma de tejer nuestras historias.
4. Una historia que se renueva
La historia de Cristo no es patrimonio del pasado, es nuestra historia, siempre actual. Nos muestra que a Dios le importa tanto el hombre, nuestra carne, nuestra historia, hasta el punto de hacerse hombre, carne e historia. También nos dice que no hay historias humanas insignificantes o pequeñas. Después de que Dios se hizo historia, toda historia humana es, de alguna manera, historia divina. En la historia de cada hombre, el Padre vuelve a ver la historia de su Hijo que bajó a la tierra. Toda historia humana tiene una dignidad que no puede suprimirse. Por lo tanto, la humanidad se merece relatos que estén a su altura, a esa altura vertiginosa y fascinante a la que Jesús la elevó.
Escribía san Pablo: «Sois carta de Cristo […] escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de corazones de carne» (2 Co 3,3). El Espíritu Santo, el amor de Dios, escribe en nosotros. Y, al escribir dentro, graba en nosotros el bien, nos lo recuerda. Re-cordar significa efectivamente llevar al corazón, “escribir” en el corazón. Por obra del Espíritu Santo cada historia, incluso la más olvidada, incluso la que parece estar escrita con los renglones más torcidos, puede volverse inspirada, puede renacer como una obra maestra, convirtiéndose en un apéndice del Evangelio. Como las Confesiones de Agustín. Como El Relato del Peregrino de Ignacio. Como la Historia de un alma de Teresita del Niño Jesús. Como Los Novios, como Los Hermanos Karamazov. Como tantas innumerables historias que han escenificado admirablemente el encuentro entre la libertad de Dios y la del hombre. Cada uno de nosotros conoce diferentes historias que huelen a Evangelio, que han dado testimonio del Amor que transforma la vida. Estas historias requieren que se las comparta, se las cuente y se las haga vivir en todas las épocas, con todos los lenguajes y por todos los medios.
5. Una historia que nos renueva
En todo gran relato entra en juego el nuestro. Mientras leemos la Escritura, las historias de los santos, y también esos textos que han sabido leer el alma del hombre y sacar a la luz su belleza, el Espíritu Santo es libre de escribir en nuestro corazón, renovando en nosotros la memoria de lo que somos a los ojos de Dios. Cuando rememoramos el amor que nos creó y nos salvó, cuando ponemos amor en nuestras historias diarias, cuando tejemos de misericordia las tramas de nuestros días, entonces pasamos página. Ya no estamos anudados a los recuerdos y a las tristezas, enlazados a una memoria enferma que nos aprisiona el corazón, sino que abriéndonos a los demás, nos abrimos a la visión misma del Narrador. Contarle a Dios nuestra historia nunca es inútil; aunque la crónica de los acontecimientos permanezca inalterada, cambian el sentido y la perspectiva. Contarse al Señor es entrar en su mirada de amor compasivo hacia nosotros y hacia los demás. A Él podemos narrarle las historias que vivimos, llevarle a las personas, confiarle las situaciones. Con Él podemos anudar el tejido de la vida, remendando los rotos y los jirones. ¡Cuánto lo necesitamos todos!
Con la mirada del Narrador —el único que tiene el punto de vista final— nos acercamos luego a los protagonistas, a nuestros hermanos y hermanas, actores a nuestro lado de la historia de hoy. Sí, porque nadie es un extra en el escenario del mundo y la historia de cada uno está abierta a la posibilidad de cambiar. Incluso cuando contamos el mal podemos aprender a dejar espacio a la redención, podemos reconocer en medio del mal el dinamismo del bien y hacerle sitio.
No se trata, pues, de seguir la lógica del storytelling, ni de hacer o hacerse publicidad, sino de rememorar lo que somos a los ojos de Dios, de dar testimonio de lo que el Espíritu escribe en los corazones, de revelar a cada uno que su historia contiene obras maravillosas. Para ello, nos encomendamos a una mujer que tejió la humanidad de Dios en su seno y —dice el Evangelio— entretejió todo lo que le sucedía. La Virgen María lo guardaba todo, meditándolo en su corazón (cf. Lc 2,19). Pidamos ayuda a aquella que supo deshacer los nudos de la vida con la fuerza suave del amor:
Oh María, mujer y madre, tú tejiste en tu seno la Palabra divina, tú narraste con tu vida las obras magníficas de Dios. Escucha nuestras historias, guárdalas en tu corazón y haz tuyas esas historias que nadie quiere escuchar. Enséñanos a reconocer el hilo bueno que guía la historia. Mira el cúmulo de nudos en que se ha enredado nuestra vida, paralizando nuestra memoria. Tus manos delicadas pueden deshacer cualquier nudo. Mujer del Espíritu, madre de la confianza, inspíranos también a nosotros. Ayúdanos a construir historias de paz, historias de futuro. Y muéstranos el camino para recorrerlas juntos.
Roma, junto a San Juan de Letrán, 24 de enero de 2020, fiesta de san Francisco de Sales.

Franciscus

[1] Cf. Benedicto XVI, Carta enc. Spe salvi, 2: «El mensaje cristiano no era sólo “informativo”, sino “performativo”. Eso significa que el Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida».