lunes, 30 de noviembre de 2020

EL SUEÑO DE LA SEÑORA CON EL MANTO CELESTE, 3er DIA NOVENA A LA INMACULADA CONCEPCIÓN

 


El joven Orione a pesar de no haber podido ver al Papa, ni de lejos, vuelve a Tortona con el corazón lleno de amor al Papa y a la Iglesia. Y lo proclama a los cuatro vientos, a quien quiera oírlo. Pero hay quien no quiere oír: un día da una charla y hablando del enfrentamiento entre el Estado y la Iglesia y las ofensas al Papa dice cosas que nadie se animaba a decir en voz alta. Son palabras fuertes las suyas, pero verdaderas.

Alguien se encarga de ir a ver al obispo con quejas y más quejas: que los niños molestan, que rompen vidrios y lo destruyen todo; en resumen: que hay que neutralizar a ese peligroso seminarista.

 La táctica parece producir sus efectos; Mons. Bandi, aunque aprecia sinceramente a su joven seminarista, considera conveniente enfriar la cosa. Clausura el Oratorio por un tiempo... Luis, con el alma en tinieblas, obedece prontamente. En un rapto de confianza -y desafío a las oscuras fuerzas que parecen ganar la batalla- toma las llaves del oratorio y las pone entre los dedos de quien ha sido maternal testigo de la breve, pero intensa vida del oratorio: la estatua de la Santísima Virgen que domina el patio del palacio episcopal.

Luego sube lentamente a su cuarto, mira con honda tristeza el despoblado patio de su oratorio y llora en secreto, hasta que lo gana el sueño. También en esta circunstancia tendrá un significativo sueño: ve esfumarse toda la geografía familiar de su Tortona natal y su mirada abarca una llanura inmensa poblada por multitudes de niños, jóvenes y ancianos, de todas las razas y color de la piel; acompañados por religiosos, religiosas, sacerdotes, seminaristas.

En lo alto del cielo, dominándolo todo, una hermosa Señora sonriente con el Niño en brazos. La Señora de aire maternal cubre a la muchedumbre con un inmenso manto celeste que se pierde en el horizonte. Y entona un canto: el del Magnificat2; y toda esa colorida muchedumbre le responde a coro, como el apacible estruendo del mar.

Se había adormecido en medio de las lágrimas, se despierta con el corazón lleno de paz: la Santísima Virgen le había preanunciado que estaría siempre junto a él, a sus iniciativas apostólicas, protegiéndolo; y que llegará a ser el Padre de infinidad de misioneros por todos los caminos del mundo

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