Tal vez, sea ésta una de las notas que más
deseábamos compartirles desde las páginas de Revista Don Orione. Nada menos que
un reportaje al Fundador mismo de la Pequeña Obra.
Quisimos conocerlo, para entender mejor su obra
y su pensamiento. Para eso hubo que llegarse hasta su dirección de Tortona
(Italia), en vía Emilia nº 63. Aunque, muy probablemente esta entrevista se
podría haber realizado en Buenos Aires, en Chaco, Montevideo, Itatí, San Pablo,
Santiago de Chile, o en cualquiera de las casas donde aun viven y laten sus
ideales.
Casi sin darnos cuenta, se fue abriendo un
diálogo por demás interesante y reflexivo; los razonamientos fluyeron con
serenidad, apuntando siempre a lo más profundo. Incluso frente a preguntas más
incisivas y críticas, no se dejó sorprender, sino que, por el contrario,
compartió varias de sus intuiciones y su concepción de la vida. Una vez más
pudimos comprobar la vigencia y actualidad de su mensaje.
La totalidad delas respuestas de esta nota
pertenecen a Don Orione, y fueron tomadas de sus escritos y palabras.
La selección de los textos, como la elaboración
de las preguntas, fueron realizadas por el P. Flavio Peloso (actual Superior
General de la Obra) y forman parte de su libro “Intervista verità”, publicado
en Italia, en 1997.
- Don Orione, usted es un hombre de quien
hablan todos, un sacerdote de gran corazón. Con usted empezó una maravillosa
obra. Hogares, colegios, parroquias, seminarios, centros sociales, misiones,
“Pequeños Cottolengos” se encuentran en toda Italia, en Brasil, Argentina,
Uruguay, Polonia, España, Palestina... ¿cómo definiría su obra?
No lo sé: siento la tentación de definirla como
un lío... vamos para adelante como el tren, confiando en Dios y en su Iglesia,
seguros de servir a Cristo en los más necesitados. En cuanto a mí, me parece
que el Señor me eligió porque no encontró a otro más miserable e incapaz que
yo, para que se vea bien claro que él es el artífice de todo.
- La fe en la Divina Providencia está en crisis
en la mentalidad moderna; “Dios no existe... y si existe, es como si no
existiera”. Sin embargo, para usted, la providencia de Dios es el motivo
inspirador de su vida y de su fundación.
Ciertamente, la Providencia Divina es la
contínua creación de las cosas. La Divina Providencia parece desconocida para
el hombre, porque el hombre la ve, y muchas veces no la ama; la toca y muchas
veces no cree en ella; ella lo viste mejor que a los lirios del campo, le da de
comer, y él cree estar desnudo y en ayunas. Ella gobierna el mundo con su ley
armónica y eterna, se esconde y no se deja ver por quien no tiene fe, aun
cuando abunde en medios materiales y tenga una vasta inteligencia y mucha
cultura.
- Pero hay una objeción contra la “Divina
Providencia”: los escenarios de miseria y de muerte en el mundo de hoy, tan
caótico e injusto; los numerosos triunfos del mal; las manifestaciones cada vez
más deshumanizadas y desesperadas de una sociedad “sin Dios”.
Los pueblos están cansados, están
desilusionados; sienten que toda la vida es vana, que toda la vida está vacía
sin Dios. ¿Estamos en el alba de un renacer cristiano? ¡Seamos Hijos de la
Divina Providencia! No seamos de aquellos catastróficos que creen que el mundo
se acaba mañana.
La corrupción y el mal moral son grandes, es
verdad, pero sostengo y creo firmemente que el último en vencer será Dios, y
Dios vencerá en su infinita misericordia. En esta hora del mundo, hora muy
dolorosa y muy triste, decidamos conservar inextinguible y cada vez más
encendido el fuego sagrado del amor a Cristo y a los hombres. Sin este fuego
sagrado, que es amor y luz, ¿qué quedaría de la humanidad? Con la inteligencia
en tinieblas, el corazón frío, gélido más que el mármol de una tumba, la humanidad
se debatirá convulsiva entre dolores de todo género sin ninguna clase de
consuelo, sólo abandonada a las traiciones, a los vicios y depravaciones sin
nombre... Con Cristo, todo se eleva, todo se ennoblece: familia, amor a la
patria, ingenio, artes, ciencias, industrias, progreso, organización social.
- Don Orione: a usted le gustó un lema que usó
desde joven, desde la apertura del primer oratorio y de la primera casita en
San Bernardino de Tortona en 1893: Almas, almas.
Sí -y sonríe al recordarlo- cuando siendo
seminarista, me rodeaba de algunos muchachos y jugaba con ellos en el patio de
la casa del obispado. Al terminar el juego, dábamos una contraseña que nadie
comprendía, ni siquiera el párroco. La contraseña quedó como programa de
nuestra Congregación. Era el lema: ¡Almas, almas! Habrán leído más de una vez
este grito en el encabezamiento de las cartas, grito que es todo un programa:
¡Almas, almas! Luego vendría todo lo demás.
- Usted ya está incluido en el elenco de los
grandes “apóstoles sociales” italianos. También en Argentina, después de su
permanencia entre 1934 y 1937, dejó claros surcos de novedad cristiana entre el
pueblo. Su grito “¡Almas, almas!” abarca el bien espiritual y material del
hombre, es atención a cada persona y proyecto para la sociedad. Dio respuestas
inteligentes y eficaces a grandes problemas sociales y a grandes cuestiones de
marginación. ¿Cómo transmite esta conducta a sus seguidores, sacerdotes,
religiosas y laicos?
Debemos ser santos, pero hacernos tales santos
que nuestra santidad no se reduzca al cuidado de los fieles, ni se quede sólo
en la Iglesia, sino que trascienda y arroje en la sociedad tal esplendor de
luz, tanta vida de amor a Dios y a los hombres que sean más que santos de
Iglesia, seamos santos del pueblo y de la salvación social. Debemos ser una
profundísima vena de espiritualidad mística, que invada todos los estamentos
sociales: espíritus contemplativos y activos, servidores de Cristo y de los
pobres...
- ¿Es esto lo que explica el estilo “popular”
que ha querido imprimir a su familia religiosa: pobreza y sencillez de vida, de
ambientes, de medios, vida sacrificada y acotada en función de los demás,
partícipe de la ley común del trabajo?
No sólo con la predicación se convierten las
almas, sino también con el trabajo. Y si en muchas familias de San Bernardino
de Tortona ha entrado el Evangelio... es porque han visto trabajar a los
sacerdotes. El pueblo quiere ver realidades. Por lo tanto, no es solamente el
sacerdote con la estola al cuello quien puede hacer el bien, sino también el
sacerdote que trabaja.
Buscar y curar las heridas del pueblo, buscar
las enfermedades, salir a su encuentro en lo moral y lo material. De esta
manera nuestra acción será no sólo eficaz, sino profundamente cristiana y salvadora.
Cristo fue al pueblo. Ayudar al pueblo, mitigar sus dolores, devolverle la
salud. Debe estar en nuestro corazón el pueblo. La Obra de la Divina
Providencia es para el pueblo. Basta de palabras, están llenos los bolsillos de
ellas. Lo milagroso será poder devolver las muchedumbres a la fe que tuvieron,
reconducirlas al Padre, a la Iglesia: un trabajo popular.
- Tiempo atrás, con motivo de la presentación a
la prensa de su libro “En el nombre de la Divina Providencia”, Franca
Giansoldati, de la agencia Adkronos, tituló a su artículo “Don Orione: como
Karl Marx y Anna Kulisciov”, refiriéndose a algunas páginas suyas “sociales”
famosas: la proclama en defensa de las arroceras (“Trabajadores y trabajadoras,
llegó la hora de su reivindicación”), el escrito sobre el feminismo (“Mujer,
familia y sociedad”), y otros.
¿Ven estas canas? Durante muchos años he visto
muchos cambios de cosas y de hombres, también dentro de la Iglesia, y he
comprendido que la política no es el medio mejor para atraer las almas. Se ama
a la Patria realizando obras de amor, de misericordia, abrazando a los pobres,
acogiendo a los pobres, cuidando a los pobres, evangelizando a los pobres, a
los pequeños.
Nosotros no hacemos política; nuestra política
es la caridad grande y divina, que hace el bien a todos. No miramos otra cosa
que almas para salvar. Si hay que tener alguna preferencia, será para quienes
nos parezcan más necesitados de Dios, puesto que Jesús ha venido más para los
pecadores que para los justos. ¡Almas y almas! Esta es nuestra vida; este es
nuestro grito, nuestro programa, toda nuestra alma, todo nuestro corazón: ¡Almas
y almas!
- ¿Por dónde se empieza a educar a los jóvenes
en la caridad? ¿Cuál es la primera lección?
Hay que huir de una blasfemia y usar una
jaculatoria. La blasfemia: “Yo no me meto, no me toca a mí”. La jaculatoria:
“Voy yo”.
- Decir caridad quiere decir con frecuencia,
limosna, asistencia de quienes tienden a dejar a los pobres siempre pobres,
conservando las propias posiciones de privilegio económico, cultural, social. ¿Qué
entiende usted por caridad?
El amor santo que toma el nombre de caridad, es
el resultado de la comunión con Jesucristo. Es el fervor de la gracia que no
puede detenerse y necesita expandirse. La caridad nos manda no quedarnos en una
cómoda benevolencia, sino sentir y tener compasión eficaz de los dolores y las
necesidades de los demás, a quienes no debemos contemplar a distancia, puesto
que son una misma cosa con nosotros en Cristo. La caridad no excluye nada de la
verdad y de la justicia; pero la verdad y la justicia actúan en la caridad.
- Usted ha enseñado de mil maneras, que
“nuestra predicación es la caridad”: la caridad de las obras, y antes que nada,
la caridad fraterna.
Una sociedad o comunidad hermosa y fuerte,
donde reine una dulce concordia de corazones y paz, no puede no ser querida,
deseable y edificante para todos. En un mundo en el que no hay más ley que la
fuerza; en un mundo en el que resuenan a menudo voces de guerra entre ricos y
pobres, entre padres e hijos, entre gobernantes y súbditos; entre las voces de
una sociedad que vive y parece que quiere hundirse en el odio, opongamos el
ejemplo de una caridad verdaderamente cristiana.
- A diferencia de otros fundadores, usted no ha
escogido un tipo concreto de obras, ¿por qué?
Estamos en una época de transformaciones
arrolladoras, de manera que no me parece oportuno enquistarnos en una obra, atarnos
a una o dos actividades.
- ¿Por qué en la formación de sus sacerdotes y
sus religiosas insiste tanto en el trabajo manual?
Volvemos a empezar como los apóstoles que
trabajaban ganándose la vida, y tenían todo el mundo por evangelizar. Volvemos
al trabajo, y precisamente al trabajo manual, que domina las pasiones del cuerpo
y las malas tendencias del espíritu. Nosotros tenemos que trabajar... para no
convertirnos en “sacerdotes señores”, para no falsear el espíritu del
Evangelio. Qué gran eficacia, qué hermoso apostolado se realizaría entre los
pobres, si todos vieran que el sacerdote predica y trabaja, trabaja y predica,
ayuda a los pobres y se gana el pan. Que no se aprovecha de los beneficios
parroquiales, de los derechos de estola, para vivir sobre los pobres. Debemos
ser los peones de Dios. Quien no quiera ser y no es peón de la Providencia de
Dios, es un desertor de nuestra bandera.
- Pobres de salud, pobres de instrucción,
pobres de afectos, pobres de casa; entre las distintas instituciones en las que
acoge a los pobres, parece que al Pequeño Cottolengo, usted da el valor de
símbolo, de modelo, de estilo que valga para todas las otras instituciones.
El Pequeño Cottolengo es como un pequeño grano
de mostaza, al que basta la bendición del Señor para un día llegar a ser un
gran árbol sobre cuyas ramas se posen tranquilas las aves. Los pájaros aquí son
los pobres más abandonados, nuestros hermanos y nuestros amos. Nuestro banco es
la Divina Providencia, y nuestra bolsa está en los bolsillos y en el buen
corazón de los amigos y bienhechores.
El Pequeño Cottolengo está construido sobre la
fe y vive de los frutos de una caridad inextinguible. En el pequeño Cottolengo
se vive alegremente: se reza, trabaja cada uno según sus fuerzas, se ama a
Dios; se ama y se sirve a los pobres. En los abandonados se ve y se sirve a
Cristo en santa alegría. ¿Hay alguien más feliz que nosotros? También nuestros
queridos pobres viven contentos: ellos no son huéspedes, no son asilados, sino
que son los dueños, y nosotros sus siervos; ¡así se sirve al Señor! ¡Qué
hermosa es la vida en el Pequeño Cottolengo! Es una sinfonía de oración por los
bienhechores, de trabajo, de alegría, de cantos y de caridad.
- Pero con la necesidad de sacerdotes y de
religiosas que hoy tenemos en las Parroquias, en la catequesis, con la
necesidad de evangelizadores... ¿no están desaprovechados en un Pequeño
Cottolengo aunque sea una obra maravillosa y meritoria?
Corren tiempos en los que si se ve al sacerdote
sólo con la estola, no todos le seguirán; pero si alrededor de la sotana ven a
los viejos y los huérfanos, entonces sentirán el tironeo... la caridad
arrastra... la caridad mueve y lleva a la fe y a la esperanza. Muchos no logran
entender los actos de culto, y es necesario añadir las obras de amor. Salvador
Sommariva me dijo una vez: No creía en Dios, pero ahora creo porque lo he visto
a las puertas del Cottolengo.
- “Dar con el pan material, el dulce bálsamo de
la fe”. Para usted, en el fondo del corazón está la salvación de las almas. ¿No
puede parecer una manipulación de la caridad, un proselitismo?
Nunca forzar a nadie. Pero hablar con el amor
de Dios en el corazón y en los labios, con expresiones que lleguen, que
convenzan y conviertan; después Nuestro Señor pensará cómo transformarnos y
transfigurarnos a nosotros y a nuestros queridos pobres en él. Él será la vida,
el consuelo, nuestra felicidad y la de quienes él lleve con su mano.
- Don Orione, usted mira siempre para adelante,
hacia horizontes cada vez más amplios. Verdaderamente en usted se ve, como
decía San Bernardo que el amor está siempre en camino con nuevos deseos, con
continuos proyectos...
Quisiera llegar a ser alimento espiritual para
mis hermanos que tienen hambre y sed de verdad y de Dios; quisiera revestir de
Dios a los desnudos, dar la luz de Dios a los ciegos y a los deseosos de mayor
luz, abrir los corazones a las innumerables miserias humanas y hacerme siervo
de los siervos ofreciendo mi vida a los más indigentes y abandonados; quisiera
llegar a ser el insensato de Cristo y vivir y morir en la insensatez de la
caridad por mis hermanos.
Amar eternamente y dar la vida cantando al
Amor. Despojarme de todo. Sembrar la caridad a lo largo de todos los caminos;
sembrar a Dios de todas las maneras, en todos los surcos; sumergirme sin cesar
infinitamente y volar cada vez más alto, cantando a Jesús y a la Virgen sin
detenerme jamás.
Llenar todos los surcos con la luz de Dios; ser
un hombre bueno entre mis hermanos; inclinarme, extender siempre las manos y el
corazón para recoger las debilidades y miserias y depositarlas sobre el altar,
para que se transformen en fuerza y grandeza de Dios.
*La totalidad de las respuestas de esta nota
pertenecen a Don Orione, y fueron tomadas de sus escritos y palabras.
La selección de los textos, como la elaboración
de las preguntas, fueron realizadas por el P. Flavio Peloso (actual Superior
General de la Obra) y forman parte de su libro “Intervista verità”, publicado
en Italia, en 1997
Publicado en edición Nº48 de Revista Don Orione
/ Octubre 2009