viernes, 14 de enero de 2022

15 ENERO 1922, PARTE UN CONTINGENTE DE MISIONEROS HACIA LA ARGENTINA

 



Los primeros misioneros

El 15 de enero de 1922 partió desde Génova otro contingente compuesto por cinco religiosos misioneros: el P. José Zanocchi, el P. Enrique Contardi, el P. José Montagna, el P. Carlo Alferano y el seminarista Francisco Castagnetti. Llegaron el 1º de febrero y fueron recibidos por Don Orione en el puerto de Río de Janeiro. Don Orione subió al barco para ocupar el puesto del P. Alferano, quien descendió y se trasladó a la casa de San Pablo a la que había sido destinado. De esta forma, Don Orione vuelve a asumirse como padre de sus religiosos, acompañando a los misioneros hasta Argentina.
Les mostró las obras ya establecidas: la iglesia de Victoria, con una escuela de “artes y oficios” y un hogar en Marcos Paz (provincia de Buenos Aires). Con ellos fue, para quedarse, el seminarista José Dondero
que sabía manejarse bien con el idioma castellano.. Esta vez Don Orione se quedó más de tres meses en nuestro país y escribió numerosas cartas a las demás casas inauguradas en Latinoamérica. Por medio de sus escritos estaba cercano y presente con todos.
Pero a la vez, desde Italia reclamaban por su regreso. Como allí hacía falta su presencia decidió ir preparando su viaje de retorno. El 19 de marzo de 1922 nombró al P. José Zanocchi su representante para las comunidades de Latinoamérica y el 13 de mayo partió de Argentina.
El 18 de junio, durante la navegación, escribió el inolvidable himno a la caridad: “Anhelo cantar el cántico divino de la caridad, pero no quiero esperar a cantarlo cuando me vaya al Cielo. Por tu infinita misericordia te suplico, oh Señor y Padre nuestro de mi alma, me concedas la posibilidad de iniciar este cántico desde la tierra; aquí, Señor, ante este amplio horizonte de aguas y cielo, desde este Atlántico que me habla de tu poderío y tu bondad...”.
Era un canto de alegría desbordante por lo vivido entre los más pobres, por haber podido llegar a tantos corazones con la luz de la fe. Era el canto de un hombre de Dios conmovido ante la necesidad de sus hermanos, convencido de que no se puede esperar para hacer el bien, que “ahora” es el tiempo oportuno para “centrarlo todo en Cristo” (Ef 1, 10). Era el canto esperanzador de aquel que sabe mirar lo que viene y hacer todo lo necesario para que suceda.

 

 

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