En el pasaje de un texto, vemos como Don Orione, se dejaba guiar por la Divina Providencia, el confiaba plenamente que todo lo conseguiría de Jesús y de María,“Aquí el Padre Trotamundos
hace un par de confidencias con los amigos. Diréis que os hice suspirar por el
diarito con las noticias relacionadas con las barracas de la Divina Providencia...
Por caridad, no me habléis de deudas. ¡En esto os doy razón! ¡Tenéis razón!
Pero vosotros no conocéis todavía mi gran secreto. Si supieseis mi secreto, no
hablaríais nunca así. Mi secreto reside en cinco “efes”, ¿lo comprendéis? Y con
este secreto se paga luego todo y todo termina siendo maravilloso. ¡Viva,
entonces! No seáis profetas de desventuras, no hagáis malos pronósticos;
todavía no es tiempo de ir a la quiebra; y, en las cinco “efes” no figura el
verbo “fracasar”.
(Las
cinco efes de Don Orione en aquella época eran: “fame (hambre), freddo (frío),
fática (esfuerzo), fastidi (preocupaciones), fede (fe)”. Luego llegaron a ser
siete con “fumo” (humo, vanidad de las cosas) y “fiat voluntas Dei” (hágase la
voluntad de Dios)”.
“No me molestéis por
ahora: son deudas tras deudas, y bocas tras bocas que mantener; pero, sigamos
avanzando a la buena de Dios, sin tantos cálculos humanos: el Padre Trotamundos
es sacerdote, ¿comprendéis? Y los sacerdotes se mueven con fe, con fe in Domino
et in Domino! ¡Qué tantos cálculos como los que hacían los judíos a la salida de
Egipto! ¡Al diablo papel, pluma y tinta! ¿No estamos en la hostería de la Luna
Llena con Renzo de Manzoni? Cuando la que hace es la Providencia, cuando se ve,
caramba, que es la mismísima Virgen quien hace y nosotros no somos más que
chapuceros, ¿qué pretendéis decir? ¡Digitus Dei est hic! dejad un poco en
libertad a este bendito dedo de Dios; si demuestra que es realmente el dedo de
Dios, ¡terminadla! ¡No es necesario atarlo!”
esto el mismo nos cuenta:
“En esa época todo el clero me
miraba con desconfianza; sólo se me acercaban Monseñor Novelli y Monseñor Carlo
Perosi; los otros me escapaban. Vino Monseñor Novelli, y cuando se puso delante
de la Virgen del Buen Consejo vio todo ese dinero que tapizaba el cuadro. Se
quedó maravillado, y en clase de teología del seminario le gustaba contar la
visita hecha a la Casa de la Providencia y el dinero que había visto, de modo que,
aunque las deudas siguieron existiendo, la idea de la ruina por quiebra se
disipó...”. “Se la había hecho a los incrédulos, a los murmuradores profetas de
desgracias... Y debió sentir esa alegría en plenitud si escribió para el folleto
de la Obra el siguiente esbozo de artículo, después que, por fin, hubo
estipulado el contrato regular de compra de la Casa de los Oblatos para el 15
de noviembre de 1905.