domingo, 1 de junio de 2025

INTENCIONES DE ORACIÓN MES DE JUNIO 2025.


 Por intercesión de San Luis Orione y de los santos Pedro y Pablo, que el Papa León se sienta sostenido por nuestras oraciones diarias y por nuestra ferviente adhesión a su ministerio

INDULGENCIA JUBILAR.



 

 ¿Dos indulgencias en un mismo día?

En el Sacramento de la Penitencia se elimina la culpa del pecado. Sin embargo, el castigo temporal requerido por la justicia divina permanece. La indulgencia “borra” la huella del pecado y concede la remisión de toda pena temporal en el purgatorio, por lo que, si una persona fallece después de recibir este don, va directamente al Cielo. El inmenso valor y profunda trascendencia que este “tesoro” encierra, lo convierte en un privilegio reservado a lugares y momentos específicos designados para su concesión. Es aquí donde reside la grandeza del Año Jubilar, un tiempo donde se multiplican las oportunidades para obtenerla, incluso ¡dos veces en un día!

Aunque existe una norma que sólo se puede alcanzar una indulgencia plenaria al día, durante el Año Jubilar se podrá obtener una segunda si se realiza en favor de las almas del Purgatorio. Es decir, la segunda será aplicable sólo a los difuntos.

Requisitos para obtener la indulgencia jubilar: Para obtener la indulgencia plenaria durante el Año Jubilar 2025, se requiere estar en estado de gracia, tener una firme disposición de no ofender a Dios, confesarse sacramentalmente, comulgar y rezar por las intenciones del Papa. Además, se anima a realizar obras de misericordia y penitencia, como visitar a personas necesitadas, realizar voluntariado o abstenerse de distracciones fútiles.

la indulgencia jubilar, en virtud de la oración, está destinada en particular a los que nos han precedido, para que obtengan plena misericordia.

23.    La indulgencia, en efecto, permite descubrir cuán ilimitada es la misericordia de Dios. No sin razón en la antigüedad el término “misericordia” era intercambiable con el de “indulgencia”, precisamente porque pretende expresar la plenitud del perdón de Dios que no conoce límites.

El sacramento de la Penitencia nos asegura que Dios quita nuestros pecados. Resuenan con su carga de consuelo las palabras del Salmo: «Él perdona todas tus culpas y cura todas tus dolencias; rescata tu vida del sepulcro, te corona de amor y de ternura. […] El Señor es bondadoso y compasivo, lento para enojarse y de gran misericordia; […] no nos trata según nuestros pecados ni nos paga conforme a nuestras culpas. Cuanto se alza el cielo sobre la tierra, así de inmenso es su amor por los que lo temen; cuanto dista el oriente del occidente, así aparta de nosotros nuestros pecados» (Sal 103,3-4.8.10-12). La Reconciliación sacramental no es sólo una hermosa oportunidad espiritual, sino que representa un paso decisivo, esencial e irrenunciable para el camino de fe de cada uno. En ella permitimos que Señor destruya nuestros pecados, que sane nuestros corazones, que nos levante y nos abrace, que nos muestre su rostro tierno y compasivo. No hay mejor manera de conocer a Dios que dejándonos reconciliar con Él (cf. 2 Co 5,20), experimentando su perdón. Por eso, no renunciemos a la Confesión, sino redescubramos la belleza del sacramento de la sanación y la alegría, la belleza del perdón de los pecados.

Sin embargo, como sabemos por experiencia personal, el pecado “deja huella”, lleva consigo unas consecuencias; no sólo exteriores, en cuanto consecuencias del mal cometido, sino también interiores, en cuanto «todo pecado, incluso venial, entraña apego desordenado a las criaturas que es necesario purificar, sea aquí abajo, sea después de la muerte, en el estado que se llama Purgatorio». [18] Por lo tanto, en nuestra humanidad débil y atraída por el mal, permanecen los “efectos residuales del pecado”. Estos son removidos por la indulgencia, siempre por la gracia de Cristo, el cual, como escribió san Pablo VI, es «nuestra “indulgencia”». [19] La Penitenciaría Apostólica se encargará de emanar las disposiciones para poder obtener y hacer efectiva la práctica de la indulgencia jubilar.

Esa experiencia colma de perdón no puede sino abrir el corazón y la mente a perdonar. Perdonar no cambia el pasado, no puede modificar lo que ya sucedió; y, sin embargo, el perdón puede permitir que cambie el futuro y se viva de una manera diferente, sin rencor, sin ira ni venganza. El futuro iluminado por el perdón hace posible que el pasado se lea con otros ojos, más serenos, aunque estén aún surcados por las lágrimas.

 

ESTAMOS TODOS EN LAS MANOS DEL SEÑOR


Pido humildemente, pero con confianza grande y filial, a la Santa Virgen que los asista y conforte, y los libre de todo desaliento. El desánimo nos hace experimentar nuestra miseria, permite conocernos y reconocer que tenemos necesidad de Dios. Bajo este aspecto tiene su parte de bien pero sólo en cuanto a hacernos sentir que la única fuente de la fuerza es Dios.

Estamos todos en las manos del Señor: queremos amar y servir al Señor, y que se cumpla en nosotros su santa voluntad, sostenidos por su gracia y confiando en ella, de rodillas a los pies de María Ssma., nuestra gran Madre consoladora, pero también y siempre a los pies de la Santa Iglesia, Madre de nuestra fe y de nuestras almas. ¿Qué tenemos que temer? El Señor está siempre cerca de los que lo aman, de los que desean amarlo y servirlo con una fidelidad cada vez mayor, estando sanos o enfermos, como buenos soldados de Cristo, y quieren, con Jesús y por Jesús, vivir y trabajar en santo amor de caridad, de sufrimientos, de consumación de nosotros mismos, hostia divina, holocausto divino en la voluntad de Dios, en la caridad de Jesucristo.

Esto agrada a Jesús: vivir muriendo y trabajar sufriendo e inmolándose por el Papa, por la Iglesia, por la santificación del clero, por las almas, por la conversión de los pecadores, por la conversión de los infieles, por la paz del mundo, por quien llora, por quien sufre las injusticias humanas, por todos, por todos: para vencer el mal con el bien! Para gloria de Dios! 

Hijos míos, el Señor está cerca de ustedes; está cerca de todos los que lo aman, que desean amarlo. Está cerca y tiene en cuenta todos los sufrimientos físicos y morales que ustedes están padeciendo; y pone todas sus penas en las manos maternales de la Santa Virgen, la cual quita sus defectos, la escoria de sus debilidades, sus deficiencias, y ofrece a Jesús sus sufrimientos en reparación nuestra y de los hermanos, para la salvación de miles y miles de almas, cada día y a toda hora, y por las almas que sufren y expían allá en el segundo reino, anhelando entrar en el Corazón de N. Señor.

Animo, queridos hijos! Alégrense de sufrir: están sufriendo con Jesús Crucificado y con la Iglesia; no pueden hacer nada más agradable al Señor y a la Santísima Virgen; estén contentos de sufrir y dar la vida por amor a Jesucristo. 

Que les sirva de aliento el ejemplo de Jesús, María Santísima y los santos. Bienaventurados los que sufren algo, los que padecen en el espíritu y en el cuerpo, en nombre y por amor a Jesucristo!

En Lettere di Don Orione, II, pp. 538 ss. La carta, escrita el 14 de octubre de 1939 a dos jóvenes clérigos internados en un sanatorio, contiene palabras de ternura y consuelo, y de esperanza y confianza en Dios.