martes, 8 de febrero de 2022

"RENUNCIO A LA SALUD, A LA VIDA, PERO QUIERO CUMPLIR CON MI DEBER HASTA EL FINAL

 


Al regresar de Génova, la noche del 8 de febrero de 1940, se aferra a la baranda para subir las escaleras que llevan a la dirección; debe detenerse casi en cada escalón y responde con una forzada sonrisa a quienes lo saludan. Se esfuerza por comer algo en la cena, para tranquilizar a los otros.

            Va a descansar y pasa una mala noche. Hacia las cuatro y media se difunde una voz preocupada: "¡Don Orione está mal!". Se encienden las luces de la Casa Matriz antes del amanecer.

            La "Crónica" narra: uno de los enfermeros oyó en la habitación un ligero ruido, luego un gemido sofocado; acude y encuentra a Don Orione en el lecho, jadeante, transpirado, presa de un violento ataque. Le prodiga los primeros auxilios y luego corre a avisar a Don Sterpi y a los otros sacerdotes de la casa. Ponen al moribundo, envuelto en las mantas, sobre una poltrona, para facilitarle la respiración; se lo mantiene erguido y se lo ayuda con oxígeno. El rostro, cadavérico, azuloso, la respiración entrecortada. De tanto en tanto, dirige los ojos al cielo, invocando, varias veces: "Jesús, Jesús...". La pequeña habitación de Don Orione se llena de sacerdotes: Don Sterpi, Don Bariani y otros. Mientras todos se mueven ansiosos a su alrededor, llega el doctor Codevilla, médico de la Casa matriz; al ver a Don Orione, prorrumpe en llanto; de inmediato le hace las curaciones necesarias. Los clérigos, inquietos y tristes, son mantenidos en el umbral.

            Después de un rato, parece volver en sí y murmura: "El Santo Viático". Don Camilo Bruno, párroco de San Miguel, corre a la sacristía y mientras tanto se prepara el cuartito. El enfermo recibe el Santísimo con viva piedad, con conciencia, aunque no puede hablar; advierte todo, reconoce a todos. Unos instantes después pide la Extremaunción, que Don Bruno le administra de inmediato. Mientras tanto los clérigos ingresan lentamente a la capilla y rezan.

            Finalmente el enfermo mueve la cabeza, que había abandonado sobre el pecho, levanta los ojos, llenos de gratitud. Luego dice: "Estoy mejor", y fatigosamente invita a recitar la Salve Regina y a los sacerdotes a celebrar según su intención. Cuando llega, jadeando, Don Perduca, enfermo de las piernas, Don Orione, al verlo, dice en un susurro: "Pero, ¿por qué habéis venido? ¿Cómo estáis? Cuidaos... Id a reposar".

            La mañana transcurre en plegarias especiales, en todas las casas de Tortona y de Italia. Don Sterpi, al comprender que el peligro inmediato desapareció, consiente en trasladar a Don Orione a otra habitación, llamada del reloj, pared por medio con la capilla. A la siesta, nueva zozobra, porque la crisis se repite. Llega el profesor Manai, director del hospital de Alejandría, y le practica una sangría; hacia la noche puede decirse que se conjuró el temor de una catástrofe.

            En los corazones renace la esperanza. Tres días después, Don Orione expresa el deseo de escribir a sus hijos de América. Está sumamente débil: un mínimo esfuerzo sería contraproducente. Insiste: "En la enfermería - dice con un hilo de voz - debe haber una mesita con una ménsula móvil; así podré trabajar desde la cama...". Temen por él y se lo cuentan a Don Sterpi, quien pide le rueguen quedarse tranquilo por unos días.

            La invitación se pronuncia con palabras de afligida emoción. Una sombra de tristeza vela el rostro de Don Orione; luego los ojos se le encienden; "Díganle a Don Sterpi que renuncio a la salud, a la vida, pero que quiero cumplir con mi deber hasta el final...".

            Trata de escribir algunas líneas. "No puedo", suspira: la lapicera se le cae de la mano. "Escribe tú", pide al joven Zambarbieri, pasándole el papel.

            Y le dicta hasta bien entrada la noche una carta de muchas páginas para sus hermanos de las Casas de América. Comienza así:

            "Os escribo con un pie en la tumba y quisiera que recibáis estas palabras como de uno que está por morir...". Son las últimas disposiciones para aquellas Casas, el testamento espiritual para sus hijos lejanos.

|p3 Después de algunos días, Don Orione obtuvo el permiso de levantarse. Se sentía mejor. El 20 de febrero celebró Misa junto con sus clérigos a las 5,30 de la mañana. Tomó frío y contrajo una bronquitis, que lo postró durante diez días.

            Se inició entonces una controversia entre Don Sterpi y los médicos por un lado, y Don Orione, por el otro; en realidad, Don Sterpi era apoyado por toda la Congregación y el objetivo era que Don Orione se cuidase.

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