viernes, 14 de enero de 2022

15 ENERO 1988 DON GIUSEPPE ZAMBARBIERI




Don Giuseppe Zambarbieri de Pecorara (Piacenza),  murió en Roma en 1988, a los 73 años de edad,  y 46 de  sacerdocio muy joven entró en el Colegio "San Giorgio" de Novi Ligure, donde conoció y quedó fascinado por Don Orione al que siguió e imitó con devoción filial . Se convirtió en el primer sacerdote en 1941 y religioso, en 1943. Don  Zambarbieri  resolvió admirablemente las diversas tareas encomendadas a la Congregación, fue director de Novi Ligure y luego del Pequeño Cottolengo de Milán. En 1958 fue nombrado vicario general de la congregación y luego Superior General desde 1963 hasta 1975. Participó como invitado al Concilio Vaticano II y se convirtió en divulgador entusiasta.  de trato exquisito, inteligente y oportuno, con sólida doctrina y fidelidad eclesial, tenía unas relaciones profundas y eficaces con muchos clérigos en Italia y en otros lugares. En 1980, un ataque al corazón, lo sacó  prematuramente de actividad. Terminó su vida terrenal muy fructífera el 15/01/1988. Don  Zambarberi  disfrutó de la alta estima del Fundador, que reconoció su valor cuando todavía era un joven estudiante. "Tengo varios hijos buenos - escribió Don Orione,  uno de ellos, Zambarbieri, es una joya en todos los sentidos." Quería configurar completamente - intus et in cute -  con Don Orione. desde 15 de enero de 2000, su cuerpo descansa en la cripta del Santuario de la Virgen de la Guardia en Tortona, cerca de los Padres de la Congregación. Cuando se piensa en Don Giuseppe se piensa en una imagen viva de Don Orione porque interioriza las virtudes y el entusiasmo de las "cosas de Dios": el amor a la Iglesia, la fidelidad al Papa, la devoción a la Virgen, la 'atención a los últimos ... fueron los grandes ideales que hizo su permanecer cerca de Don Orione. Él fue capaz de dejar a la gente en un perfume de la santidad y humildad amable y edificante


15 ENERO 1922, PARTE UN CONTINGENTE DE MISIONEROS HACIA LA ARGENTINA

 



Los primeros misioneros

El 15 de enero de 1922 partió desde Génova otro contingente compuesto por cinco religiosos misioneros: el P. José Zanocchi, el P. Enrique Contardi, el P. José Montagna, el P. Carlo Alferano y el seminarista Francisco Castagnetti. Llegaron el 1º de febrero y fueron recibidos por Don Orione en el puerto de Río de Janeiro. Don Orione subió al barco para ocupar el puesto del P. Alferano, quien descendió y se trasladó a la casa de San Pablo a la que había sido destinado. De esta forma, Don Orione vuelve a asumirse como padre de sus religiosos, acompañando a los misioneros hasta Argentina.
Les mostró las obras ya establecidas: la iglesia de Victoria, con una escuela de “artes y oficios” y un hogar en Marcos Paz (provincia de Buenos Aires). Con ellos fue, para quedarse, el seminarista José Dondero
que sabía manejarse bien con el idioma castellano.. Esta vez Don Orione se quedó más de tres meses en nuestro país y escribió numerosas cartas a las demás casas inauguradas en Latinoamérica. Por medio de sus escritos estaba cercano y presente con todos.
Pero a la vez, desde Italia reclamaban por su regreso. Como allí hacía falta su presencia decidió ir preparando su viaje de retorno. El 19 de marzo de 1922 nombró al P. José Zanocchi su representante para las comunidades de Latinoamérica y el 13 de mayo partió de Argentina.
El 18 de junio, durante la navegación, escribió el inolvidable himno a la caridad: “Anhelo cantar el cántico divino de la caridad, pero no quiero esperar a cantarlo cuando me vaya al Cielo. Por tu infinita misericordia te suplico, oh Señor y Padre nuestro de mi alma, me concedas la posibilidad de iniciar este cántico desde la tierra; aquí, Señor, ante este amplio horizonte de aguas y cielo, desde este Atlántico que me habla de tu poderío y tu bondad...”.
Era un canto de alegría desbordante por lo vivido entre los más pobres, por haber podido llegar a tantos corazones con la luz de la fe. Era el canto de un hombre de Dios conmovido ante la necesidad de sus hermanos, convencido de que no se puede esperar para hacer el bien, que “ahora” es el tiempo oportuno para “centrarlo todo en Cristo” (Ef 1, 10). Era el canto esperanzador de aquel que sabe mirar lo que viene y hacer todo lo necesario para que suceda.