Don Giuseppe Zambarbieri de Pecorara (Piacenza), murió en Roma en 1988, a los 73 años de
edad, y 46 de sacerdocio muy joven entró en el Colegio
"San Giorgio" de Novi Ligure, donde conoció y quedó fascinado por Don
Orione al que siguió e imitó con devoción filial . Se convirtió en el primer
sacerdote en 1941 y religioso, en 1943. Don
Zambarbieri resolvió
admirablemente las diversas tareas encomendadas a la Congregación, fue director
de Novi Ligure y luego del Pequeño Cottolengo de Milán. En 1958 fue nombrado
vicario general de la congregación y luego Superior General desde 1963 hasta
1975. Participó como invitado al Concilio Vaticano II y se convirtió en
divulgador entusiasta. de trato
exquisito, inteligente y oportuno, con sólida doctrina y fidelidad eclesial,
tenía unas relaciones profundas y eficaces con muchos clérigos en Italia y en
otros lugares. En 1980, un ataque al corazón, lo sacó prematuramente de actividad. Terminó su vida
terrenal muy fructífera el 15/01/1988. Don
Zambarberi disfrutó de la alta
estima del Fundador, que reconoció su valor cuando todavía era un joven
estudiante. "Tengo varios hijos buenos - escribió Don Orione, uno de ellos, Zambarbieri, es una joya en
todos los sentidos." Quería configurar completamente - intus et in cute
- con Don Orione. desde 15 de enero de
2000, su cuerpo descansa en la cripta del Santuario de la Virgen de la Guardia
en Tortona, cerca de los Padres de la Congregación. Cuando se piensa en Don
Giuseppe se piensa en una imagen viva de Don Orione porque interioriza las
virtudes y el entusiasmo de las "cosas de Dios": el amor a la
Iglesia, la fidelidad al Papa, la devoción a la Virgen, la 'atención a los
últimos ... fueron los grandes ideales que hizo su permanecer cerca de Don
Orione. Él fue capaz de dejar a la gente en un perfume de la santidad y
humildad amable y edificante
viernes, 14 de enero de 2022
15 ENERO 1988 DON GIUSEPPE ZAMBARBIERI
15 ENERO 1922, PARTE UN CONTINGENTE DE MISIONEROS HACIA LA ARGENTINA
Los primeros misioneros
El 15 de enero de 1922 partió desde Génova otro contingente compuesto
por cinco religiosos misioneros: el P. José Zanocchi, el P. Enrique
Contardi, el P. José Montagna, el P. Carlo Alferano y el seminarista
Francisco Castagnetti. Llegaron el 1º de febrero y fueron recibidos por
Don Orione en el puerto de Río de Janeiro. Don Orione subió al barco
para ocupar el puesto del P. Alferano, quien descendió y se trasladó a
la casa de San Pablo a la que había sido destinado. De esta forma, Don
Orione vuelve a asumirse como padre de sus religiosos, acompañando a los
misioneros hasta Argentina.
Les mostró las obras ya establecidas: la
iglesia de Victoria, con una escuela de “artes y oficios” y un hogar en
Marcos Paz (provincia de Buenos Aires). Con ellos fue, para quedarse,
el seminarista José Dondero que sabía manejarse bien con el idioma castellano.. Esta vez Don Orione se quedó más de tres
meses en nuestro país y escribió numerosas cartas a las demás casas
inauguradas en Latinoamérica. Por medio de sus escritos estaba cercano y
presente con todos.
Pero a la vez, desde Italia reclamaban por su
regreso. Como allí hacía falta su presencia decidió ir preparando su
viaje de retorno. El 19 de marzo de 1922 nombró al P. José Zanocchi su
representante para las comunidades de Latinoamérica y el 13 de mayo
partió de Argentina.
El 18 de junio, durante la navegación, escribió
el inolvidable himno a la caridad: “Anhelo cantar el cántico divino de
la caridad, pero no quiero esperar a cantarlo cuando me vaya al Cielo.
Por tu infinita misericordia te suplico, oh Señor y Padre nuestro de mi
alma, me concedas la posibilidad de iniciar este cántico desde la
tierra; aquí, Señor, ante este amplio horizonte de aguas y cielo, desde
este Atlántico que me habla de tu poderío y tu bondad...”.
Era un
canto de alegría desbordante por lo vivido entre los más pobres, por
haber podido llegar a tantos corazones con la luz de la fe. Era el canto
de un hombre de Dios conmovido ante la necesidad de sus hermanos,
convencido de que no se puede esperar para hacer el bien, que “ahora” es
el tiempo oportuno para “centrarlo todo en Cristo” (Ef 1, 10). Era el
canto esperanzador de aquel que sabe mirar lo que viene y hacer todo lo
necesario para que suceda.