El amor filial al papa es la nota dominante
y caracteristico del santo cura de Tortona. «Mi fe es la fe del Papa, es la fe
de Pedro» (Scritti,
49, p. 116). Es su lección de vida, destinada no solo a los orioninos, a los
cuales les dijo: «Esta es la herencia que os dejo: que nadie nos debe superar
nunca en el amor y la obediencia, las más plena, la más filial, la más dulce al
Papa y a los Obispos» (Scritti, 20, p. 300). Pero su franca y radical fidelidad al magisterio del
papa, vivida abiertamente, profesada y proclamada siempre, sobre todo frente a
hechos y pensamientos que la amenazaban, en vez de ser señal de fanatismo
sectario, es condición para un abrazo de caridad universal, es nota esencial de
una espiritualidad abierta, sin límites. Una fidelidad-unidad que no fue para
don Orione freno en su avance, «a la cabeza de los tiempos», como decía, sino
garantía, punto de referencia, «seguridad de pisar las sendas de la
Providencia» (Scritti,
61, p. 215) con valor de pionero y clarividencia, en fronteras de acción no
exploradas todavía, en abrazos que parecían imposibles o incluso prohibidos,
con algunos hombres del modernismo y con personalidades de la cultura y de la
vida pública que seguían caminos de pensamiento y acción muy distintos de los
de la Iglesia.
De hecho, con esta profunda devoción al
sucesor de Pedro, estuvo «al lado de los papas», de cinco papas. Los cuales le
llamaron en varias circunstancias y le confiaron cuestiones espinosas y
delicadas, y a los cuales don Orione prestó con inteligencia servicios incluso
muy personales y, a veces, heroicos. Tocando el tema de la relación filial de
don Orione con los papas, entramos en el núcleo de la espiritualidad y de la
historia de este humilde, singular y santo sacerdote. Y leyendo sus biografías
no es difícil captar algunos datos de su acción al lado de los papas que
subieron al solio de Pedro durante el siglo XX.
Don Orione nació en 1872, dos años después
de la toma de Roma, en la época de
la desgarrada Cuestión romana y del pontificado del beato Pío IX. No tuvo la ocasión de conocer
personalmente a ese Papa, pero percibió, en los años de su formación, el clima
de conflicto que lo rodeaba, como también la fuerte “piedad papal” difundida en
amplios estratos del catolicismo italiano.

Luis Orione, seminarista en una foto de 1892
En 1892, clérigo de veinte años, preparó
una publicación, El mártir de Italia, con la que quería mostrar el valor del Sumo
Pontífice y denunciar las muchas falsedades ideológicas y políticas cometidas
contra su persona y su obra. «Pío IX», escribía don Orione, «fue la figura más
grande de nuestro siglo, el esforzado desenmascarador de la revolución falseada
en todas las formas, el amigo y el benefactor de los pueblos, el invicto atleta
de la verdad y de la justicia: sus obras serán inmortales y su largo
pontificado, de 32 años, formará en la historia de la Iglesia y de la Patria
una de las épocas más luminosas» (Messaggi di don Orione, n. 102, p. 31) fuente: 30 Giorni.
El Papa Pio IX falleció el 7 de febrero de 1878 El cuerpo fue enterrado en la gruta de la Basílica de San
Pedro y tres años después, se trasladó en procesión la noche el 13 de julio de 1881 a
la Basílica de San Lorenzo Extramuros, tal como él mismo había
señalado en su testamento. Cuando el cortejo se acercaba al río Tíber,
un grupo de romanos anticlericales amenazó con lanzar el ataúd al río.
Solo la llegada de un contingente de la milicia libró al cuerpo de Pío
IX de semejante acto.
Su lápida sepulcral ostenta la frase "Ossa et cineres Pii IX papae. Orate pro eo" (Huesos y cenizas del papa Pío IX. Rogad por él).