Don Luis Orione había viajado a la Argentina por invitación de Mons. Maurilio Silvani, secretario de la Nunciatura Apostólica, a quien había conocido en Italia. En la carta de invitación le decía: “Aquí hay para elegir. Monseñor Francisco Alberti, obispo electo de La Plata, le costea el viaje y se encarga de conseguirle una buena residencia, lo más cercana posible a la capital argentina; se habla de ofrecerle un orfelinato en Mar del Plata, una colonia agrícola en Pergamino... pero venga, venga pronto, en noviembre, que en Argentina es el mes de la Virgen María y de las flores. Aquí no hay nada para los pobres, no hay nada para los niños abandonados, para los desamparados...”
Desde hacía unos meses, Don Orione se encontraba en Brasil, acompañando a sus religiosos que años atrás habían comenzado una misión allí. De modo que al recibir la carta, acepta la propuesta. Finalmente, la noche del domingo 13 de noviembre de 1921 desembarca en el puerto de Buenos Aires. Lo recibe Mons. Silvani y lo acompaña hasta la casa de los Padres Redentoristas, anexa a la iglesia de las Victorias, en pleno centro de Buenos Aires. Allí se traslada con sus sueños a cuesta, con incertidumbres y expectativas alimentadas a base de una gran certeza: Dios sabía muy bien lo que estaba haciendo...
Pisó suelo argentino por primera vez el 13 de noviembre de 1921. Al día siguiente monseñor Alberti, obispo de La Plata, le propuso aceptar la iglesia de Victoria (capellanía de San Fernando, en el norte del Gran Buenos Aires). La iglesia y la casa estaban abandonadas por falta de sacerdote. Le ofrecían numerosas obras y Don Orione, misionero de corazón sin fronteras, no podía elegir una y dejar otras.
En primer lugar fue a visitar la iglesia donde algo asombroso pasó: lo acompañaban Mons. Silvani, el P. Cullen y el P. Maximiliano Pérez en lo que sería un momento inolvidable: “Y mientras nosotros –escribiría después monseñor Silvani– observábamos y admirábamos las bellas líneas de la iglesia, [Don Orione] pareció perder el conocimiento; vimos que se separaba, con los brazos en alto y lo escuchamos gritar, como nunca lo habíamos escuchado, de alegría y entusiasmo, y como un niño lo vimos correr gritando siempre hacia la imagen de la Virgen que había llamado su atención y arrodillarse y rezar, conmovido y casi transfigurado... No entendíamos y le preguntamos por qué tanta efusión; él, señalando a la Virgen de la Guardia en el altar, dijo: ‘Pero ¿acaso no lo ven? ¡Es la Virgen de la Guardia! Vine a Argentina con la intención de edificar una iglesia a la Virgen, pero la Virgen fue más diligente que yo y me la da ya hecha... Cuando partí de Génova prometí consagrarle todas mis obras en América y ahora me siento feliz de verla honrada aquí’. Y dijo que aceptaba la iglesia sin pensarlo siquiera”. La Providencia, esa amiga inseparable de Don Orione, disponía todo lo necesario para que ese hombre con corazón de niño, ese sacerdote alegre y apasionado, ese soñador santo, hiciera la voluntad de Dios en tierra argentina.
Presencia orionita en Argentina
Fue el mismo Don Orione quien puso los cimientos de la Congregación en esta tierra argentina a la que amó hasta el punto de considerarla su segunda patria, entregando sin límites su esfuerzo y su corazón en favor de la atención a los más necesitados.