Hoy 3 de enero, celebramos el Santísimo Nombre de
Jesús, sólo ante el cual se dobla toda rodilla, en los cielos, en la tierra, en
los abismos, para gloria de la Divina Majestad.
Ha sido una buena noticia para toda la Iglesia. El
nombre más grande que existe bien merecía un día fijo en el calendario
cristiano. Por un tiempo iba unido a la fiesta de la Circuncisión del Señor, en
la Octava de Navidad, 1 de enero, pero luego fue sustituida por la de Santa
María Madre de Dios.
Una buena noticia, sí: un día, cercano a la Navidad,
para celebrar el Santísimo Nombre de Jesús.
Antes de que Dios se encarnara hubo otros que llevaron
ese nombre bendito: Josué Jesús), el sucesor de Moisés al frente de Israel;
Jesús hijo de Sirac, autor del Eclesiástico; Jesús hijo de Eliezer y padre de
Er, en la genealogía de Cristo. El significado siempre es el mismo: Yehósúa o Yesúa,
que quiere decir Yahvé salva. Pero sólo Jesucristo realiza lo que su nombre
significa, y lo hace en beneficio del hombre caído al que viene a salvar.
El nombre de Jesús es elegido por Dios, según anuncia
el ángel Gabriel a María: Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le
pondrás por nombre Jesús (Lc 1, 31). Luego, el ángel le explicará a José el
significado del nombre: María, tu mujer… dará a luz un hijo, y tú le pondrás
por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados (Mt 1, 20-21).
Al llegar el momento, María y José cumplieron lo que el cielo les había
indicado: Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron
por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción (Lc 2,
21).
Sólo Jesús podía reemplazar su nombre por el Yo
personal, y ese Yo tenía toda la fuerza del Dios que salva: Yo iré a curarle
(Mt 8, 5), anuncia al centurión que le pide la curación de su criado. Jesús
realiza todos los prodigios en su propio nombre. Hasta su propia resurrección:
Destruid este templo y yo lo levantaré en tres días (In 2, 19). Sin embargo,
los discípulos de Jesús sólo en su nombre podrán hacer prodigios: Echarán
demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus
manos y, si beben veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los
enfermos, y quedarán sanos (Mc 16, 17-18). Es lo que hicieron los apóstoles
Pedro y Juan, cuando el tullido les pidió limosna, y Pedro le dijo: No tengo
plata ni oro, te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a
andar (Hch 3, 6). Pedro estaba convencido de haber hecho un favor a un
enfermo…, pues quede bien claro que ha sido el nombre de jesucristo Nazareno…
Ningún otro puede salvar; bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que
pueda salvarnos (Hch 4, 8-12).
Pablo, el enamorado de Cristo Jesús, en un arrebato de
fe y de exaltación espiritual, exclama entusiasmado ante el Señor que se
despoja de su rango, y toma condición de esclavo, y se rebaja hasta someterse a
una muerte de cruz: Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el
Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es
Señor, para gloria de Dios Padre (Flp2, 6-11