Nosotros no queremos ni grados ni honores, nosotros queremos a los pobres, nosotros queremos ser pobres, nosotros queremos estar con los más pobres y los pobres nos quieren mucho e incluso si se cerrasen las iglesias nos dejarían nuestros pobres y seríamos nosotros quienes todavía podríamos hacer el bien.
Los comunistas han venido a traernos los paquetes de arroz para distribuirlos entre los refugiados, porque se fiaban de nosotros.
Cuando asaltaron el palacio episcopal (en Tortona en 1917) y querían arrastrar al obispo por las calles y las iglesias estaban cerradas, fueron los pobres Hijos de la Divina Providencia con sus pechos como escudos a defender la primera autoridad de la diócesis y sin palos. ¡Se dieron por vencidos! El pueblo sabe quién es amigo del pueblo, el pueblo sabe que nosotros no somos enterradores y cuando decían que estábamos locos hasta el punto de llevar a los clérigos con las carretillas y las palas en procesión, no pretendimos hacer cosas raras, sencillamente queríamos llevar a aquella gente de San Bernardino (un barrio de Tortona) que en un tiempo había asaltado al obispado, la llevábamos a la catedral, y cuando pedimos que el Obispo saliera al balcón, buscábamos hacer un acto de reparación.
Si estamos con los pobres nos dejarán vivir y nos respetarán, pero es necesario
volver a la fuente y en cuanto se pueda hay que deshacerse de los institutos ricos:
San Giorgio, el Dante. Dádselos a quienes los quieran.
Nosotros estamos para los pobres, para los más pobres, no lo olvidéis nunca, hacedlo sangre de vuestra sangre, vida de vuestra vida, ésta es la vida de la Congregación. Mientras que en nuestras casas no se encuentren sofás, salas modernas, etc, nosotros mantendremos el espíritu de la Congregación.
Debemos hacer nuestros a los huérfanos, los ancianos, los débiles, porque incluso cuando vinieron las turbas rojas e invadieron el obispado y destrozaron hasta las ollas de la cocina, y cuando subieron al piso superior y estaban para forzar el salón del obispo, los pobres (los Hijos de la Divina Providencia) lo impidieron.
Los oficinistas no se han acercado a dar la cara. Los soldados llegaron minutos más tarde, y si se descuidan un poco más, ¡quién sabe lo que hubiese sucedido!
Todos pudieron ver a los pobres hijos hacer de sus pechos, escudos; y sin porras, entonces todavía no estaban de moda (referencia a la violencia fascista), y nos respetaron y salvamos al obispo que se había proclamado intervencionista.
Aquella procesión que cada año sale del suburbio rojo de san Bernardino y llega hasta el Obispado quiere tener un gran significado.
La Iglesia ha nacido con los pobres, el Evangelio es para los pobres (también para los ricos, pero que son <<pobres de espíritu>>). Los diáconos de la Iglesia se ocupaban de los pobres.
Es necesario que volvamos a los pobres y sobre todo debemos volver a lo que fue en otros tiempos. Pero ¿por qué veranear en la montaña, o en el mar?
Queremos ser una fuerza en manos de la Iglesia, sin protagonismo, pero debemos entrelazar el amor a Cristo, a las almas y el amor a los pobres. Es el secreto éxito.
Unamos también el amor a la patria y también sin protagonismo, sin ostentación, sin política.
Estas palabras mías son un poco fuertes, pero vosotros tomad su sustancia y veréis el anhelo que tengo de que la Congregación viva su espíritu y no se fosilice,
porque nosotros estamos ya decrépitos, nos hemos desviado ya del espíritu primitivo.
Es necesario volvernos a poner en camino, es necesario que hagamos algo más.
Debemos acercarnos al pueblo y a los humildes. El porvenir es del pueblo y nosotros no debemos perder al pueblo.