El 7 de mayo de 1901, Don Orione decidió dar el paso más importante y comprometido: se "abandonó" a la protección de María; lo esperaba todo de su intercesión. Fue entonces a ver al Obispo, a pesar de que éste se encontraba en Vigevano pasando unos días de descanso: fue hasta allí y se arrodilló ante él.
Dejémoslo contar a él: "... Fui a hacerle comprender que no puedo seguir así y que necesito personal. Me dijo que me hiciese aprobar por Roma y me dirigiese a otros Obispos, y que lo iba a molestar hasta cuando se proponía disfrutar de un momento de paz. Me vinieron ganas de llorar. La noche anterior me había sentido mal... En el tren tuve vómitos y quedé en un estado lastimoso: debía bajar en todas las estaciones. Llegué a Vigevano gracias al Señor y me fui de allí muy abatido".
El drama se desencadena. Don Orione volvió a casa con el corazón destrozado y sin esperanzas; pero, evidentemente, la Virgen de Pompeya no lo olvidaba: "Pero luego, al día siguiente, demostrando lo bueno que es, mira lo que me escribió nuestro Obispo".
Era una carta fechada el 8 de mayo, en que Monseñor Bandi le decía que preparara a sus ordenandos, y que en cuanto estuviera todo listo, les asignaría una función especial; y agregaba: "Que el Señor te conceda el poder comprender un día que siempre quise para ti el mayor y el más legítimo bien".
La tormenta se transformó en calma y la gratitud brota del corazón de Don Orione: "También yo os amé siempre entrañablemente, y me dolió profundamente, anteayer, sentir que me enviabais a otros obispos. Si no conociese el corazón de Vuestra Excelencia no habría ido a Vigevano. Fui, aunque no me sentía bien, encomendándome al Señor y a Vuestra bondad de Padre. Y pedí las ordenaciones porque necesito personal y para que a mi alrededor no crezca el desierto. Y me puse a llorar, no porque me decíais que no, sino porque mi corazón estaba transido de dolor y se sentía, en aquel momento, oprimido por algunas justísimas expresiones acerca de mi ingratitud...: siempre estuve seguro de que no dudaríais de nosotros. Y cuando Vuestra Excelencia me hablaba de otro modo, siempre pensé que lo hacíais para probar mi fidelidad y devoción..." <95>.