Hacia los bellos tiempos de la Iglesia
De los escritos de Don Orione. (16 de diciembre de
1921)
“Felices los ojos que vean unirse el Occidente y el
Oriente para dar lugar a los mejores días de la Iglesia”, proseguía el gran
Obispo.
¡Nada podrá resistir a la caridad de Jesucristo y de
su vicario: ¡a la caridad de los obispos y sacerdotes que darán todo lo que
poseen, y su propia, vida para ser sacrificios divinos del amor de Dios entre
los hombres! Y será una caridad ilustrada, que no rechazará ni la ciencia ni el
progreso, ni nada de lo que es noble y haya signado la elevación de las generaciones
humanas.
Caridad alegre que nunca se turbará y que, por ser veraz y auténticamente de Dios, no despreciará a la razón sino que le dará el lugar de honor que le corresponde; y le dará más importancia a la razón de la que le han dado hasta ahora muchos de los que parecían o se decían sus defensores, cultores, y hasta adoradores. Una caridad “que no cierra puertas”, como diría nuestro Dante; una caridad divina, que edifica y unifica en Cristo; que surge de las raíces de la revelación; que saldrá de la boca de la Iglesia santa y apostólica de Roma y bajará del cielo, como río viviente, porque brota del corazón mismo de Jesús crucificado, e inaugurará, caracterizará, la época más importante, más cristiana, y más civilizada del mundo.
¡Y habrá cielos nuevos y una tierra nueva! Y la cruz
brillará en el cielo de las inteligencias, y dará a los pueblos nueva luz y
esplendor de vida y de gloria: brillará con luz suave e inextinguible, como Constantino
la viera brillar en el firmamento de las batallas.
Y aunque la vida siempre habrá de ser una lucha
constante por la virtud, la bondad, el perfeccionamiento, se transformará en un
ágape fraterno en el que todos den, en lugar de reclamar.
Y cada uno tendrá un corazón que vivirá de Dios, y se sentirá
y será obrero de Dios: feliz de dar la vida por la justicia, por la verdad, por
la caridad, por Jesucristo, que es Camino, Verdad, Vida, Caridad, y habrá un
solo rebaño bajo la guía de un solo Pastor: Cristo Señor y Redentor nuestro, el
cual, en su vicario, el Papa, “el dulce Cristo en la tierra”, reinará con tanta
gloria que desbordará todo pensamiento humano y toda esperanza de los buenos, y
toda la tierra verá que el único verdaderamente grande es nuestro Señor Jesucristo.
¡Y el Papa no será sólo el “padre del pueblo cristiano”, como dijera san Agustín
(Ep!50), sino el Padre del mundo entero, hecho cristiano; todo el mundo se
apoyará en él, girará en torno a él y obtendrá vida, salvación y gloria sólo de
él. Es cierto que parece imposible, todo esto, y una locura; y no será el
hombre el que lo hará, el que pueda realizarlo, sino la mano de Dios. Será la
misericordia infinita de Jesús, venido por nosotros, pecadores: será la divina
e infinita caridad de Jesús crucificado que quiere que su redención sea
copiosa: que los hombres tengan vida, y la tengan en abundancia. ¡Y será esa la
hora de Dios, el gran día de Jesús, Señor, Salvador y Dios nuestro! Y Jesús
derrotará al mundo así: en la caridad, en la misericordia.
Destruyamos incesantemente el egoísmo, y crezcamos en
amor a Dios y a los hermanos: crezca Dios en nosotros de tal manera que ya no
seamos nosotros los que vivamos sino él, y llenemos la tierra con un ejército
nuevo: un ejército de víctimas que derroten a la fuerza: un ejército de sembradores
de Dios, que siembran su propia vida, para sembrar y cultivar a Jesús, el
Señor, en el corazón de sus hermanos y del pueblo; formemos un ejército grande,
invencible: ¡el ejército de la caridad, bajo la guía de Jesucristo, de la
Santísima. ¡Virgen, del Papa, de los obispos! El ejército de la caridad
devolverá a las extenuadas masas humanas la vida y la luz fuerte y suave de
Dios, capaz de revitalizar al mundo todo, y todas las cosas serán restauradas
en Cristo, como dijo san Pablo