En 1899 Don Orione fundaba la rama de su
congregación que tomó el nombre de “Ermitaños de la Divina Providencia”. Se
trataba de buenos cristianos, también indoctos, deseosos de consagrarse a Dios
y actuar ese “ora et labora” que en
la espiritualidad de Don Orione tendrá siempre un gran relieve.
Para ellos había obtenido esa abadía de San
Alberto de Butrio que, floreciente alrededor del año 1100, había estado por largos
siglos abandonada aún manteniendo el aspecto de los fastos antiguos. El lugar
es encantador por naturaleza y por arte. Don Orione lo restituyó a la primitiva
finalidad poblándolo de almas laboriosas y orantes, sus ermitaños precisamente.
Don Domenico Sparpaglione, primer biógrafo de
Don Orione, narra la profesión, en manos de don Orione, de uno de ellos, fray
Basilio, en el siglo Sebastiano Bibanel, acaecída a fines de julio o a
principios de agosto de 1900.
“Entre los primeros frailes que debían tomar el
hábito en San Alberto, estaba el rudo y simple fray Basilio, de cejas tupidas
negras y largas, entre las cuales brillan dos ojos fríos como una hoja de
acero, que harían de él un terrible compañero de caminos solitarios, mientras
es el hombre más pacífico de este mundo.
Don Orione, el día establecido para la toma del
hábito, se había dirigido a Varzi con el propósito de subir a San Alberto por
la tarde, y fray Basilio debía esperarlo en la ruta provincial frente a
Pizzocorno para hacer juntos la subida. Estaba naturalmente vestido de civil,
pero bajo el brazo, envuelta no se si en un diario o en otra cosa, cuatodiaba
celosamente su hábito de un hermoso color beige claro.
Pasan las primeras horas de la tarde y Don
Orione no se ve. Los compromisos lo demoran. Finalmente aparece, al atardecer.
Y ve a su futuro fraile y constata la imposibilidad de hacer esa subida que no
requiere menos de dos horas. Pero no se desalienta por tan poco. El buen Basilio está tan ansioso
y turbado por tener que diferir la ceremonia deseada durante tanto tiempo, que
da pena verlo. La decisión está tomada. Se hará la vestición en la calle, al no poder subir al ermitorio. No
quisiera ser mal entendido. No se trata de una burla. Todo se cumple con la
máxima seriedad y no sabría decir quién estaba más serio si fray Basilio o Don
Orione. Ambos descienden el borde de la calle y se encuentran en un prado,
reparados de las miradas de los que pasan por una larga fila de árboles. Don
Orione recita de memoria la fórmula ritual, luego, llegado el momento, le quita
la chaqueta al novicio y le coloca el hábito santo. Desgraciadamente Fray
Basilio había venido sin el cordón, pues confiaba en las reservas del
ermitorio.
“Buscan en los bolsillos una cuerda o un hilo y
no encuentran. Entonces Don Orione tiene una idea luminosa. Arranca de una
morera una rama flexible y con eso ciñe devotamente la cintura de Fray Basilio
que esa misma tarde emprende la subida de San Alberto y llega recibido
festivamente por sus cohermanos a los cuales narra la singular y franciscana
aventura” (Sp. 266).