
SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS (1873-1897) nos habla de cómo
la providencia de Dios se sirvió de ella para poder llevar el amor y el perdón
a un criminal llamado Pranzini (MA f. 46) o cómo se le apareció la Virgen María
para curarla, cuando estaba gravemente enferma, y dice: lo que me llegó hasta
el fondo del alma fue la encantadora sonrisa de la Santísima Virgen (MA f. 30).
Igualmente, nos cuenta cómo Dios le demostraba su amor providente en pequeños
detalles como el hacer caer nieve el día de su toma de hábito. Dice: Siempre
había deseado que el día de mi toma de hábito la naturaleza estuviese como yo,
vestida de blanco... ¡Qué delicadeza la de Jesús!, cumpliendo los deseos de su
pequeña prometida, le daba nieve ¿Qué mortal por poderoso que sea puede hacer
caer nieve del cielo para complacer a su amada? (MA fol 73).
Es famoso el milagro, realizado por santa Teresita del Niño
Jesús en el convento de las carmelitas descalzas de Gallípoli (Italia) en enero
de 1910. La Priora estaba triste y angustiada, porque tenía muchas novicias y
no podía pagar todas las deudas que se acumulaban para seguirlas sustentando.
Una tarde, se le apareció santa Teresita y la tranquilizó y le aseguró que le
ayudaría en esa difícil situación. De hecho, la Madre Priora encontró
milagrosamente en la caja de la comunidad una extraordinaria cantidad de
dinero, suficiente para cancelar todas las deudas acumuladas y seguir
sustentando a sus novicias.
El obispo decidió investigar este suceso y, siguiendo la
pista proporcionada por la numeración de los billetes de 50 liras, logró
descubrir que esa gran cantidad de dinero, con que santa Teresita había
proveído al Monasterio, había sido rescatada por la santa de las ruinas del
gran terremoto de Mesina. Pertenecía al lote de divisas que el Banco de Italia
de Nápoles había remitido al Banco de Italia de Mesina, donde había
desaparecido bajo los escombros del terrible sismo. Este milagro fue
considerado para su beatificación, que tuvo lugar el 29 de abril de 1923
SAN JOSÉ BENITO COTTOLENGO (1786-1842) es un santo que creía
especialmente en la providencia de Dios. Su vida de caridad y amor a los más
pobres y enfermos comenzó un 2 de setiembre de 1827. Una mujer francesa, Ana
María Gonnet, llegó a Turín con su esposo y sus cinco hijos. Ella estaba
embarazada y muy enferma y no la querían recibir en ningún hospital de la
ciudad, muriendo a las pocas horas. Don José Cottolengo había acudido a darle
la unción de los enfermos y, ante su cadáver, inspirado por Dios, sintió la
necesidad de crear hospitales para atender a aquellos enfermos que nadie
recibía. Así comenzó su obra social, basada en la divina providencia. Al
principio, fue solamente una pequeña casa, que tuvo que cerrar por orden del
Gobierno, pero después comenzó otra nueva en los suburbios de Turín, Pequeña
casa de la divina providencia. Actualmente, hay cien casas como ésta de
pequeños cottolengos en Italia, USA, India y África.
Para atender a sus enfermos fundó una Congregación de
religiosos y otra de religiosas. También fundó varios conventos de vida
contemplativa
Durante su vida, atendía a cientos de enfermos, a quienes
daba de comer gratuitamente con ayuda de bienhechores, que eran para él la mano
de la divina providencia. Sin embargo, en algunas ocasiones, la providencia le
hacía esperar y hasta en alguna oportunidad lo denunciaron por no pagar. Pero,
de hecho, ninguno de sus acreedores quedó sin pagar y todos hicieron buen
negocio con él. Se puede decir, en verdad, que todas sus obras sociales las
hizo con crédito y en nombre de la divina providencia.
En una oportunidad, las deudas eran de 100.000 liras;
entonces un obrero ganaba una lira y media al día y un médico ganaba de mil a
dos mil liras en todo un año. En ese tiempo, daban de comer y atendían
gratuitamente a 900 enfermos diarios. Algunos acreedores lo denunciaron al
arzobispo y ante la justicia. Pero en menos de dos meses pagó la deuda. El rey
le envió 5.000 liras, el canónigo Valletti dejó 36.000 liras en herencia y el
senador Giuseppe Roberi le dio una propiedad de 40.000 liras. Ellos fueron, en
esa oportunidad, los instrumentos de la providencia para pagar sus deudas. En
el momento de su muerte, todas las deudas que tenía quedaron pagadas con la
herencia del canónigo Anglesio, que sucedió al santo en la conducción de la
obra social.
De san José Cottolengo solía decirse que tenía más fe en
Dios y en su providencia que todos los habitantes de Turín juntos. Él decía a
sus colaboradores: Si guardamos pan y dinero para mañana, para el mes próximo o
para el año que viene, ofendemos la providencia divina, pues ella es la misma
hoy, mañana y siempre. Decía también: El Señor piensa en nosotros más de lo que
nosotros pensamos en Él y hace todas las cosas infinitamente mejor de lo que
nosotros podemos pensar. Su providencia hace siempre las cosas bien.
A la Virgen la nombró señora y patrona de la Pequeña casa de
la divina providencia.