“Debemos ser santos, pero
santos de tal manera que nuestra santidad no pertenezca sólo al culto de los
fieles, ni sea sólo de la Iglesia, sino que trascienda y ofrezca a la sociedad
tanto esplendor de luz y de amor a Dios y a los hombres, de modo que más que santos
de la Iglesia, seamos santos del pueblo y de la salvación social”
Abramos a las multitudes un mundo nuevo y divino,
adaptémonos con caritativa dulzura a la comprensión de los pequeños, de los
pobres, de los humildes. Queramos ser almas ardientes de fe y de caridad.
Queramos ser santos vivos para los demás, muertos a nosotros mismos.
Cada una de nuestras palabras debe ser un soplo de
cielo abierto: todos deben sentir la llama que arde en nuestro corazón y la luz
de nuestro incendio interior; encontrar en nosotros a Dios y a Cristo.
Nuestra devoción no debe dejar fríos y aburridos
porque debe ser verdaderamente toda viva y plena de Cristo. Seguir los pasos de
Jesús hasta el Calvario, y luego subir con Él a la Cruz o a los pies de la Cruz
morir de amor con Él y por Él. Tener sed de martirio. Servir en los hombres al
Hijo del Hombre.
Para conquistar a Dios y aferrar a los otros, es
necesario antes, vivir una vida intensa de Dios en nosotros mismos, tener
dentro de nosotros una fe dominante, un ideal grande que sea llama que arde y
resplandece –renunciar a nosotros mismos por los demás– que nuestra vida arda
en una idea y en un amor sagrado más fuerte.
El que obedezca a dos patrones –a los sentidos y al
espíritu– nunca podrá encontrar el secreto de conquistar a las almas. Debemos
decir palabras y crear obras que sobrevivan a nosotros. Mortificarnos en
silencio y secretamente. Sigue tu vocación y mantiene con fidelidad tus votos.
Honrémonos de hacer los más humildes servicios
domésticos.
Debemos ser santos, pero hacernos tales santos que
nuestra santidad no pertenezca solamente la culto de los fieles, ni esté sólo
en la Iglesia, sino que trascienda y arroje sobre la sociedad tanto esplendor
de luz, tanta vida de amor a Dios y a los hombres para llegar a ser, más que
los santos de la Iglesia, los santos del Pueblo y de la salvación social.
Debemos ser una profundísima vena de espiritualidad
mística que penetre todos los estratos sociales: espíritus contemplativos y
activos «siervos de Cristo y de los pobres». No se entreguen a la vanidad de
las letras no se dejen envanecer por las cosas del mundo.
Comunicarse con los hermanos sólo para edificarlos,
comunicarse con los otros sólo para difundir la bondad del Señor.
1. amar en todos a Cristo;
2. servir a Cristo en los pobres;
3. renovar en nosotros a Cristo;
4. y todo restaurarlo en Cristo
Salvar siempre, salvar a todos,salvar a costa de
cualquier sacrificio con pasión redentora y con holocausto redentor.
Grandes almas y corazones grandes y magnánimos,
fuertes y libres conciencias cristianas que sientan su misión de verdad, de fe,
de elevadas esperanzas, de amor santo a Dios y a los hombres, y que en la luz
de una fe grande, grande, justamente «de aquélla» en la Divina Providencia y
caminen, sin mancha y sin miedo, por el fuego y por el agua y aún entre el fango
de tanta hipocresía, de tanta perversidad y libertinaje.
Llevemos con nosotros y muy dentro de nosotros el
divino tesoro de aquella Caridad que es Dios, y aun debiendo estar entre la
gente, conservemos en el corazón aquel celeste silencio que ningún rumor del
mundo puede romper y la celda inviolable del humilde conocimiento de nosotros
mismos, donde el alma habla con los ángeles y con Cristo Señor.
El tiempo que ha pasado, no lo tenemos más: el tiempo
futuro no estamos seguros de poseerlo: entonces sólo este punto del tiempo
presente tenemos, y no más. En torno nuestro no faltarán los escándalos y
falsos pudores de los escribas y de los fariseos, ni las insinuaciones
malvadas, ni las calumnias y persecuciones.
Pero, oh Hijos míos, no debemos tener tiempo para
«volver la cabeza y mirar el arado» nuestra misión de caridad nos estimula y
nos apremia tanto cuanto el amor del prójimo nos enciende y el fuego divino y
ardiente de Cristo nos consume.
Nosotros somos los embriagados de la caridad y los
locos de la Cruz de Cristo Crucificado. Sobre todo con una vida humilde, santa,
plena de bien, enseñar a los pequeños y a los pobres, a seguir la vía de Dios.
Vivir en una esfera luminosa, arrobados de luz y
divino amor a Cristo y a los pobres, y de celeste rocío como la alondra que
vuela, cantando, bajo el sol. Que nuestra mesa sea como el antiguo ágape
cristiano.
¡Almas y almas! Tener un gran corazón y la divina
locura de las almas.