Texto tomado de un artículo escrito por Don Orione para una revista diocesana; en él el Beato indica los caminos seguros de la oración y de la Divina Providencia.
En toda Italia –y en el mundo, por otra parte– hay una fatal mescolanza de principios, de la que de pende el futuro de esta querida tierra nuestra, tan hermosa y tantas veces tan desafortunada.
La Iglesia tiene la victoria asegurada porque así se lo ha prometido él Señor; pero es voluntad de Dios que sus hijos todos, se ganen esa victoria. La mejor arma que todos podemos usar, sigue sien do siempre la oración. Queridos hermanos, que el barullo de los hombres que no comprenden las cosas del espíritu, no sofoque nunca la suave melodía de nuestras almas. Más aún, a la gritería de los insensatos que pretenden sembrar odio en el corazón del pueblo, opongamos le la armonía y la caridad de nuestras plegarias.
Oremos, pues, hermanos; acudamos a los pies de la Virgen des de donde se derraman sobre la tierra entera las aguas vivificantes de la piedad y del dulcísimo amor de Dios. Corran a los pies de la Santísima Virgen, almas oprimidas por el dolor y acosadas por las desventuras. ¡Vayan hacia Ella, que es bondad, mansedumbre, gracia, que es la Madre de la divina misericordia!
Hay una voz que, como una oleada balsámica, nos invita constantemente a elevar los corazones, a orar, amar a la Santísima Virgen... Esa voz es la voz de la civilización, que se nutre de amor y vive de conductas benévolas; es la voz de la caridad, voz que anuncia que la llama encendida por Jesús entre los hombres, no se ha apagado; más aún, es la auténtica voz de la humanidad, dado que al hombre le resulta intolerable una vida en medio del odio, la violencia de las pasiones, en medio de crueldades de destrucción y muerte.
¡Animo, pues, invoquemos a la Santísima! ¡Virgen! Cerremos filas en torno a los altares de nuestra santísima y queridísima Madre del cielo, ¡y oremos!
El mundo se burlará de nosotros, para eso está; y no so ros cumpliremos nuestro deber orando; nuestros espíritus saldrán fortalecidos, y nos forma remos para la vida y para una acción verdaderamente católica y duradera, y apresuraremos el día de la restauración cristiana y de la paz.
Es María, en los planes de Dios, la encargada especial de la obra de la paz universal en el mundo. Nadie mejor que Ella. Invoquémosla, pues, con todo el impulso del alma; invoquémosla, sin cesar, llenos de confianza filial; pidámosle que nos ayude a ser mejores, más fervorosos en la oración y en las obras bue nas en favor de los humildes.
Y así él Señor estará con nosotros, sin ninguna duda, y la victoria no será para la prepotencia de la fuerza o la impiedad, si no para la fe activa y laboriosa, como él Señor nos lo prometió.