(...) Me parece que Nuestro Señor Jesucristo me está llamando a un alto nivel de
caridad, por lo que en algunas ocasiones el Señor oprime mi corazón y entonces necesito que llore o ría de gran caridad y corra. Es algo que no puede expresarse bien, pero es un fuego grande y suave que tiene necesidad de extenderse y de encender toda la tierra.
Querido señor Don Perosi, perdóneme si le digo esto, tengo miedo también que sea soberbia, pero es algo tan grande que no sé explicarlo.
Siento una gran necesidad de arrojarme en el corazón de Nuestro Querido Señor Crucificado y de morir amándolo y llorando de caridad, y me parece que nuestro
Señor debe estar muy enojado conmigo: porque le digo siempre que soy todo suyo y después no lo soy nunca.
Siento que haría muy mal, si no comenzase enseguida y por lo tanto deseo y quiero comenzar en este momento, mientras escribo estas líneas, a ser todo de Jesús crucificado y a consumirme entero de caridad.
Lo que le decía el otro día era poder abrazar todas las almas y salvarlas todas, todas. Y mientras tanto comenzar a implantar colegios pontificios, es decir todos de Jesucristo y salvar y salvar. Siento que tengo necesidad de correr por toda la tierra y por todos los mares, y me parece que la caridad inmensa de Nuestro Señor Jesús dará vida a todas las tierras y a todos los mares y todos invocarán a Jesucristo.
A la sombra de cada campanario nacerá una escuela católica, a la sombra de cada cruz un hospital: los montes darán paso a la caridad grande de Jesús Nuestro Señor, y todo será instaurado y purificado por él.
(...) Siento que todavía no le he dicho nada de cuanto siento. Tengo también una gran necesidad de tener un confesor que me entienda, y quisiera que tuviese el corazón grande, grande como San Francisco de Asís o como San Vicente de Paul, y me parece que todavía sería poco.
Pero quizás esto sea soberbia. ¿Qué le parece? Dígamelo y rece por mí.
Fuente El Espíritu de Don Orione Vol I