10/12/2015) Ciudad del Vaticano -
Durante la catequesis de la audiencia general del segundo miércoles de
diciembre, la primera del Año Jubilar, con varios miles de fieles y
peregrinos de numerosos países celebrado en la Plaza de San Pedro
precisamente al día siguiente de la solemne apertura de la Puerta Santa
de la Basílica Vaticana, y tras la apertura que realizó el I Domingo de
Adviento en la Catedral de Bangui, en la República Centroafricana, el
Obispo de Roma ofreció su reflexión respondiendo a la pregunta: “¿Por
qué un Jubileo de la Misericordia?”.
El Santo Padre explicó que la Iglesia
tiene necesidad de este momento extraordinario, puesto que en nuestra
época, de profundos cambios, está llamada a ofrecer su contribución,
haciendo visibles los signos de la presencia y de la cercanía de Dios.
De modo que el Jubileo es un tiempo favorable para que contemplando la
Divina Misericordia, que supera todo límite humano y resplandece sobre
la oscuridad del pecado, podamos llegar a ser testigos más convencidos y
eficaces.
Dirigir la mirada a Dios, Padre
misericordioso, y a los hermanos necesitados de misericordia – dijo
también el Papa – significa dirigir la atención al contenido esencial
del Evangelio, es decir, a Jesucristo, la Misericordia hecha carne, que
hace visible el gran misterio del Amor trinitario de Dios.
El Papa Bergoglio también afirmó que
este Año Santo se nos ofrece para experimentar en nuestra vida el toque
dulce y suave del perdón de Dios con su presencia y cercanía, de modo
especial en los momentos de mayor necesidad. Por eso lo definió un
momento privilegiado para que la Iglesia aprenda a elegir únicamente “lo
que a Dios más le gusta”, es decir, “perdonar a sus hijos, tener
misericordia de ellos, a fin de que ellos, a su vez, puedan perdonar a
sus hermanos, resplandeciendo como antorchas de la misericordia de Dios
en el mundo”.
Además, el Pontífice destacó que la
necesaria obra de renovación de las instituciones y de las estructuras
de la Iglesia es un medio que debe conducirnos a experimentar la
misericordia de Dios que es la que garantiza a la Iglesia que sea esa
ciudad sobre un monte que no permanece escondida (Cfr. Mt 5, 14).
Y recordó que de este modo reforzaremos
nuestra certidumbre en que la misericordia contribuye realmente a la
construcción de un mundo más humano, especialmente en estos tiempos en
que el perdón es un huésped raro en los ámbitos de la vida humana, que
incluye a las sociedades, las instituciones, el trabajo y las familias.
El Papa Francisco concluyó con el deseo
de que en este Año Santo cada uno de nosotros experimente la
misericordia de Dios, para ser testigos de lo que a él más le agrada. Y
si bien – dijo – sería ingenuo creer que esto pueda cambiar el mundo,
con las palabras de la Primera Carta del Apóstol San Pablo a los
Corintios, recordó que “la necedad de Dios es más sabia que los hombres,
y la debilidad de Dios es más fuerte que los hombres” (1 Co 1, 25).
Texto completo de la catequesis del Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
Ayer he abierto aquí, en la Basílica de
San Pedro, la Puerta Santa del Jubileo de la Misericordia, después de
haberla abierta ya en la Catedral de Bangui en República Centroafricana.
Hoy quisiera reflexionar junto a ustedes sobre el significado de este
Año Santo, respondiendo a la pregunta: ¿Por qué un Jubileo de la
Misericordia? ¿Qué significa esto?
La Iglesia necesita de este momento
extraordinario. No digo: es bueno para la Iglesia este tiempo
extraordinario, no, no. Digo la Iglesia: necesita de este momento
extraordinario. En nuestra época de profundos cambios, la Iglesia está
llamada a ofrecer su contribución peculiar, haciendo visibles los signos
de la presencia y de la cercanía de Dios. Y el Jubileo es un tiempo
favorable para todos nosotros, porque contemplando la Divina
Misericordia, que supera cada límite humano y resplandece sobre la
obscuridad del pecado, podamos transformarnos en testigos más
convencidos y eficaces.
Dirigir la mirada a Dios, Padre
misericordioso, y a los hermanos necesitados de misericordia, significa
poner la atención sobre el contenido esencial del Evangelio: Jesús la
Misericordia hecha carne, que hace visible a nuestros ojos el gran
misterio del Amor trinitario de Dios. Celebrar un Jubileo de la
Misericordia equivale a poner de nuevo al centro de nuestra vida
personal y de nuestras comunidades lo específico de la fe cristiana, es
decir, Jesucristo, Dios misericordioso.
Un Año Santo, por lo tanto, para vivir
la misericordia. Si, queridos hermanos y hermanas, este Año Santo nos es
ofrecido para experimentar en nuestra vida el toque dulce y suave del
perdón de Dios, su presencia al lado de nosotros y su cercanía, sobre
todo en los momentos de mayor necesidad.
Este Jubileo, en resumen, es un momento
privilegiado para que la Iglesia aprenda a elegir únicamente “aquello
que a Dios le gusta más”. Y, ¿qué cosa es lo que “a Dios le gusta más”?
Perdonar a sus hijos, tener misericordia de ellos, de modo que también
ellos puedan a su vez perdonar a los hermanos, resplandeciendo como
antorchas de la misericordia de Dios en el mundo. Esto es aquello que a
Dios le gusta más. San Ambrosio en un libro de teología que había
escrito sobre Adán toma la historia de la creación del mundo y dice que
Dios, cada día después de haber creado la luna, el sol o los animales,
el libro, la Biblia dice “y Dios dijo que esto era bueno” pero cuando
ha creado al hombre y a la mujer la Biblia dice “Dios dijo que esto era
muy bueno” y San Ambrosio se pregunta por qué dice “muy bueno” por qué
-dice- está tan contento Dios después de la creación del hombre y de la
mujer, porque finalmente tenía a alguno para perdonar. Es bello eh. La
alegría de Dios es perdonar, el ser de Dios es misericordia, por esto
este año debemos abrir el corazón, para que este amor, esta alegría de
Dios nos llene, nos llene a todos nosotros de esta misericordia.
El Jubileo será un “tiempo favorable”
para la Iglesia si aprendemos a elegir “aquello que a Dios le gusta
más”, sin ceder a la tentación de pensar que haya algo más importante o
prioritario. Nada es más importante que elegir “aquello que a Dios le
gusta más”, ¡su misericordia, su amor, su ternura, su abrazo, sus
caricias!
También la necesaria obra de renovación
de las instituciones y de las estructuras de la Iglesia es un medio que
debe conducirnos a hacer la experiencia viva y vivificante de la
misericordia de Dios que, sola, puede garantizar a la Iglesia de ser
aquella ciudad puesta sobre un monte que no puede permanecer escondida
(cfr Mt 5,14). Solamente resplandece una Iglesia misericordiosa. Si
debiéramos, aún solo por un momento, olvidar que la misericordia es
“aquello que a Dios le gusta más”, cada esfuerzo nuestro sería en vano,
porque nos convertiríamos en esclavos de nuestras instituciones y de
nuestras estructuras, por más renovadas que puedan ser, pero siempre
seríamos esclavos.
«Sentir fuerte en nosotros la alegría de
haber sido reencontrados por Jesús, que como Buen Pastor ha venido a
buscarnos porque estábamos perdidos» (Homilía en las Primeras vísperas
del domingo de la Divina Misericordia, 11 abril 2015): este es el
objetivo que la Iglesia se pone en este Año Santo. Así reforzaremos en
nosotros la certeza de que la misericordia puede contribuir realmente a
la edificación de un mundo más humano. Especialmente en estos nuestros
tiempos, en que el perdón es un huésped raro en los ámbitos de la vida
humana, el reclamo a la misericordia se hace más urgente, y esto en cada
lugar: en la sociedad, en las instituciones, en el trabajo y también en
la familia.
Cierto, alguno podría objetar: “Pero,
Padre, la Iglesia, en este Año, ¿no debería hacer algo más? Es justo
contemplar la misericordia de Dios, pero ¡hay muchas necesidades
urgentes!”. Es verdad, hay mucho por hacer, y yo en primer lugar no me
canso de recordarlo. Pero es necesario tener en cuenta que, a la raíz
del olvido de la misericordia, está siempre el amor proprio. En el
mundo, esto toma la forma de la búsqueda exclusiva de los propios
intereses, de placeres, de honores unidos al querer acumular riquezas,
mientras que en la vida de los cristianos se disfraza a menudo de
hipocresía y de mundanidad. Todas estas cosas son contrarias a la
misericordia. Los lemas del amor propio, que hacen extranjera la
misericordia en el mundo, son totalmente tantos y numerosos que
frecuentemente no estamos ni siquiera en grado de reconocerlos como
límites y como pecado. He aquí por qué es necesario reconocer el ser
pecadores, para reforzar en nosotros la certeza de la misericordia
divina. “Señor, yo soy un pecador, Señor soy una pecadora, ven con tu
misericordia” y esta es una oración bellísima, es fácil eh, es una
oración fácil para decirla todos los días, todos los días: “Señor yo soy
un pecador, Señor yo soy una pecadora, ven con tu misericordia”.
Queridos hermanos y hermanas, deseo que
en este Año Santo, cada uno de nosotros tenga experiencia de la
misericordia de Dios, para ser testigos de “aquello que a Dios le gusta
más”. ¿Es de ingenuos creer que esto pueda cambiar el mundo? Si,
humanamente hablando es de locos, pero «porque la locura de Dios es más
sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más
fuerte que la fortaleza de los hombres» (1 Cor 1,25). Gracias.