
Luis Orione tiene trece años, y el convento, en resumen, le
gusta. Los frailes, los compañeros son buenos, y hay tanto espacio abierto;
sobre todo se reza, se estudia, existe alegría, una alegría diferente de
aquella de la escuela o de la calle: un verdadero regocijo. Hay anhelos que deben
cumplirse en breve, por ejemplo, cuatro o cinco postulantes esperan vestir el
hábito de San Francisco apenas llegue el Padre Provincial. Es una perspectiva
fascinante, y si para vivirla es necesario esperar, crecer, madurar, ¡bien vale
la pena! "Yo - recordará Luis muchos años después - no soñaba otra cosa
sino con el Hábito con capucha y cordón blanco"...<9>. Luego, la noticia fulminante: el
Provincial llegó para imponer el hábito a los postulantes, y entre estos está
Luis; y aquí otro recuerdo que años después relatará: "Era el Jueves santo
de 1886, y mientras el Santísimo era llevado al "monumento", comencé
a sentir temblar todos mis huesos... Hacía varios días que no me sentía bien.
Tal vez fuera producto del poco dormir, pues sabiendo que debía recibir el
hábito, de noche me levantaba para arrodillarme sobre el piso frío; acaso provenía
del hecho de poner trozos de leña entre la sábana y el jergón para
mortificarme. Suficiente. Cuando estábamos delante del "monumento",
sentí algo que no pude entender y luego me encontré en la cama. Me había desmayado
en la iglesia. Tenía pulmonía...".
|p6 La enfermedad es grave y se agrava aún
más. El muchacho sufre porque no pudo recibir el hábito, escucha los
comentarios de los frailes que vienen a visitarlo y llega a intuir que se está
jugando la propia vida. Ahora comprende el llanto del padre, llegado
súbitamente, y la angustia de la madre que debe permanecer en la hospedería del
convento a causa de la clausura.
El padre está como paralizado, no lograr
pronunciar una palabra.
Alrededor del muchacho, los pronósticos son sombríos; el segundo o
tercer día, un hermano lego entra en la habitación trayendo un cesto con ropa:
la mortaja.
"Estaba fuera de mí. No sé si me hallaba despierto o dormido. Vi
cómo la pared del fondo de la celda desaparecía y se me apareció una hilera de
jóvenes sacerdotes que me sonreían,
todos con una túnica blanquísima: un candor de
nieve" <10>.
...Extraño sueño o delirio que tendrá una gloriosa confirmación en la
realidad cuarenta y cuatro años después: en 1928 el convento será abandonado
por los franciscanos transferidos a otro lugar; ¡D. Orione lo tomará a su cargo
llenándolo con más de un centenar de postulantes!