1) Santo Padre Francisco
Celebrar la memoria de María es afirmar contra todo pronóstico que «en el corazón y en la vida de nuestros pueblos late un fuerte sentido de esperanza, no obstante las condiciones de vida que parecen ofuscar toda esperanza»[3].
María, porque creyó, amó; porque es sierva del Señor y sierva de sus hermanos. Celebrar la memoria de María es celebrar que nosotros, al igual que ella, estamos invitados a salir e ir al encuentro de los demás con su misma mirada, con sus mismas entrañas de misericordia, con sus mismos gestos. Contemplarla es sentir la fuerte invitación a imitar su fe. Su presencia nos lleva a la reconciliación, dándonos fuerza para generar lazos en nuestra bendita tierra latinoamericana, diciéndole «sí» a la vida y «no» a todo tipo de indiferencia, de exclusión, de descarte de pueblos o personas.
2) De los escritos de Don Orione [1]
¡Un sueño!
El boletín de diciembre de 1932 reporta uno de aquellos párrafos que Don Orione escribía sin duda bajo impresiones intensas, casi de visión sobrenatural.
Volvía a Tortona desde lejos, venía a pie, y la tarde era húmeda y oscura; un frío penetrante llegaba hasta los huesos; acercándome a nuestro Santuario, levanté instintivamente los ojos y sobre la mole oscura he visto resplandecer sobre el punto más alto, donde, dentro de poco, reinará la estatua de la Virgen, fundida con cobre de las ollas rotas, he visto resplandecer, digo, una dulce luz que parecía la estrella de María sobre nuestro Santuario. Era la lámpara votiva: esa tarde ardía con mayor claridad.
Apresuré mis pasos entonces hacia el Santuario. Cuando entré ya no había nadie, reinaba un gran silencio: sólo las lámparas ardían delante del tabernáculo y al pie de la Virgen.
Me envolvió, como una nube, un perfume de incienso y de oración: ¡qué fascinación! La noche, ya, estaba adentrada y silenciosa. ¡Cuán dulce era tu mirada, santa Virgen de la Guardia! Me arrodillé a rezar y me adormecí.
Ciertamente era un sueño, pero tus labios, de tu corazón, qué palabras de maternal suavidad salieron en aquella noche. Y llevabas a Jesús tu Hijo, vivo y bello, bello, bello, como jamás ojo vió ni lengua podrá expresar. Y ofreciste la vida por mí pecador y por mis hermanos, y se lo pedías a tu Hijo e implorabas por la Iglesia e invocabas, entre suspiros, luz y paz de Cristo para las naciones y para los pueblos.
¡Qué gran noche! Dios mío, la noche de aquel sueño!...
3) Oración
Tú en el cielo, glorificada en cuerpo y alma, sé imagen e inicio de tu Iglesia que deberá permanecer en la edad futura.
Ruega por nosotros, María
Tú resplandeces ante nosotros, peregrinante pueblo de Dios, cual signo de segura esperanza y de consuelo hasta que venga el día del Señor, cuando cantaremos sin fin tus glorias.