San
Luis Orione visitó Itatí el 27 de junio de 1937. Antes de llegar a Itatí, Don
Orione había hecho escala en Resistencia, y de allí, en auto, había viajado a
Presidencia Roque Sáenz Peña, más de 200 kilómetros hacia el interior del
Chaco.
Su
llegada al pueblo de la Virgen, lo relata en una carta del día 27 de junio de
1937:
¡Almas
y almas!
Itatí,
27 de junio de 1937.
A
los queridísimos hermanos e hijos de Jesucristo reunidos en los Santos
Ejercicios Espirituales:
¡Qué
la gracia del Señor y Su paz estén siempre con nosotros!
Estoy
en Itatí, bajo la mirada de María Santísima, venerada, en este extremo de la
Argentina, en una de las imágenes suyas más milagrosas. La trajo aquí un santo
franciscano, el P. Bolaños, que vino a evangelizar a los indios; el nombre del
santo Misionero está aún en gran veneración, especialmente en los alrededores
de Corrientes; el está sepultado en Buenos Aires, y yo he ido a arrodillarme en
su tumba, en la Iglesia de San Francisco.
Esta
mañana he tenido el consuelo de decir la misa a los pies de Nuestra Señora de
Itatí: los he recordado a todos y los he recordado tanto, también en las
visitas sucesivas que, durante la jornada, he podido hacer a la Ssma. Virgen. Y
especialmente he rezado por ustedes, mis amados Sacerdotes.
Llegué
hoy desde el Chaco. Ayer, a eso de las 11, dejaba Sáenz Peña y a nuestro querido P.
Contardi, y al saludarlo, tal vez por última vez, sentí en el corazón lo que la
lengua no puede expresar. ¡Pero es todo por el Señor!
Llegué
a Corrientes ayer a la noche: el Obispo Su Excelencia Mons. Vicentín,
argentino, pero hijo de Friulanos, me había mandado a buscar en Resistencia y
me recibió con gran cordialidad, quiso hasta dar una cena de honor con
invitados. Conmigo estaba el P. Juan Lorenzetti, el cual en estos días me hizo
las veces de buen secretario: él y yo fuimos huéspedes del Obispo, el cual esta
mañana, a las 5, ya estaba levantando para saludarme, a mi partida para aquí.
Es
un Obispo de poco más de cuarenta años, robusto, muy equilibrado, culto y
activo. Era párroco y luego Vicario General en la Arquidiócesis de Santa Fe.
Todos los Obispos nos quieren mucho: el manto de su bondad cubre nuestras
deficiencias.
Llegué
a Itatí después de tres horas de auto: ha sido una carrera velocísima, toda a
los saltos, por las calles con fosas y montículos, tanto que para no ser
destrozado con mi dolor de riñones, todo el tiempo tuve que mantener rectos,
firmes y rígidos los brazos sobre el asiento, para poder salvarme, en una
maniobra continua de altos y bajos: me parecía ir sobre las montañas rusas.
Finalmente apareció el Santuario de Itatí, y ¡fue un gran alivio! El cansancio
y el dolor en los riñones se fueron, todo desapareció.
Cuando
entré, la antigua iglesia estaba llena de pueblo devoto; me arrodillé en el
fondo, en el rincón del publicano y sentí toda la felicidad de encontrarme en
la Casa de la Virgen. A los pies de la SS. Virgen de Itatí pude celebrar dos
Misas, y pasé horas felices, y raramente sentía tanta alegría como entre estos
Cohermanos nuestros. Rogué por ustedes y por todos.
Pero,
encontrarme en un Santuario de María y no decirles alguna palabra sobre la
Virgen, sería una falta demasiado grave, ¿no es verdad? Para mi corazón y para
el de ustedes siento que es una grande y dulce necesidad.
El resto de la carta es un verdadero tratado de
mariología, donde se revela todo el amor de Don Orione por la Santísima Virgen.
*
* *
¡María!
¡María Ss.! ¿No eres tú “el segundo nombre”? ¿Hay un hombre más suave y más
invocado después del nombre del Señor? ¿Hay una criatura más humana, hay una
mujer, hay una madre más santa, más grande, más piadosa? “María -dice el
Evangelio- de quien nació Jesus”. De María nació Jesús –Jesucristo, verdadero
Dios y verdadero Hombre-, por lo que María es la Mater Dei!
Nuestras
madres pasaron, murieron: María, madre de nuestras madres, es la Gran Madre que
no muere. Han pasado 20 siglos, y está más viva hoy que cuando cantó el
Magnificat y profetizó que todas las generaciones la llamarían beata.
María
queda, viva y queda, porque Dios desea que todas las generaciones la sientan y
la tengan como Madre. María es la gran Madre que brilla de gloria y de amor en
el horizonte del Cristianismo: es guía y consuelo para cada uno de nosotros, es
potente y misericordiosísima Madre para todos aquellos que la llaman y la
invocan.
Es
la misericordiosísima y santísima Madre que siempre escucha los gemidos de
quien sufre, que de inmediato corre a conceder nuestras súplicas. La Iglesia
–desde los tiempos apostólicos, y luego más y más veces, y solemnemente en los
Concilios Ecuménicos- sintió la necesidad y el deber de establecer su culto: lo
proclamó con sus Padres, con los Apologistas, con los grandes Doctores, y lo
defendió con la sangre de sus Mártires. Oh los pesares y las inauditas
persecuciones y sufrimientos, los exilios y los tormentos atrocísimos
sostenidos por Papas y por Obispos venerables y por muchos Santos por el culto
y la devoción a la gran madre de Dios y nuestra, ¡María Santísima! La Iglesia
Madre de Roma, tiene las raíces de su culto a María en las Catacumbas. ¡Oh,
como María fue venerada en la Iglesia con fervor constante y universal! ¡y qué
sublimemente fue celebrada! ¿Qué Santo y qué Orden Religiosa no se consagró a
Ella?
¿Podía
Dios elevar a dignidad más alta a una criatura? ¿Quién más grande que María? Ni
los Apóstoles, ni los Mártires, ni las Vírgenes, ni los Confesores, ni los
Patriarcas, ni los Profetas, ni los Ángeles, ni los Arcángeles: ninguna
criatura, ni en la tierra ni en el cielo, puede igualarse a ella, ¡Madre de
Dios! Y la Iglesia la honró y quiere que nosotros la honremos, la amemos y la
veneremos -por cuanto está en nosotros- en lo que requiere su dignidad de Madre
de Dios. Y nos enseña que el honor y la gloria, que le tributamos a María, se
funda nuevamente en Dios mismo.
Es
Dios quien la hizo tan grande: “el omnipotente hizo grandes cosas en mi”, - y
la hizo grande porque la vio humildísima, “porque miró la humillación de su
esclava” y la hizo tan grande, llena de gracia, bendita sobre todas las
mujeres, toda pura e inmaculada, porque la eligió por Madre, y como tal, la
quiso sumamente honrada sobre toda criatura. Y el honor dado a ella sube a su
Hijo, al Hombre – Dios, a Jesucristo Señor Nuestro.
Esta
es la doctrina de la Iglesia sobre María: esta es la Fe inmortal que Dante
exaltó en el altísimo canto del Paraíso: “Virgen Madre, Hija de tu Hijo,
humilde y alta más que cualquier criatura, termino fijo de consejo eterno”.
Esta
es nuestra fe en María, nuestro culto y nuestro dulcísimo amor a la Santa
Virgen, a la Mater Dei. Y nosotros vamos a Jesús por María. Los pastores
buscaron a Jesús y lo encontraron en los brazos de María, los Reyes Magos
vinieron desde regiones lejanas para buscar al Mesías y lo adoraron en los
brazos de María.
Y
nosotros, oh hijos míos, nosotros, pobres pecadores, ¿dónde encontraremos
nosotros ahora y siempre a Jesús? Lo reencontramos y lo adoraremos entre los
brazos y en el corazón de María.
*
* *
A
ti, oh mi Señor Jesús, Dios – Hombre, Salvador del Mundo, Crucificado Redentor
nuestro, toda nuestra adoración y nuestra pobre vida: a Ti, oh María, Virgen
Inmaculada, Madre de Dios y nuestra, que has recibido de Jesús, en adoración y
amor inefable, el primer llanto y luego el último respiro, allá a los pies de
la Cruz, donde nos fuiste dada por Cristo mismo solamente como Madre: a Ti, oh
María, danos toda nuestra más grande veneración y el amor más dulce de hijos
amantísimos. ¿Oh, cómo podríamos adorar a Jesús y no tener una mirada, un
latido de amor por su Madre? A Ti, entonces, oh Jesús, la adoración y los
latidos del corazón, hecho altar y holocausto: a Ti, oh María, el más alto
culto de veneración y de amor, un culto todo especial, como corresponde a la
Madre de Dios.
Adoremos
a Jesús, porque es Dios; a María nosotros no la adoramos, no, porque no es
Dios; pero la honramos y la veneramos con honor y veneración especialísimos,
porque es la Madre de Dios. Nosotros sabemos distinguir bien entre Dios y la
criatura, por cuanto excelsa, entre Jesucristo y Su Santísima Madre.
Mas,
como sabemos que a una buena madre no se la ama nunca bastante, así sentimos
que no queremos nunca bastante a nuestra celeste Madre María Santísima. Es una
gran confortación para nosotros que Nuestro Señor nos ha dejado como hijos
Tuyos, oh María, que eres Madre divina de Él y de nosotros eres Madre
omnipotente y misericordiosa.
Cierto,
aquel que piense que ella es omnipotente por sí misma, se equivocaría; mas
quien piensa, cree y dice que María es omnipotente por gracia, piensa, cree y
dice la verdad, profesa la doctrina purísima de la Iglesia Católica, pues María
puede todo en el corazón de Jesús, su Hijo, por lo que Dante cantó: “Te ruego,
oh Madre, que puedes lo que quieres”. Y en otra parte: “Mujer, eres tan grande
y tanto vales que, quien desea una gracia y a Ti no recurre, su deseo quiere
volar sin alas”.
Es
verdad, el Apóstol Pablo escribió que uno solo es el Mediador, y este es
Jesucristo. Jesús es el sumo Mediador, tal es por naturaleza. Mas si Cristo,
Dios –Hombre es el Mediador supremo y omnipotente por naturaleza, María, Madre
de Dios, es Mediadora por gracia, como por gracia es omnipotente: su oración es
eficacísima y su mediación infalible. Ella obtiene todo de Dios, por lo cual
fue escrito justamente: “quod Deus imperio, tu prece, Virgo, potes”: aquello
que Dios puede porque es Dios, tú, oh Virgen celeste, lo puedes con tu oración,
que todo puede en el corazón de Dios. Cristo es mediador primario, María es
mediadora secundaria. Su trono es el más alto, después del trono de Dios, su
poder es el más grande, después del poder de Dios, grande es el poder del Rey,
mas también grande es el poder de la Madre del rey, porque todo puede en el
corazón del Hijo.
Nosotros
invocamos a Dios para que use su poder; nosotros le rogamos a María para que
use su potente intercesión, y sea nuestra abogada ante Dios, nuestra Mediadora,
nuestra arca de salvación. Invocamos a Dios para que ordene, invocamos a María
para que suplique por nosotros. Si San Pablo prometió a sus discípulos rogar
por ellos después de su muerte, ¿no rogará María por nosotros?
*
* *
¡Hijos
míos, estrechémonos a María Santísima y estaremos salvados!
Invoquemos
incesantemente su materno patrocinio y tengamos viva la fe: de María podemos y
debemos esperar todo. Ella sola bastará para hacernos triunfar de toda
tentación, de todo enemigo, para hacernos superar todas las dificultades, para
vencer cada batalla por el bien de nuestras almas y por la santa causa y el
triunfo de la Iglesia de Jesucristo.
¡Beatos
aquellos que se abandonan en las manos de María! Beatos aquellos que le ofrecen
al Señor sus oraciones, sus sacrificios, los sudores, las lágrimas, las cruces
en las manos de María. ¿No serán nuestras oraciones más gratas a Dios y más
eficaces? ¿No serán nuestras buenas obras, nuestras tribulaciones más valoradas
por los méritos altísimos de María?
¡Gran
confianza, entonces, en María Santísima, oh hijos míos, gran confianza y
devoción tiernísima a María! ¡Oh la utilidad, por no decir la necesidad, de la
devoción a María! ¿Se puede concebir un Religioso, quiero decir un buen
Religioso, que no tenga amor y devoción a nuestra dulcísima Madre?
¿Serán
tal vez los Hijos de la Divina Providencia los más lánguidos y los últimos en
amar y glorificar a María? ¿Y no es Ella la Madre y la Celeste Fundadora nuestra?
La Pequeña Obra es suya, es obra de Su materna bondad: ella está
particularmente consagrada a Ella, Nuestro Intitulo es su hijito, como ya en
otra oportunidad se los he dicho, el está bajo las alas de la Divina
Providencia como un pollito, y vive y camina bajo el manto de María. Si algo
hay de bueno, todo es de María; todo lo que tiene, desgraciadamente, de
defectuoso, de estropeado y de mal, es cosa mía, y tal vez, también, de alguno
de ustedes, oh mis amados hijos en Jesucristo.
Humildad,
mortificación, pureza, caridad, oración y confianza en María: a Ella Jesús no
le puede negar nada, de Ella todo, con Ella todo, con Ella nosotros podemos
todo.
¡Ave
María y adelante!
“Su
benignidad, dice el altísimo cantor de la Fe, no sólo socorre a quien lo pide,
sino, muchas veces se adelanta a la demanda”.
¡Hijos
de la Divina Providencia, Ave María y adelante, adelante!
Que
nos abra el corazón el “Recuerda, piadosísima Virgen” de San Bernardo.
¡Pensemos cuántas gracias hemos tenido por las manos de María! Recordemos lo
que dijo San Pedro Damián, que María, no tiene, después de Dios, quien la
supere o la iguale en amarnos: que nos consuelen y nos llenen de fervor, en la
devoción a María, las palabras de San Alfonso, el cual, en sus “Consideraciones
sobre el estado Religioso”, asegura y San Alfonso es Doctor de la S. Iglesia, y
la doctrina de él se puede seguir sin tropiezos, como lo declaró un gran Papa –
que la Beatísima Virgen, sobre todos los hombres, ama a los Religiosos; los
cuales han consagrado su libertad, su vida y todo el amor de Jesucristo, de la
Iglesia y de las almas.
“¡Ah!
¿Cómo podemos dudar –dice textualmente el gran santo Doctor- que María empeña
toda su potencia y su misericordia en beneficio de los Religiosos y
singularmente de nosotros, que nos encontramos en esta santa Congregación,
donde se hace una especial profesión de ayuno, con las mortificaciones
particulares en sus novenas, etc. Y promoviendo por todas partes su devoción?”.
No que los Hijos de la Divina Providencia no serán nunca ni lánguidos ni
últimos en la devoción a la Santa Virgen; primero queremos ser, o en primera
fila, segundos de nadie en amarte, oh Virgen bendita y santísima Madre del
Señor, única y sola celeste Fundadora de nuestra amada congregación, ¡Madre de
Dios, Madre y Reina nuestra! Oh Santa e Inmaculada Madre.
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* *