El 29 de agosto, celebraremos a Nuestra Señora de la Guardia, veamos el origen de su advocación y como forma parte de
la vida de la obra Don Orione.
La guerra es la cruel enemiga del amor cristiano, Don Orione quiere consolar a todos los que lloran. En años anteriores había organizado peregrinaciones a la virgen de la guardia en Génova, " verdaderas muchedumbres, dan masivas respuestas de fe y devoción a la Santísima Virgen", pero a causa de la guerra cesaron las peregrinaciones.
La primera guerra mundial seguía su ritmo implacable y mortal. EL sector de San Bernardino estaba atiborrado de rebeldes. En la pequeña Iglesia del barrio dedicada a la Virgen de la Guardia, un día se escuchó un retumbar de golpes desde la parte superior de la bóveda. Numerosas personas golpeaban con palos a más no poder, de modo que no se escuchaban siquiera las palabras de la Misa. Desde ese día, cuando Don Orione celebraba la Eucaristía, tenía la precaución de no hacer sonar la campana. Pero en poco tiempo el ruido se repitió, justamente durante la Ceremonia religiosa, en el instante del más recogido silencio. Afuera los rebeldes rompían a pedradas las ventanas. Junto a la Iglesia había un pequeño campanario que contenía una única campana. Para hacerla sonar Don Orione le había atado un cordel lo encontró cortado. Entonces lo sustituyó con un alambre y lo encontró despedazado. Un valeroso muchacho subió a la cima del campanario para llamar a la Misa. Sintió que lo aferraban por la espalda, mientras una voz le gritaba: “Si no paras, te tiro del campanario”. La batalla implacable con los rebeldes mantenía en el Sacerdote el dolor del apóstol, frente a tantas almas enfrentadas a Dios. Pero conocía un secreto que estaba a la vista de todos. Lo había experimentado hasta tal punto que, ciertos momentos le parecía poder utilizarlo con plena seguridad: la Virgen. Todo conduce a Cristo a través de María. Era necesario que, en el barrio de San Bernardino, en Tortona en Italia, en el mundo entero, Ella se convirtiera en eje. Era necesario crear, por todas partes, Centros Marianos. Este convencimiento se abrió paso con la fuerza del amor que Dios le concedía. Se Trataba, en primer lugar, de acercarse a los perseguidores.
Era el invierno de 1918, Don Orione usaba zuecos. Sobre la típica vereda de canto rodado, los zuecos resonaban como el golpeteo de un martillo. Sobre sus espaldas, una pobre manta. Caminaba como pocos hubieran sabido caminar…Su aspecto concordaba perfectamente con el de los rebeldes ¿Era el Fundador de una nueva Congregación? No, no se trataba de un disfraz Don Orione, vivía verdaderamente esas mínimas condiciones de pobreza. Sacerdote atormentado, tenía la fuerza suficiente para interpretar aquellos extraños sacrilegios como actos desdichados de abatimiento de desesperación por parte de gente que sufría porque la guerra continuaba, la sangre formaba ríos, las dificultades se volvían aplastantes. Era necesario encauzar todos esos motivos en el amor a María. Era la gracia más grande y más urgente que se podía solicitar a través de la virgen, confiando en su maternidad y en su intercesión. Pedir a través de María, la gracia del fin de la guerra. Pero pedirlas todos juntos, venciendo odios. Todos juntos, en penitencia. Una penitencia que se convierte en esperanza.
Ese mismo año en noviembre termina la
guerra y ese 29 de agosto de 1919, encabeza una procesión que sale desde el
mismo barrio San Bernardino hasta la catedral, donde se renovará solemnemente
la promesa del santuario.