Fuente Fernando Fornerod FDP Messaggi Di Don Orione ° 163
El presente estudio reconstruye el intercambio epistolar entre Mons. Maurilio Silvani, secretario auditor de la Nunciatura Apostólica en Buenos Aires y Luis Orione durante el primer viaje del Fundador a América Latina. La breve descripción de la situación institucional de la Iglesia católica en Argentina en la década de 1920, marcada por desafío de la evangelización de los inmigrantes europeos, la necesidad de ocupar espacios públicos ganados al liberalismo, y la organización de nuevas jurisdicciones, ayuda a comprender cómo Luis Orione encuentra las condiciones favorables en Argentina, para sembrar el carisma de su Congregación, caracterizado por un profundo amor al Santo Padre y del servicio a las clases más desfavorecidas.
Sacerdotes hacían falta en muchos lugares de la Provincia de Buenos Aires. Los ministros del altar no eran suficientes, entre tantos otros motivos, porque el ritmo con el que los pueblos y colonias eran fundados no era el mismo con el que sus capellanes y pastores podían ser enviados a las nuevas poblaciones.1 En ese sentido, Mons. Francisco Alberti, que era el Obispo de la diócesis de La Plata trabajaba para que el pueblo de su diócesis fuese asistido por la presencia de clérigos. El pastor también tenía un particular interés por la fundación de escuelas católicas en su territorio. Sin embargo, la jurisdicción de la diócesis que tenía a su cargo era inmensa. Esta abarcaba lo que hoy son las provincias de Buenos Aires y de La Pampa. Tan vasto territorio no hacía más que poner de manifiesto las inmensas necesidades de asistencia religiosa de los fieles católicos. Había entonces, un gran desequilibrio entre la cantidad de población, el número de sacerdotes y religiosos y la extensión del territorio. Esto podría haber desalentado a cualquiera. Pero no fue el caso de Mons. Francisco quien, por el contrario, empeñó todas sus fuerzas en crear nuevas jurisdicciones parroquiales, capellanías y vicarías.2 El afán misionero y evangelizador encontrará al obispo platense y a Luis Orione en plena sintonía. En efecto, fue Mons. Francisco Alberti, quien, invitándolo en 1921 a venir a evangelizar en su diócesis, le pagó el viaje a la Argentina y le expresó que quería ser su benefactor y protector. La Congregación a partir de esta fecha, se desarrolló a ritmo sostenido, afrontando grandes desafíos; en parte resueltos, y en parte pospuestos a la espera de mejores condiciones para solucionarlos. El Fundador se encontraba en Brasil, visitando a sus religiosos que, desde 1914 misionaban en la diócesis de Mariana, en el estado de Minas Gerais.3 Luis Orione abrigaba en su corazón la esperanza de viajar a la Argentina. Como intuyendo este deseo, Mons. Maurilio Silvani, un ex alumno suyo a quien le unía una larga amistad y que, en ese tiempo, se desempeñaba como secretario auditor en la Nunciatura Apostólica en Buenos Aires, lo invitó a venir Buenos Aires.4
Con la confianza y el afecto que le tenía, el oficial de la sede diplomática le expresó directamente:
Otra cosa quisiera preguntarle, ¿adivina? ¿Vendría Ud. a esta segunda patria de los italianos, que es la Argentina? Aquí, aun prescindiendo del gran favor que le haría a uno de sus hijitos, [la Argentina] tiene diócesis |2v| cuyos territorios, en medio del abandono espiritual, reclaman la presencia de un Hijo de la Divina Providencia. Hay una Capital, donde son miles y miles de italianos y centenares de huérfanos y de enfermos italianos que, como los huérfanos de la guerra y de los terremotos, piden por don Orione.
¡Venga entonces, in nomine Domini! 5 Luis Orione, desde Brasil, le respondió:
En cuanto a venir a la Argentina, ¡oh sí! Que muy gustoso vendría, encontrándome ya aquí en América, y te lo había adelantado ya en mi carta entregada a p. De Marchi.6 Y estaré muy feliz de poder decir a los nuestros y al Santo Padre que precisamente ha sido Mons. Maurilio quien nos abrió las puertas de la Argentina.
La oportunidad se mostró propicia para que el Fundador continuara explicándole las razones de su presencia en América Latina:
Yo no he venido a América en búsqueda de dinero, sino de las almas, y especialmente he nacido para los huérfanos, para los rechazados, para el pueblo abandonado, para los pobres de Cristo Jesús es decir para aquellos que Jesús más ama y que son los más queridos por la Iglesia: quiero, con la ayuda de Dios, reconducir el pueblo a la Iglesia.
Ahora, en lugar de las clases sociales altas, en este moderno ordenamiento democrático, es al pueblo que se quiere arrebatar del seno de la Iglesia, y que ya está alejándose.
Nuestras casas son centros de romanidad; vamos con mucha prudencia, con tacto, con gran caridad in Domino – gracias a la ayuda que el Señor nos da, y no por nuestra miseria de pobres pecadores. Pero tú sabes, oh mí querido hijo en Cristo Jesús, que el fin específico de este nuestro mínimo Instituto es, no solo trabajar diligentemente por la santificación de los propios miembros, sino también consagrar todos sus afectos y sus fuerzas a hacer con el pueblo y con los hijos más necesitados y abandonados del pueblo, aquello que los Jesuitas hacen ya con los ricos: unir el pueblo y la parte más abandonada o más insidiada del pueblo trabajador y los hijos del pueblo más rechazados o huérfanos – unirlos con un vínculo dulcísimo y estrechísimo de fe y de educación y formación católica a la Sede Apostólica, en la cual, según las palabras del Crisólogo “el Bienaventurado Pedro vive, preside y dona la verdad y la única fe a quien la pide”.
7 L.a M. Silvani, 22.09.1921, ADO, Scritti, 48,254 ss.8 Cf. supra 54.