Han
pasado algunos años pero los recuerdo todavía están en mi retina,
cuando yo vine a vivir al barrio allá por 1951 con 4 años, ese lugar ya
estaba, era un baldío pegado a la escuela “Boneo”, nivelado de tal
forma que sobre la calle Gorriti la tierra estaba a nivel del cordón,
sobre Nelson había un pequeño terraplén donde te tirabas de panza al
suelo en ese terraplén y asomando la cabeza podías ver el partido a
nivel del piso de juego, sobre Santa Maria de Oro se veía la inclinación
, pero la canchita estaba bien nivelada, tres lados a tres calles, del
otro costado paralelo a calle Santa María de Oro estaba el paredón de la
escuela, comenzando desde Gorriti, primero la pared de la antigua
capilla, después el paredón continuaba hasta Nelson donde a la mitad del
mismo había una pequeña puerta de madera para salir o entrar a la
escuela, allí estaba la cancha de fútbol que tanto los chicos como los
grandes decían , vamos a jugar o ver fútbol a la “canchita de los curas”.
Desde ese tiempo el comentario era "el año que viene no vamos a poder jugar más porque van a construir la nueva capilla" de la escuela Boneo, obra de Don Orione, capilla que llego allá por 1964 con el nombre de Capilla San Juan Evangelista.
Escuela
Boneo, (nombre oficial Escuela Monseñor Juan A. Boneo), ¿qué vecino del
barrio, chico o grande, no fue a ese querido colegio?
Es
difícil encontrar alguno, mis recuerdos me llevan al interior del
mismo, esa larga galería desde la entrada, con la dirección a un lado,
hasta la ancha escalera en el fondo para subir al primer piso, la otra
escalera para acceder a ese piso estaba a la par de la puerta de entrada
del otro lado de la dirección, el gran patio para el recreo y los
deportes, atrás, del otro lado de los salones cuyas entradas daban a
la galería, una pequeña canchita de fútbol que también se usaba para
jugar al básquet, sobre el fondo atrás de esta canchita había un
galponcito para guardar bártulos, cuya pared final daba a Nelson.
Salones
amplios con ventanas y puerta al patio grande, ventanas hacia atrás
que daban a esa pequeña cancha, en uno de esos salones pase mis dos ó
tres primeros años de alumno, tuve a la inefable señorita Elba, maestra
de mis primeros años, ir a la escuela para mi era muy importante,
porque aprendía y con 5 ó 6 años ya era grande, iba solo a la escuela,
nadie me
llevaba.
En ese tiempo a través de la “Fundación Evita” nos entregaban guardapolvo, cuadernos, útiles; viene a mi memoria la regla de madera de perfil cuadrado de 20 cm
que en sus cuatro cantos tenia una varilla de cobre incrustada en la
madera para que aguantara más los golpes, la caja de lápices de madera,
simple o doble, con su tapa corrediza, los cuadernos con la carátula en
la primer hoja para el nombre, dirección, grado y otros datos, luego el
mapa de la Argentina y después la foto de Evita.
Quien en ese barrio no recuerda al querido maestro Bernal, le dio clase a varias generaciones de vecinos que pasaron por la escuela primaria, Monseñor Boneo.
Volviendo
en el relato a la canchita de los curas, puedo contarles que allí
durante mucho tiempo se jugaban partidos desafíos, torneos, de grandes,
de chicos, los alumnos de la escuela también la usaban para su
recreación, otro que jugo allí era el cura Miguel Tiburzio, se ataba la sotana a la cintura y se metía en los picados.
Casi
siempre esos encuentros eran los sábado y los domingo, cuando se
armaban esos partidos principalmente los domingos, los vecinos del
barrio que vivían cerca se iban arrimando a la cancha , llevando sus
banquitos, sillita baja, para mirar cómodamente sentados el evento,
poniéndose en el único lado de la cancha que se podía seguir el partido,
en la vereda de enfrente de la cancha, sobre la calle Santa Maria de
Oro; sobre Gorriti no se podía sentar porque cada rato pasaban los auto o
los tranvías, el N° 2 , el N° 4 ,creo que el N° 5 también y se perdían
la jugada.
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Casi
siempre los domingo por la mañana, una vez instalados cómodamente allí
se los podía ver a esos vecinos con su vaso de vino o vermouth ,
picoteando algunas aceitunas, maníes o lupines en sal muera , que
vendía el almacén de la esquina de Gorriti, por la puerta doble de
madera color gris que daba por Santa María de Oro , según algún amigo me
decía que el dueño era Don Paco, luego Don Enrique
que según decían, era socio de Tiro Federal, en la misma vereda pero
para el lado de Nelson había una puerta de hierro trabajado con un gran
vidrio que no dejaba entrar el viento; puerta de antes; la misma cuidaba
la entrada de un zaguán que desembocaba en la casa de doña Crédula, ella era una viejita que hacia masitas riquísimas, unas torta negra deliciosas, caseras, pan con chicharrones y como decía mi abuela Palmira
en su dialecto italiano “el chameló” el sabroso bizcochuelo con huevos
caseros, porque en ese barrio casi todos tenían su quinta y algunas
gallinas para tener huevos frescos, esa torta se vendía por porciones,
que con unas pocas monedas, nosotros los chicos o los vecino podían
comprar.
Los
pibes no llevábamos banquitos, nos sentábamos en el cordón de la misma
vereda, en el del lado de la cancha no se podía sentar porque el campo
de juego terminaba en el cordón, si la pelota caía a la calle era
fuera, se hacia saque lateral.
Recorriendo
otro costado de la cancha, el que daba a la calle Nelson, donde daba
uno de los arco, era el más peligroso para la pelota de fútbol , porque
allí estaba la Centenera,
fabrica de envases de hojalata, justo atrás del arco había un portón de
color gris; actualmente sigue allí ; que en la parte alta del mismo
tenia unos hierros gruesos, para no saltarse adentro, tenían forma curva
hacia fuera y terminaban en punta muy finita donde terminaba clavada la
pelota de cuero en gajos y cocida con hilo fuerte o tiento muy finito,
con cámara; si lograba pasar el portón, caía adentro, donde había dos
perros grandes que terminaban rompiendo la pelota, cosa que nunca se
pudo solucionar, pero si se soluciono el tema de los hierro en punta
poniendo en cada una de las puntas ; un montón ; antes del partido, unos
tacos de goma que hacían de protección , la pelota rebotaba en ellos y
no se clavaba.
Del
lado sobre Gorriti, donde estaba el otro arco, cada vez que se hacían
partidos alguien se acordaba y decía ; avísenle al “turco”, para que
cubriera la puerta, la vidriera, poniendo los postigotes de madera en
las mismas, turco era porque tenia una tienda; en ese tiempo todos los
“mercachifles” que vendía telas, se los nombraban turcos, era Sirio
nacido en Aleppo el dueño de la tienda “Gracielita” don Teofilo (Tufik) Saggal; también había que avisarle a la zapatería de la esquina, la que todos conocíamos como la de “la Elvira”,
donde los vecinos podían comprar, pagar por mes; esa compra era anotada
en un cuaderno, a mano, con eso bastaba, los vecinos eran honrados,
trabajadores que a fin de mes con el sueldo pagaban las cuentas, los
dueños eran Elvira y Armando Ciarroca.
Otra
cosa que había que tener en cuenta los domingo, era que los partidos
debían comenzar después de la misa, en la antigua capilla; que casi
siempre terminaba a las 10 de la mañana, pues sino la pelota que pegaba
en la pared retumbaba dentro de la misma e interrumpía la misa.
La
canchita en si era de tierra, con pequeñas piedritas que te lastimaban
al caer al piso, tenia arcos fijos al piso, hasta que un año; no
recuerdo cual; llego a la escuela el padre Manuel , una de sus medidas
fue; cortar los arcos, desde ese momento pasaron a ser desmontables, se
guardaban en el almacén de la esquina, se armaban en el momento del
partido.
Cada
vez que había partido siempre se recordaba que podía ser el último
porque ya comenzarían la obra de la nueva capilla y le diríamos adiós la
“canchita de los curas”.
Los equipos que jugaban eran entre otros, Alba Roja, Paralelo 38, Las Malvinas, Defensores de Vélez Sarfield y el más famoso de todos “Los 7 Grandes”;
7 era por su formación, un arquero más seis jugadores, así eran todos
los equipos; “Grande” no se si porque jugaban muy bien al fútbol y eran
invencibles, o porque estaba formado por toda gente grande de edad, su
capitán el vecino Tito Suárez, que también supo vestir la camiseta de Alba Roja.
Recuerdo jugadores como el arquero de Alba Roja, Manuel Codes
que después fue arquero de Argentino de Rosario “El Salaito”, parte de
los jugadores de Alba Roja eran a su vez directivos del mismo club, como
“Forico”, “Pocho” y Salvador Montivero, “Forico” tambien fue jugador del “Salaito” y de otros equipos , “Pepo” Candolfi, Hugo Gonzalez, el “Tano “ Murgia, el “Turco” Fernandez, “Lito” Barranquero, la camiseta de este club era blanca y roja, a cuadros, otra a raya, después en triangulo, por ultimo en “V”.
Por esta canchita también pasaron jugadores famosos, los hermanos Bairo (River Plate), Omar “Pato” Pastoriza (jugador y técnico de Independiente) Panasi, Villarino (Rosario Central). Había un arquero que llamaba la atención, era el arquero de “Los 7 Grandes” el “Lungo” Bartoluzzi,
media 1,93 de alto , su espalda era bien grande, un “ropero” en el
arco, su agilidad era impresionante, era difícil hacerle un gol, de
profesión arquitecto. Si mal no recuerdo; también sabia jugar para “Las
Malvinas”; que era el equipo de los Pastoriza, allí jugo un muy buen
defensor apodado el “Pipa”.
Se organizaban torneos, los premios eran trofeos, medallas, cada partido era dirigido por un referí, entre ellos estaba Pozzi, otro el “pelado” Zambruno
; mi tío; referí de la liga rosarina, con referí o no, casi siempre
había tumultos que terminaban repartiendo “piñas” incluido el referí.
Terminaban
los partidos, los jugadores se juntaban, eran todos amigos, pasaban por
el almacén de enfrente a tomar algo para calmar la sed y los ánimos,
bebían, agua, cerveza, algunos se bajan de un solo saque un sifón, soda
que seguro era de la fábrica de la otra cuadra de la cancha.
de
don Enrique Franco, que la repartía por el barrio con su carro tirado
por caballo, al cual nos subíamos cuando quedaba sobre la calle, con las
varas hacia abajo sin caballo, luego el progreso hizo que
desaparecieran los caballos, amaneciendo un día un viejo camión que en
vez de riendas tenia volante.
Paso
el tiempo, muchos recuerdos más, pero llego el día, al levantarnos una
mañana la canchita tenia pozos, en parte estaba cerrada, un cartel
decía que se comenzaba la obra de la Capilla San
Juan Evangelista, si llego el día que nadie quería, se nos iba la
“canchita de los curas”, comenzaron a construir la nueva capilla,
levantaron las paredes, pusieron el techo, un tiempo estuvo parada, allí
nos juntábamos a hacer un “picadito” los chicos del barrio, bajo techo
con piso de cemento.
Así
fue como desapareció “la canchita de los curas”, los domingo por la
mañana ya no se juntan los vecinos, doña Crédula perdió clientela, el
progreso dejo en el camino esos hermosos recuerdos del barrio, pero a su
vez generó nuevas historias.
Las
obras se terminaron, llego el día, el barrio tenia su nueva capilla,
fue un 3 de mayo de 1964, se inauguró con un gran acto, a la cabeza el
cura Luis , se colocaron bombas de estruendo atadas en una soga entre
dos columnas de alumbrado del frente de la capilla, el ruido y los
fogonazos fueron increíbles.
Así desapareció la Canchita de los Curas en su forma física, pero no en el recuerdo de todos los vecinos.
Porque
ahora cuando pasamos por el frente de esta hermosa capilla todos
decimos ¿Te acordas?... pensar que aquí cuando éramos chicos, acá había
una canchita a la cual veníamos a jugar.
Edgardo "Poroto" Landaluce 25/02/
blog: Museo itinerante del Barrio de la Refinería.