28 ABRIL 1935, 86 AÑOS DEL COTTOLENGO ARGENTINO ( CLAYPOLE
Hace 86 años Don Orione comenzaba la Obra del Pequeño
Cottolengo Argentino con la bendición de su Piedra Fundamental
El Pequeño Cottolengo Argentino -hoy Pequeño Cottolengo Don
Orione de Claypole- fue la primera obra especialmente dirigida a la atención de
personas con discapacidad, siendo hoy la institución de mayor magnitud por
envergadura y capacidad de atención del país.
Hace 86 años - Don Luis Orione colocaba la Piedra
Fundacional de esta casa. En su interior contenía un ladrillo de la Puerta Santa
de la Basílica San Pedro que él hizo traer desde Roma como signo de su amor a
la Iglesia y para hacer memoria del Año Santo que concluía en esa misma fecha.
UNA NOTA DEL PADRE TROMBÍN, DE HACE UNOS AÑOS
Hace 86 año,-el 28 de Abril de 1935- Don Luis Orione
colocaba la Piedra Fundamental del Pequeño Cottolengo de Claypole. En su
interior contenía un ladrillo de la Puerta Santa de la Basílica San Pedro que
él hizo traer desde Roma como signo de su amor a la Iglesia y para hacer
memoria del Año Santo que concluía en esa misma fecha.
Compartimos con ustedes un artículo de la Revista Don Orione
con motivo de este aniversario.
Por P. Raúl Trombini fdp
Producción: Germán Cornejo
Comenzamos a caminar hacia los 86 años del Cottolengo de
Claypole. La colocación de la piedra fundamental y testimonios que recuerdan
los primeros tiempos.
¿Cómo fue la primera vez que llegaste al Cottolengo? ¿Te
acordás?
Cuando Don Orione llegó a Claypole, por ejemplo, no había
nada de lo que ahora existe. Él mismo lo describió como “una bellísima parcela
de 21 hectáreas, mitad arbolada con frutales, plantas aromáticas, palmeras,
eucaliptos y plátanos, y mitad campo: una ubicación muy saludable, provista de
buena agua y cercana a la estación”.
Otros más terrenales, en cambio, se quejaban: “¡Está loco!
¿Qué va a hacer acá? ¡Esto es el medio del campo!”
Al fin de cuentas –mitad paraíso, mitad campo abierto y
locura– fue la tierra fértil para la semilla y produjo frutos. Una semilla que
el 28 de abril de 1935 tomó forma de piedra fundamental. Contenía en su
interior un ladrillo de la Puerta Santa de la Basílica San Pedro que Don Orione
hizo traer desde Roma como signo de su amor a la Iglesia y para hacer memoria
del Año Santo que concluía en esa misma fecha.
Una semilla que, a su vez, estaba escondida en el fruto de
la conferencia brindada por Don Orione dos meses antes en el Colegio Stella
Maris de Mar del Plata, donde habló sobre “San José Benito Cottolengo, el santo
de los desamparados”. Y cuya presencia comenzaba a intuirse durante el Congreso
Eucarístico Internacional celebrado en Buenos Aires en octubre de 1934 que –tal
como registraron los diarios de la época– dejó en Don Orione el ardiente deseo
de “ver fructificar la enseñanza dejada por el Congreso y abrirse aún más los
brazos de la gran cruz de Palermo hasta poder erigir una institución que prolongara
en Argentina la prédica, la orientación y la razón de la existencia de José
Benito Cottolengo”.
Así fue. Entre los frutales y las aromáticas de Claypole
brotó el Pequeño Cottolengo Argentino: un retoño vigoroso que creció con la
savia del Espíritu Santo y que fue regado por la generosidad de todo el pueblo.
Su crecimiento fue exponencial, hasta convertirse en la gran
institución que es hoy. Y fiel al mandato de la vida que engendra vida, echó
raíces fuertes y extendió sus ramas para dar nuevos frutos con nuevas semillas.
Ya en abril de 1940, el Boletín del Pequeño Cottolengo publicaba que “las casas
formarán con el tiempo el Cinturón de la Caridad”.
Historias y experiencias en primera persona
¿Y vos? ¿Conociste el Cottolengo? ¿Cómo fue tu experiencia?
El Hno. Edgardo Boggio, decia que cuando llegó no había nada
más que una capilla –que hoy es la parroquia Sagrado Corazón–, una canchita
fútbol y la inmensidad.
Conocí el Cottolengo cuando tenía 10 años y el P. José Dutto
nos llevó a los pibes del Post-Escuela de Pompeya a conocer un lugar que le
habían donado a Don Orione”, recuerda. Se ríe también que viajaban en un camión
viejo por caminos rurales donde hoy se levantan edificios en torre. “Un día, el
clérigo que nos acompañaba me dijo: ‘Bollito, revestite y ayudale en misa a Don
Orione’ y para mí fue emocionante”, relata. Después de un silencio, acota que
“Don Orione tenía una fe tan grande en la Divina Providencia que hacía todo
pensando que Dios lo traía a él con los donantes y que pronto sería lo que
ahora podemos ver”.
Para la Hna. María Elvira Gareis, la experiencia fue distinta,
pero igual de gozosa. conoci el cottolengo “al ingresar en el Postulantado en
1954, cuando tenía 16 años”, se presenta. Para ese momento, ya se habían
construido varios hogares, el lavadero, la ropería, había una cocina, una
panadería y un comedor chiquito. Los baños eran limitados, así que tenían que
hacer fila para bañarse. “Yo estaba enamorada de Jesús y en el Cottolengo se vivía
un clima muy espiritual, así que después de pasar todo el día en los oficios,
me gustaba que a la tarde íbamos todos juntos a misa donde ahora es la
parroquia Sagrado Corazón, cada hogar con su cruz procesional”, describe.Oriunda de Barranqueras (Chaco), no le aflojó al entusiasmo
de encontrarse con Jesús en cada persona que le tocó atender, alimentar o
aconsejar. “Siempre nos decían que ‘el Cottolengo es el pararrayos de la
sociedad’ –explica– porque si bien se vivía con sacrificio y dependíamos totalmente
de la Divina Providencia, nunca nos faltó lo necesario. La vida no era fácil
pero si tengo que empezar todo de nuevo, empiezo; acá soy feliz”, remata
sonriente.
También entrado en años, Francisco Rodríguez fue docente
universitario en el área de educación y también fue voluntario del Cottolengo.
#conocialcottolengo “por una inquietud académica, cuando se
estaba empezando a formar la Escuela Mamá Carolina”, comienza. Después se quedó
a vivir durante 10 años y desarrolló su profesión atendiendo a las necesidades
de los alumnos de la Escuela.
Uno de los momentos más importantes que recuerda tiene que
ver con que pudo sembrar la semilla que había recibido del Cottolengo: “Integré
el equipo que elaboró un sistema de lectoescritura con pictogramas para varios
residentes que tenían dificultades para comunicarse verbalmente pero que podían
realizar movimientos con sus manos”.
El fruto de esa semilla fue, por ejemplo, que María Elena
Carminatti –fallecida unos años atrás– usó el cuaderno hasta último momento,
pudiendo así salir de su mutismo y convertirse en la “cartera” del Cottolengo
con su silla de ruedas eléctrica. ¡Qué importante era para ella su cuaderno de
fotos y qué lindo para nosotros que podíamos reírnos con sus chistes!
Norma Donato, que vive en el Hogar Socorro y se encarga de
atender el teléfono, rescata justamente cómo mucha gente vuelve de visita al
Cottolengo porque encuentra unión y paz. “Es que acá no importa si uno es más
bajo o más alto, si puede con algo –aunque sea comer– o no, porque cada persona
tiene su valor y nos tratamos así”.
En la misma rueda de mate, Américo Torres –residente del
Hogar Sheil– concuerda con Norma que “fuimos bendecidos los que vivimos acá y
tenemos la gracia de haber conocido esta Obra”. “Cuando conocí el Cottolengo
tenía 14 años y pude escapar a la forma en que se vive en muchos lados, en el
desprecio y la violencia”.
Compañero de Américo, José María Lezcano suma su aporte: “Yo
conocí el Cottolengo en 1981, me trajeron de un hospital donde ya era grandote,
y ahora que pasaron los años estoy bien, no me falta nada, voy al coro de la
Cámara de Comercio de Lomas de Zamora y estoy estudiando en una escuela
pública”.
“Lo que pasa afuera no nos resulta indiferente, al
contrario, gracias a que acá muchos estuvieron atentos a las necesidades de
otros yo también conocí el Cottolengo”, completa Norma.
Marcelo Amato es otro de los que percibió un algo distinto
a lo común cuando llegó, por eso asegura que "conocí el Cottolengo hace
tres años y quise cambiar de estilo de vida”. “Tuve la suerte de entrar a
trabajar en la cocina, donde estoy desarrollando mi oficio en un buen clima de
trabajo, con los chicos que te brindan cariño sincero y eso me llena el
corazón”, señala convencido.
Son innumerables las vidas transformadas en estas ocho
décadas al resguardo del follaje del Cottolengo. La mía con seguridad y
seguramente la de quienes están leyendo esta revista, como la de todos aquellos
que pudieron experimentar el caminar por sus senderos y compartir alguna tarde
de mates y acompañamiento a los residentes. Tengo la certeza de que “allí donde
hay una salto cualitativo, está Dios que sigue creando”. Es la semilla
escondida en el fruto que, como dice la Biblia, “Dios vio que era bueno