21 DE MARZO
Mensaje de SS Juan Pablo II en ocasión del centenario de la
Pequeña
Obra de la Divina Providencia. (21 MARZO)
Al
Reverendo Don Roberto Simionato,
Director
General de la Pequeña Obra de la Divina Providencia
1- Me
he enterado con gozo de que la mencionada Institución conmemora el centenario
de su aprobación canónica por parte del Obispo de Tortona, Mons. Higinio Bandi.
Ante tan feliz circunstancia, me es grato dirigir un pensamiento cordial a Ud.,
al Consejo general, y a los miembros de la entera Congregación, asegurándoles
mi participación espiritual en los distintos momentos de celebración, que sin
duda contribuirán a reavivar el fervor de los comienzos, para así proseguir,
con entusiasmo sostenido, el camino emprendido por Don Orione hace ya más de
cien años.
2- El
clérigo Luis Orione, ex-alumno de Don Bosco en Turín, tenía tan sólo 20 años
cuando abrió el primer Oratorio en Tortona; y el año siguiente, 1893, ya se
transformó en fundador al dar vida a un pequeño colegio con enseñanza escolar
interna, para niños pobres. En las vicisitudes diarias, vivida con fe y
caridad, se fue desarrollando el plan al que la Divina Providencia lo
destinaba. En una carta del 4 de mayo de 1897 al futuro cardenal Perosi,
conciudadano y amigo, que le preguntaba cual “era la idea”, le escribía: “Me
parece que Nuestro Señor Jesucristo me está llamando a un estado de gran
caridad.... pero es un fuego enorme y suave que necesita expandirse e incendiar
toda la tierra. A la sombra de todos los campanarios brotará una escuela
católica, a la sombra de todas las cruces, un hospital: las montañas darán paso
a la gran caridad de Jesús, Nuestro Señor, y todo será instaurado y purificado
por Jesús” (Espíritu de Don Orione, 1,2).
Don
Orione supo superar los obstáculos y dificultades iniciales, precisamente
porque estaba inflamado por este fuego místico, y así llegó a ser apóstol
incansable, creativo y eficaz. Algunos compañeros de seminario siguieron a
aquél clérigo fundador; y no pocos alumnos quisieron ser sacerdotes, como él. Así
la Obra, que él llamó desde los mismos comienzos, de la Divina Providencia,
creció en miembros y actividades. El Obispo de Tortona seguía con cierta
preocupación la consolidación de esas iniciativas tan osadas y humanamente tan
frágiles, pero supo reconocer en ellas la acción del Espíritu. Así, con decreto
del 21 de marzo de 1903 convalidó el carisma y decretó la constitución de la
Congregación religiosa masculina de los Hijos de la Divina Providencia, que
comprendía a sacerdotes, hermanos ermitaños y coadjutores. A continuación,
nacieron las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad, en cuyo seno
florecieron dos brotes contemplativos, las Sacramentinas adoratrices no
videntes y las Contemplativas de Jesús Crucificado; mientras que en tiempos más
recientes, nacieron el Instituto Secular Orionita y el Movimiento Laical
Orionista.
3- En
esta celebración jubilar, me es grato expresar mi vivo reconocimiento a todos
ustedes, miembros de la familia orionita, por el valioso aporte que han dado en
estos años a la misión de la Iglesia. Al mismo tiempo, me es grato recordar lo
que escribí en la Exhortación apostólica Vita Consecrata: ¡ustedes también
“tienen no sólo una historia gloriosa que recordar y narrar, sino una gran
historia para construir!” (N° 110). Y por tanto los invito a mirar al futuro,
“al que el Espíritu los impulsa para seguir haciendo con ustedes grandes cosas”
(Ibid.)
4-
Queridos Hijos de la Divina Providencia, la Iglesia espera de ustedes que
reaviven el don que está en ustedes (Cf 2Tim 1,6), renovando sus propósitos, y
que, en un mundo cambiante, promuevan una fidelidad creativa a su vocación.
Observaba yo, en esa misma Exhortación: “Se invita pues a los Institutos a
reproducir con valor la audacia, la creatividad y la santidad de sus fundadores
y fundadoras como respuesta a los signos de los tiempos que surgen en el mundo
de hoy. Esta invitación es sobre todo una llamada a perseverar en el camino de
santidad a través de las dificultades materiales y espirituales que marcan la
vida cotidiana. Pero es también llamada a buscar la competencia en el propio
trabajo y a cultivar una fidelidad dinámica a la propia misión, adaptando sus
formas, cuando es necesario, a las nuevas situaciones y a las diversas
necesidades, en plena docilidad a la inspiración divina y al discernimiento
eclesial.” (N° 37)
Sólo
permaneciendo bien arraigados en la vida divina y manteniendo inalterado el
espíritu de los comienzos, podrán ustedes responder de manera profética a las
exigencias de la época actual. El primer compromiso de todo bautizado, y con
mayor razón de todo consagrado, es el tender a la santidad; sin duda “sería un
contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética
minimalista y una religiosidad superficial.” (NMI 31) Según el estilo de su
Beato Fundador y la índole de la vida religiosa, que ustedes abrazaron, no
tengan miedo de buscar con paciente constancia “este ‘alto grado’ de la vida
cristiana”, recurriendo a “una verdadera pedagogía de la santidad” (ibid.),
personal y comunitaria, sólidamente anclada en la rica tradición eclesial y
abierta al diálogo con los nuevos tiempos.
5-
Fidelidad creativa en un mundo que cambia: que esta consigna sea la que los
guíe para marchar “a la cabeza de los tiempos”, como decía Don Orione. Si las
celebraciones del centenario de la aprobación canónica llevan a “recordar” y
revivir el clima de los orígenes, al mismo tiempo los estimulan a ustedes a
“proyectar” nuevas y animosas intervenciones en las fronteras mismas de la
caridad; más aún en vistas también del próximo capítulo general.
¡Que
se mantenga intacto el espíritu de la primera hora! A ese respecto, quisiera
poner en evidencia un aspecto significativo de la intuición carismática del
“clérigo” Luis Orione: su amor superior y unificante por la “Santa Madre Iglesia”.
Entonces, como ahora es fundamental para la Obra de ustedes cultivar esta
íntima pasión por la Iglesia, para que puedan “cooperar modestamente, a los
pies de la sede apostólica y de los obispos, a la renovación y unificación en
Jesucristo señor nuestro, del hombre y de la sociedad, llevando a la iglesia y
al Papa el corazón de los niños más abandonados, de los pobres y de las clases
obreras: ‘ad omnia in christo instauranda, ut fiat unum ovile et unus
pastor’" (Constit. Art. 5).
Que
Don Orione desde el cielo siga acompañándolos, y con él tantos otros religiosos
que, a lo largo de estos veinte lustros, consumieron su existencia al servicio
de los pobres. Que vele sobre cada uno de ustedes la Virgen María, madre de
Cristo y madre de la Iglesia y haga que, como pedía Don Orione, toda la vida de
ustedes esté “consagrada a darle a Cristo al Pueblo, y el pueblo a al Iglesia
de Cristo; que arda y brille de Cristo, y en Cristo se consuma en una luminosa
evangelización de los pobres; nuestra vida y nuestra muerte sean un canto
dulcísimo de caridad, y un holocausto al Señor” (Espíritu de Don Orione IX,
131).
Con
afecto les aseguro mi constante recuerdo en la oración, al mismo tiempo que de
gran corazón bendigo a esa familia espiritual entera y a todos los que son
objeto de sus permanentes cuidados.
Desde
el Vaticano, 8 de marzo de 2003.
Juan
Pablo II