


“Nosotros
no hacemos política: nuestra política es la caridad grande y divina,
que hace el bien a todos. Nosotros no miramos otra cosa que las almas
para salvar. Que si una preferencia debemos tener, la tendremos por
aquellos que nos parezcan más necesitados de Dios, pues Jesús vino más
para los pecadores que para los justos. ¡Almas y Almas! He aquí toda
nuestra vida, he aquí nuestro grito, nuestro programa, toda nuestra
alma, todo nuestro corazón. ¡Almas y Almas!” (De una carta del 5 de
agosto de 1920). “Vivimos en un siglo de vida espiritual marcada por el
hielo de la muerte. Encerrado en sí mismo, sólo busca placeres, vanidad y
pasiones, y no ve más que esta vida terrenal. ¿Quién podrá dar vida a
esta generación muerta para la vida de Dios, si no es el soplo de la
Caridad de Jesucristo? El tibio calor de la primavera renueva la
superficie de la tierra; pero es por el calor de la Caridad que el
universo moral cobrará vida nueva. Con la ayuda y la gracia de Dios, no
le pidamos al Señor una chispa de Caridad, -como dice la Imitación de
Cristo-, sino una hoguera tan grande que nos inflame a nosotros, y
renueve este frío y gélido mundo. Si hay una gran caridad, se producirá
una gran renovación católica. Pero tenemos que empezar a practicarla
entre nosotros, hoy, empezar dentro de nuestros institutos, que deben
ser verdaderos cenáculos de Caridad. Nadie da lo que no tiene. No
podremos encender en las almas de los otros llamas de vida, fuego y luz
de Caridad, si no estamos nosotros encendidos e incandescentes. La
Caridad tiene que ser nuestra impulsora, nuestro ardor, nuestra vida.
Nosotros somos los “soldados” de la Caridad de Jesucristo” (De una carta
del 2 de mayo de 1920).
Hoy queremos darte gracias,
Dios, Padre todopoderoso, por todo lo que haces en este mundo,
En una humanidad dividida por las enemistades y las discordias,
sabemos que tú diriges los corazones
Por tu Espíritu mueves los corazones de los hombres y mujeres,
para que los enemigos vuelvan a la amistad, los adversarios se den la mano,
Con tu acción eficaz, Padre,
que la venganza deje paso a la indulgencia y la discordia se convierta en amor mutuo.
Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén
(Tomada del prefacio de la Plegaria Eucarística para la Reconciliación II)