Había quedado vacante una Parroquia, por la muerte del Párroco. El Obispo, Después de haber consultado con sus asesores, nombró al nuevo Párroco. En espera que la nueva Autoridad tomara posesión de la Parroquia, Ésta fue confiada A un joven Sacerdote, De buena presencia, alto, erguido, que también contaba con la simpatía del pueblo porque compartía con los demás todo lo que tenía. Cuando Finalmente el Párroco Designado fue para tomar posesión de la Parroquia, Los feligreses se opusieron enérgicamente.
Estaban Demasiado entusiasmados con el Sacerdote Interino y por nada quisieron que el Obispo Lo alejase. El porvenir se presentaba como Un callejón Sin salida.
A La firmeza del Obispo se oponía la obstinada posición que adoptaba la feligresía. ¿Quién habría tenido el coraje De enfrentar aquel pueblo humillado, lleno de encono, cegado por el furor? Únicamente Don Orione. El Obispo así lo pensó cuando le solicitó su cooperación.
El obediente sacerdote aceptó prestamente, pero antes de partir, en el nombre del Señor, redactó su Testamento.
Cómo llegó, cómo fue recibido, qué dijo, Qué cosa hizo en aquellos primeros momentos difíciles, Lo ignoramos. Únicamente Se conoce un hecho: Llegó con una barba ideal para inspirar temor. A Quién le preguntaba, contestó: “¿No comprenden? Soy muy joven y llevando una larga barba pareceré más sensato”.
Así sucedió, en efecto, pues el primer saludo que recibió, fue éste: “¿Quién Es aquel oso?”
Algunas Semanas después pudo referir al Obispo El éxito de su misión.
Los Ánimos están calmados y puede enviarse al nuevo Párroco, pero, eso sí, con mucha prudencia.
El secreto del éxito: la abnegación con que se prodigó visitando a los pobres predicando, atendiendo a toda hora, despertando tal entusiasmo en el pueblo, que éste habría querido tenerlo como Párroco Por siempre.