LA FE EN DON ORIONE
La virtud fue vivida por Don Orione en modo heroico.
LA VIRTUD DE LA FE
En las actas del proceso de beatificación de Don
Orione se recogió el recuerdo de un episodio muy idóneo para introducir a la
lectura de esta selección de textos sobre el argumento de la fe.
"Viviendo aún Don Orione, entre los cohermanos se
suscitó el interrogante sobre cuál fue el aspecto más profundo, justificativo
de toda la vida y la acción de nuestro Padre; las respuestas fueron variadas,
proponiendo la explicación para el 'fenómeno' Don Orione, algunos en la caridad,
otros en su piedad, otros en otras particularidades de su personalidad; a un
cierto punto intervino para ponernos en silencio y de acuerdo, Don Biagio
Marabotto preguntándonos: 'pero ¿os estáis preguntando qué es lo que explica
todo en Don Orione?... ¿No es Dios? Eso es Don Orione, sobre todo, Don Orione
es un hombre que vive de Dios".[1]
Esta anécdota nos sugiere y nos pone en la actitud
interior precisa para leer con provecho este pequeño volumen: pongámonos a la
escucha de un testigo de la fe, de un hombre que ha vivido de Dios. De hecho
los escritos y los discursos de Don Orione han nacido de su vida, mucho antes
que de su pluma y que de sus labios.
Toda la vida de Don Orione se desarrollaba en una
atmósfera sobrenatural, propensa a procurar la gloria de Dios y el bien de las
almas con el ejercicio de la caridad (n.1). Su fe se reflejaba en sus escritos,
en los discursos y en sus obras. La fe era su vida. "Por la fe, por el
Papa y la Iglesia bien poca sería mi sangre, y bien gustoso quisiera dar mil y mil
veces cada minuto toda mi vida".[2]
Don Orione no teorizó sobre la fe: vivió de fe. Cuando
hablaba de la fe su lenguaje era cálido, apasionado, con contenidos doctrinales
y existenciales simples, seguros, convincentes. Tenemos una famosa carta de la
fe (n.2) que es como un pequeño tratado: nos expone su enseñanza de modo casi
sistemático, con un amplio apoyo bíblico, teológicamente preciso y
ascéticamente práctico.
En su realismo, el humilde Hijo de la Divina
Providencia sabía cómo la experiencia de la limitación humana, la “nada” del
dolor, preparan al alma a acoger y custodiar “el gran don de la fe”.
Recomendaba por tanto vivir y caminar "per mysterium Crucis" (n.3, 4,
5, 6, 7, 8). La fuente y también el fruto de su fe era el espíritu de oración
que alimentaba la vida de unión con Dios y que “transforma en oro todo lo que
se hace" (n.9, 10). Su vivir era de este modo un continuo moverse con
Dios, en Dios y por Dios, en una actividad sorprendente, sin descanso, en un
"estado de permanente emoción espiritual".[3]
Don Orione implicaba a cuantos le rodeaban en una
"vida de vivísima fe", maravillosa y simple, sin sentimentalismos o
racionalismos autocentristas (n.11, 12, 13). Una fe-holocausto que
"aglutina" (¡cómo le gustaba esta palabra!) hacia Dios: "Quien
vive de la fe, es como un partícipe de la naturaleza divina, según la expresión
de San Pedro: 'Divinae consortes naturae'".[4]
La fe de Don Orione, como es bien sabido, se expresa
sobre todo como indestructible confianza en la Divina Providencia (n.14, 15,
16, 17), como adhesión total, filial a la voluntad de Dios (n.18), como celo
por el anuncio de Cristo, de su Evangelio, de su Iglesia (n.19, 20).
Escuchando las enseñanzas de Don Orione nos
introduciremos en una "fe que hace de la vida un apostolado fervoroso en
favor de los miserables y de los oprimidos, como es toda la vida y el Evangelio
de Jesucristo… aquella fe divina, práctica y social del Evangelio, que da al
pueblo la vida de Dios y también el pan… Y debe ser una fe aplicada a la vida.
¡Se necesita un espíritu de fe, ardor de fe, empuje de fe; fe de amor, caridad
de fe, sacrificio de fe!" (n.21).
También el apostolado es esencialmente cuestión de fe:
"¿Qué es lo que nos falta un poco a todos, a todos nosotros hoy, para
arrojarnos en el nombre de Dios y en unión con Cristo, para salvar al mundo e
impedir que el pueblo se aleje de la Iglesia? ¿Qué nos falta para que la
caridad, la justicia, la verdad no sean vencidas, y no vuelvan al seno de Dios
maldiciendo a la humanidad, que habrá rechazado dar su fruto? ¡Nos falta la
fe!... Si queremos hoy trabajar con utilidad para la vuelta del siglo hacia la
luz de la civilización, para la renovación de la vida pública y privada, es
necesario que la fe resucite en nosotros y nos despierte de este sueño, “que es
poco más que muerte”; es necesario un gran resurgir de la fe, y que salgan del
corazón de la Iglesia nuevos y humildes discípulos de Cristo, almas vibrantes
de fe, los obreros (facchini) de Dios, ¡los sembradores de la fe!"[5]
(n.22, 23).
Un acento típico de Don Orione respecto a la fe es la
experiencia del vital y recíproco enriquecimiento del dinamismo fe y caridad:
"la fe mueve a la caridad" y "las obras de la caridad abren los
ojos a la fe" (n.24).
Aquella inteligencia, aquella audacia y aquella
eficacia de acción, que tantos admiraban en Don Orione, eran los frutos de su
búsqueda constante de ver las cosas "desde el punto de vista de
Dios", a la luz de la fe, y del hacer en las manos de Dios, como buenos
colaboradores y siervos de la Divina Providencia. "Quien lo hace todo es
la Divina Providencia" (n.25, 26, 27, 28, 29).
La fe de Don Orione era la fe de la Iglesia, fundada y
edificada sobre la verdad de la Sagrada Escritura, infaliblemente enseñada por
el Magisterio del Papa y de los obispos; una fe enraizada en la gran tradición
constelada de mártires y de santos (n.30, 31, 32, 33, 34); una fe que le era
muy querida, tanto como para abrazarla firme e íntegramente en sus contenidos,
hasta hacerle exclamar en un delicado arrebato: "No venderé ni una sola
coma de mi fe por ningún plato de lentejas" (n.35). La inseparable unión
entre la fe y su absoluta adhesión de mente y corazón al magisterio del Papa y
de los pastores de la Iglesia ("mi fe es la fe del Papa, la fe de
Pedro") es otra característica que califica la fe vivida por Don Orione.
En esta fe educó a los pequeños, a los pobres, al
pueblo, a los laicos y a los sacerdotes que encontró a lo largo de su camino y,
sobre todo, en esta fe educó a sus religiosos de la Pequeña Obra de la Divina
Providencia a los que, como un estribillo, a menudo les decía, y a veces les
gritaba: "¡Hijo de la Divina Providencia quiere decir hijo de la fe!"
(n.36)
El obispo Mons. Felice Cribellati, uno de los primeros
alumnos de Don Orione, recordaba de su maestro "una fe sobrenatural, viva,
fáctica; una fe que él sabía transmitir y trasmitía realmente en todos los que
le rodeaban. Después de una conversación tenida con él, el espíritu se sentía
como elevado y completo".[6] Que este efecto se prolongue aún a través de
la lectura de estas páginas suyas. Es nuestro deseo. ¡Y que Don
Orione interceda!
El texto está publicado como “Introducción” a Lo
spirito di Don Orione, vol.6, La fede, p.9-13
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