Qué agradecidos debemos estar a nuestro Señor por la asistencia que nos ha
prometido. Y con cuanta generosidad y empuje debemos darnos todos y por entero por su causa, venciendo toda dificultad, sin vacilación alguna a costa de cualquier
sacrificio, buscándole sólo a él, a Jesús, su amor, su cruz, según dice san Pablo que sólo en Jesucristo está la salvación y la santidad; y que toda ciencia está contenida en la ciencia de Jesús crucificado.
Pero para servir a nuestro Señor no indignamente y para amarlo en la cruz y
crucificado, ya que a Jesús no se le puede amar y servir de otra manera que así, es decir en la cruz y crucificado, es absolutamente necesario, con la gracia de Dios
bendito, tener una gran voluntad y generosidad de alma. Una voluntad firme en el
bien y en el mantener los buenos propósitos: una voluntad constante y fuerte porque las personas inconstantes no complacen ni a Dios ni a sus enemigos.
Y es necesaria la generosidad, pero una generosidad grande y valiente fundada
en nuestro Dios y acompañada de verdadera humildad, una generosidad encendida por el espíritu de fe y rebosante de intrepidez juvenil in Domino.
Nuestra pequeña Congregación debe ser corde magno et animo volenti, una familia religiosa de carácter firme y elementos generosos, una Congregación de
humildes y de fuertes en la fe y en la voluntad de sacrificarse con Jesucristo y por
Jesucristo, a los pies de la santa Iglesia con total renuncia de nosotros mismos y en holocausto de amor a Dios, sostenidos por la gracia del Señor, que no dejará de confortarnos: y todo y sólo para gloria de Dios y consuelo de la Iglesia.
Nuestro carácter debe ser ardiente, leal, recto, magnánimo, pero a la vez tierno y
animado por la caridad del Señor, y, en la caridad, siempre generosísimo.
Generosísimos con Dios, sin límites y generosísimos con las almas de los hermanos, por la caridad de Cristo.
Es necesario, mis queridos hijos, que nos entreguemos al servicio de Dios y del
prójimo, con amor santo, dulcísimo, con inteligencia y con ánimo grande, ardiendo
en decisiones sublimes, hasta la consumación de nosotros mismos, y con gran
generosidad.
Sin generosidad haremos las cosas faltas de espíritu o a medias; retrocederemos
en lugar de avanzar en la práctica de la virtud; nuestra mortificación se evaporará,
la pureza llegará a ser vacilante, la caridad defectuosa, la obediencia muy imperfecta o en apariencia, languideceremos en todos los ejercicios de piedad.
¡Ay el día que se debilite en nosotros aquella generosidad hacia Dios, hacia la Iglesia, hacia la Congregación, hacia las almas, que es el fervor del espíritu, el espíritu de piedad, que es la savia espiritual y la caridad que debe vivificar toda nuestra vida! Nuestra Congregación sería vieja antes de tiempo, y nosotros inválidos, sin títulos, y con las manos vacías.
Nosotros somos siervos inútiles, pero somos siervos de Jesucristo y la ayuda no se nos dará más que en proporción al espíritu de generosidad, de alegría y de
trabajo, al menos de deseo, que hayamos realizando en la viña del Señor en el lugar que se nos haya asignado.
¡Arriba, queridos míos ánimos! Volvamos a ponernos en camino con ánimo alegre y generoso; dice San Pablo: “hilarem datorem diligit Deus”, Dios ama a quien se entrega a su servicio con toda generosidad y con animo alegre. Sin
lanzarse a hacer el bien, sin fervor y generosidad, ¿a qué se reduciría la vida
religiosa?
Reanimémonos, por tanto, mis queridos, y edifiquémonos fraternalmente con todo buen ejemplo; cuanto más numerosas son nuestras filas, más de lo que nosotros mismos podíamos imaginar, tanto más debemos corresponder con fidelidad, con corazón grande con piedad grande a la vocación celestial a la que fuimos llamados. Rivalicemos santamente entre nosotros para ver quién ha amado más al Señor, a la Santísima Virgen, a la santa Iglesia y a las almas.
Compitamos en la práctica de la virtud, en la observancia de los santos votos, veamos quién ha hecho mayor bien, quién ha difundido más el amor al Papa y a la Iglesia, que en nosotros es lo principal, el supremo amor de nuestra vida, ya que amar al Papa, amar a la Iglesia es amar a Jesucristo.
Ciertamente, cuanto mejor ánimo tengamos y estemos mejor dispuestos a entregarnos a los hermanos y a ser generosos con Dios, Dios será más generoso con nosotros. Y en nuestras casas exigirá aquel buen humor, que es propio de las
familias religiosas fervorosas y de buen espíritu: habrá aquella santa alegría que
unifica y edifica en Cristo: habrá paz, florecerá aquella caridad que nos hace todos
para uno y uno para todos, y todo nos parecerá bonito, y será de verdad bonito y
fácil y santo, y sentiremos toda la dulzura espiritual de la vida religiosa... Yo rezo
por vosotros, rezad también vosotros por mi.
Dios nos escuchará a todos: nos dará gracia, fuerza, voluntad firme en los caminos del bien, generosidad de ánimo, coraje. El Reino de Dios se extenderá
más ampliamente en medio de nosotros y, cualquiera que sea nuestro futuro, caminaremos con paso firme hacia la meta que la Divina Providencia y la santa
Iglesia nos muestren.
Vamos hacia adelante con vehemencia pero también con sencillez y obediencia
plena y alegre, donde la misericordiosa Providencia y la mano materna de la Iglesia nos lleven, sin buscar otra cosa que amar y servir a Jesucristo y a la santa Iglesia, para vivir y de morir a sus pies y en su corazón.
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