La santidad, atracción del tiempo moderno.
"Durante
la recreación en el patio del Paterno, entre hermanos, todavía vivo Don
Orione", Una pregunta análoga se susurraba en nuestra
casa hace tantos años, con respecto al “fenómeno Don
Orione”. “Entre nosotros, clérigos – es el Padre Venturelli que da este
testimonio – en los últimos años de la vida del Siervo de Dios, se nos había
puesto "la cuestión de cuál sería el aspecto más profundo que justificaba toda
la vida y la acción de nuestro Padre". Las respuestas fueron variadas, poniendo
la explicación del “fenómeno” Don Orione, algunos, en la caridad, otros en su
piedad, otros en diversos particulares de su personalidad. En un determinado
momento interviene para cerrarnos la boca y ponernos de acuerdo, el querido
Padre Biagio Marabotto que nos preguntó: “Pero díganme ustedes: ¿qué es lo que
explica en Don Orione todo? ¿No es Dios? He aquí lo que es, sobretodo, Don
Orione: un hombre que vive de Dios”.
No hay nada en el mundo más popular y más
íntimo que un hombre de Dios, un santo. La vida de Dios, cuando es auténtica,
atrae aún a quien vive una vida fragmentada e inestable.
La unión con Dios ha constituido, sin lugar a
dudas, lo fascinante de Don Orione y de
Juan Pablo II. Fue la gracia y el compromiso ascético. Vivían de forma habitual
y trasparente “de Dios”. Cuando hay Santidad, todos los pensamientos, las
palabras, las obras y las relaciones toman forma y fuego de la presencia de
Dios, del Espíritu.
Queridos
hermanos, quisiera retomar con ustedes este tema de la santidad, de la vida de
Dios para reavivar la nostalgia de esta belleza y felicidad de vida. De esta
intención toma valor y vigor todos los otros proyectos personales y de la
Congregación, comunitarios y apostólicos. “Que nuestra palabra sea como una
brisa de cielos abiertos; todos deben sentir en ella el fuego que inflama
nuestro corazón y la luz de nuestro incendio interior, y encontrar en ella a
Dios y a Cristo. Si queremos conquistar a Dios y atrapar al prójimo, debemos
previamente vivir y tener una vida intensa de Dios en nosotros mismos, una fe
dominante, el fuego de un gran ideal que nos inflame y resplandezca, renunciar
a nosotros mismos por los demás, quemar nuestra vida en aras de una idea y en un
amor sagrado más fuerte”.[1]
Todos podemos y debemos tender a este estado
del alma. “Deber y belleza de nuestra vocación religiosa es tender a la
perfección, convencidos que esto significa entregarse a Dios en serio”. [2] La
mayor o menor densidad de Dios en el alma (Interior intimo meo , lo más íntimo
de mi intimidad, dice San Agustín) determina el valor de nosotros como
religiosos y la eficacia de nuestro
apostolado.
Aún el mismo nombre con que Don Orione nos
llamó - Hijos de la Divina Providencia - indica de forma intencional una
relación con Dios de tal modo fuerte que solo la relación de filiación puede expresarla en forma adecuada. Este
nombre está más allá de lo devocional o decorativo. [3]
2. Hijos
de la Divina Providencia.
Soy lo que soy en Dios, y me basta.
Valgo lo que valgo en Dios, y me basta.
San Pablo nos recordaría que “no hay entre
ustedes muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles” ,
pero “Dios se ha convertido para nosotros en sabiduría, justicia, santificación
y redención”. Por tanto, “quien se enorgullece que lo haga en el Señor” (1Cor
1,26-31).
¿Qué aporta para nuestra vida espiritual y
apostólica el calificativo y la identidad de Hijos de la Divina Providencia? La
dimensión caritativa de nuestro carisma es la más evidente (aunque muchas veces
es reducida a la sola dimensión humana del hacer la caridad). La dimensión papalina-eclesial
es siempre más profundamente comprendida. [4] Tal vez se esté diluyendo lo que
siempre fue distintivo y característico: Hijos de la Divina Providencia.
Don Orione quiere la Divina Providencia como
visión, identidad y nombre de la Congregación y de sus Religiosos. Nuestras
Constituciones, en el artículo 69, dicen que el ser Hijo de la Divina
Providencia es “eje de nuestra espiritualidad” y consiste en “el amor filial y
la confianza hacia el Padre que está en los cielos”. “Nuestra fe nos hace ver a
Dios en cada persona y acontecimiento y nos empuja a vivir en íntima unión con
él, con aquel espíritu de hijos adoptivos por medio del cual gritamos: ¡Abba,
Padre! Jamás seremos Hijos de la Divina Providencia sin una vida toda de fe y
de confianza en Dios”.
La experiencia de la Divina Providencia
constituye la fuente, la atmósfera y el dinamismo del carisma orionita. Las
mismas obras de Caridad, sin la densidad de Dios, se convierten en filantropía
y protagonismo humano. [5]
¿Cómo está unida la confianza en la Divina
Providencia con el IV voto de especificidad carismática de “especial fidelidad
al Papa” mediante las obras de “caridad”? ¿Cómo podemos actualizar hoy la
confianza en la Divina Providencia, espíritu y nombre de nuestra Familia
Orionita, la Pequeña Obra de la Divina Providencia? [6]
La experiencia de la Divina Providencia es la
cumbre y la fuente de nuestro carisma, de la espiritualidad y del apostolado.
Es la proyección unificante de nuestro seguimiento de Cristo en los pasos de
Don Orione.
El Fundador, heredero de una gran tradición de “santos de la Divina Providencia”[7], nos ha trasmitido alguna modalidad típica de ser hijos de la Divina Providencia.[8]
[1] In cammino con Don Orione, p.324.
[2] 12° Capítulo General, decisión 22; cfr. Cost 14.
[3] Casa della Divina Provvidenza fue el nombre
dado por Don Orione al primer colegio, abierto en Tortona el 15.10.1893; en la
carta del 25.9.1895 a su obispo Bandi, publicada en “La scintilla” del 1.12.1895, ya se
presentaba con sus “Hijos de la Divina Providencia”.
[4]Señalo el último estudio sobre el argumento
de F. H. Fornerod, Sentire Ecclesiam. La sensibilidad eclesiologica de San Luis
Orione en clave carismatica, Università Gregoriana, Roma, 2008; una síntesis en
Sentire Ecclesiam, “Messaggi di Don Orione”, n. 123, 2007, p.5-27.
[5] Benedicto XVI: “Las obras de caridad, como
actos personales o como servicios a las personas débiles prestados en las
grandes instituciones, nunca pueden limitarse a ser un gesto filantrópico, sino
que siempre deben ser expresión tangible del amor providente de Dios. Para
hacer esto —recuerda don Orione— es preciso estar «llenos de la caridad
dulcísima de nuestro Señor» (Escritos, 70, 231)”; al 13° Capitulo general, Roma
- Monte Mario, il 24.6.2011.
[6] Una lectura útil, el vol. 6 de Lo spirito
di Don Orione, Roma, 1992, pp. 7-66, y la breve y sustanciosa síntesis en Sui passi
di Don Orione, pp. 45-55.
[7] Reconoció como sus inspiradores y
protectores a San Francisco, Santa Catalina de Siena, San Cayetano de Thiene,
San Vicente de Paul, San José Benito Cottolengo, San Luis Guanella que fue su
amigo, Don Calabria a quien estimò y ayudó, Madre Michel de quien fue guía
spiritual.
[8] F. Peloso, Santi, sante e carismi della Divina Provvidenza, “Vita consacrata” 36(2000) n.3, p.267-282 e n.4, p.392-404
Fuente: Don Flavio Peloso, en carta dirigida después de la beatificación de Juan Pablo II.
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