Don Flavio Peloso ex Superior General de la obra Don Orione, nos invita en este escrito a mirar el burro y el buey del pesebre y a detenernos a contemplar el árbol de Navidad.
El árbol y el pesebre en nuestras casas favorecen el clima de religiosidad y de intimidad familiar de la Navidad, recuerdo histórico y celebración sacramental del nacimiento de Jesús.
Benedicto XVI definió el árbol “símbolo significativo del Nacimiento de Cristo, porque con sus ramas siempre verdes hace referencia a la permanencia de la vida”.
Parece que esta simbología se remonte al obispo San Bonifacio, cuando en el siglo VII cortó de raíz una gran encina donde debía cumplirse el rito del sacrificio de un niño. Con la sorpresa de todos, caído el árbol, de una rama brotó un abeto. San Bonifacio explicó al pueblo que el abeto, siempre verde, era el árbol de la vida y representaba a Cristo.
Es de Pablo Coelho la simpática historia que les cuento.
En un bosque, en la cima de una colina, vivían tres árboles. Un día comenzaron a discutir acerca de sus deseos y esperanzas.
El primer árbol dijo: “Espero convertirme un día en el cofre que contenga un tesoro. Podría ser llenado de oro, plata o piedras preciosas. Podría estar decorado con labrados artísticos y ser admirado por todos”.
El segundo árbol dijo: “Yo espero convertirme en una nave poderosa. Quisiera llevar reyes y reinas a través de los mares hasta los ángulos más recónditos del mundo. Quisiera que por la fuerza de mi casco cada uno se sintiese protegido”.
El tercer árbol dijo: “Yo quisiera crecer hasta convertirme en el árbol más alto y recto de todo el bosque. Toda la gente me vería sobre la cima de la colina y admirando mis ramas contemplaría los cielos y a Dios viendo cuán cercano estaría de El. Sería el árbol más grande de todos los tiempos y todos se recordarían de mí.”
Transcurrieron algunos años y cada árbol rezaba para que sus deseos se concretasen. Algunos leñadores pasaron un día cerca de los tres árboles. Uno de ellos se acercó al primer árbol y dijo: “Este parece un árbol muy resistente; lograré seguramente vender su leña a algún carpintero”. Y comenzó a cortarlo. El árbol era feliz porque sabía que el carpintero lo transformaría en un cofre precioso.
Llegando al segundo árbol, un leñador dijo: “Éste parece un árbol resistente, creo que lograré venderlo a alguna fábrica naval”. El segundo árbol estaba feliz porque sabía que estaba por convertirse en una poderosa nave.
Cuando los leñadores se acercaron al tercer árbol, éste estaba asustadísimo porque sabía que si sería cortado sus sueños no se habrían realizado jamás. Uno de los leñadores dijo: “No tengo decidido aún qué haré de mi árbol. Pero por lo pronto lo cortaré”. Y rápidamente lo cortó.
Cuando el primer árbol fue entregado al carpintero fue transformado en un contenedor de alimentos para animales. Fue llevado a una gruta y lo llenaron de paja. Eso no era ciertamente lo que el árbol había deseado.
El segundo árbol fue cortado y transformado en una pequeña barca de pesca. Y sus sueños de convertirse en una poderosa nave y transportar reyes y reinas habían terminado.
El tercer árbol fue cortado en largas tablas y abandonado en la oscuridad.
Los años pasaron y los árboles olvidaron sus sueños.
Sucedió un día que un hombre y una mujer llegaron a la gruta. La mujer dio a luz y el recién nacido fue colocado en un recipiente para alimento de los animales que había sido hecho con el primer árbol. El hombre había deseado construir una cuna para el niño, pero fue aquel comedero a convertirse como tal. El árbol advirtió la importancia de este hecho y comprendió que había acogido el más grande tesoro de todos los tiempos.
Años más tarde, algunos hombres estaban sobre la barca de pesca que había sido construida con el segundo árbol. Uno de los hombres estaba cansado y se durmió. Mientras se encontraban en el mar, un temporal violento los sorprendió y el árbol pensó no ser lo suficientemente robusto para protegerlos. Los hombres despertaron al hombre dormido que, poniéndose de pie, dijo: “Paz”. La tempestad se aplacó inmediatamente. En ese momento el segundo árbol entendió que estaba transportando al Rey de reyes en su barca.
Finalmente, un tiempo después, alguien vino y tomó al tercer árbol convertido en tablas. Fue cargado por las calles al mismo tiempo que la gente escupía, insultaba y golpeaba al Hombre que lo cargaba. Se detuvieron en una pequeña colina y el Hombre fue clavado al árbol y levantado para morir en la cima de la colina. Cuando llegó el domingo, el tercer árbol se dio cuenta que él fue lo suficientemente fuerte para permanecer erguido en la cima de la colina y estar tan cerca de Dios como nunca, porque Jesús había sido crucificado en él.
En este cuento, la historia de cada árbol es asumida y valorizada en la historia de Jesús. Más allá de la metáfora, nuestra vida vale, no es una “pasión inútil”, porque el Hijo de Dios, que vino a habitar en medio nuestro, la salvó uniéndola a sí en un destino de vida eterna.
Felicidades, queridos niños y jóvenes que frecuentan escuelas, iglesias y oratorios de la Congregación: cultiven bellos sueños y esperanzas elevadas para vuestro futuro y confíenlas, con la oración, al Señor que los ha querido en el mundo para algo de muy grande, divino y eterno.
Felicidades, queridos ancianos y enfermos: nosotros no sabemos lo que Dios nos ha reservado, pero sabemos que El siempre nos ama, como un padre y una madre, y no cae ninguna hoja sin que Dios lo quiera.
Felicidades, queridos amigos y bienhechores: cada árbol del cuento tuvo lo que quería pero no del modo que habían imaginado. Cuando dan una hora de tiempo, una donación, una sonrisa, una oración, sepan que sirven para que “venga su Reino”.
Felicidades queridos cohermanos y cohermanas religiosos y religiosas en camino sobre los pasos de Don Orione: adelante con confianza en la Divina Providencia también cuando los acontecimientos nos sorprendan: Dios siempre tiene un plan y todo conduce al bien de aquellos que son amados por el Señor.
¡Feliz Navidad a todos! Sepamos que los caminos de Dios no siempre son nuestros caminos, pero Sus caminos son siempre los mejores. ¡Ave María y adelante!
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