Monseñor Luigi Misciatelli deseaba fundar una colonia agrícola semejante a la Balduina y quería poner al servicio de Dios los muchos bienes heredados de su familia. por lo que llamó a Don Albera para ofrecer a la obra Don Orione. Por lo que se pusieron a buscar un lugar adecuado,
Don Orione y Don Albera prefirieron, por diversas
razones, la villa del Cardenal Domingo Jacobini, vacía después de la muerte del
purpurado, el 1º de febrero de 1900.
Don Albera
la compró por encargo y a nombre de Monseñor Misciattelli, que tuvo por
entonces un encuentro con Don Orione, definió los proyectos y puso manos a la
obra; agregó un ala, adaptó la sala de recepción de la vieja casa para que cumpliera
funciones de capilla y dio comienzo a la nueva iglesita.
Dedicó la
casa a Santa María del Perpetuo Socorro – nombre tan querido por San Alfonso
María de Ligorio - y fijó la fecha de la inauguración para el día de la fiesta
de San Luis Gonzaga: ese año el 23 de junio.
Don Orione se
sentía profundamente conmovido, y escribiendo a Don Sterpi le decía:
"...Para ser breve te diré que Don Albera fue anunciado y Monseñor lo hizo
pasar, y en su presencia dijo que tenía plena confianza en la Obra de la Divina
Providencia y que me confiaba la Colonia, para que me ocupase de su mantenimiento;
que él estaba dispuesto a hacer cualquier sacrificio. Espero lograrlo, con la
ayuda de Dios.
"Cuando salimos eran las 11.30 pasadas. Me hubiera gustado mucho ir
a arrodillarme sobre la tumba de los Santos Apóstoles, pero no me pareció
oportuno, para no dejar a Don Albera, e inclusive para no confundirlo, si
hubiese venido conmigo, al verme llorar.
"Sin
embargo, mientras él salía por un momento a despachar un telegrama, no pude
contener, bajo el gran pórtico en que debía esperarlo, un dulce llanto de
agradecimiento y turbación por la bondad de Dios para con la Obra..."
<89>.
Mientras
tanto, en las alturas, en el estudio del Pontífice León XIII, tenía lugar una
breve conversación cuyo eco llegó a Don Orione llevando su alegría a un punto
culminante.
El Obispo
de Orvieto rendía cuentas al Papa sobre cómo había encontrado a los ermitaños y
muchachos de la Obra orionina en la colonia de bagnoregio; León XIII,
volviéndose hacia el Cardenal Vannutelli, exclamó: - Sí, es preciso ayudar a
estos buenos ermitaños de la Divina Providencia <90>.
Referida a
Don Orione, la aprobación pontificia, tan espontánea y paternal, le llegó al
corazón: "Estas expresiones nos han trasmitido una vida nueva, un espíritu
nuevo, una fuerza nueva en el trabajo; nunca hemos sentido algo tan grandioso.
"El
amor del Santo Padre fue siempre el latido que dio fuerza a nuestro pobre
corazón..." (109, 3) <91>.
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