Así lo definió el Papa Juan
Pablo II
Don Orione se nos presenta como una maravillosa y genial
expresión de la caridad cristiana.
Es imposible sintetizar en pocas frases la vida infatigable
y a veces dramática de aquel que se definió, humildemente pero sagazmente: «el
changador de Dios». Pero podemos decir que él fue por cierto una de las
personalidades más eminentes de este siglo por su fe cristiana abiertamente
vivida.
Fue Sacerdote de Cristo, total y alegremente, recorriendo
Italia y América Latina, consagrando la propia vida a aquellos que más sufren,
a causa de la adversidad, de la miseria, de la maldad humana. Basta recordar su
poderosa presencia entre las víctimas del terremoto de Messina y de la
Mársica. Durante aquella dura prueba, se
vio entre las ruinas humeantes y entre las víctimas doloridas la heroica figura
de Don Orione. Este humilde y pobre sacerdote, intrépido e incansable, se
volvió testimonio vivo del amor de Dios. Él entra a formar parte de la larga
fila de testigos que con su conducta manifestaron algo más que una solidaridad
simplemente humana, endulzando el sudor amargo de la frente con palabras y
hechos de liberación, redención y por lo tanto de segura esperanza.
Pobre entre los pobres, llevado por el amor de Cristo y de
los hermanos más necesitados, fundó la Pequeña Obra de la Divina Providencia:
los Hijos de la Divina Providencia, las Pequeñas Hermanas Misioneras de la
Caridad, y seguidamente las Sacramentinas Ciegas y los Ermitaños de San
Alberto.
Tuvo el temple y el corazón del apóstol Pablo, sereno y
sensible hasta las lágrimas, infatigable y valiente hasta el atrevimiento,
tenaz y dinámico hasta el heroísmo, afrontando peligros de todo tipo,
acercándose a altas personalidades de la política y la cultura, iluminando a
los hombres sin fe, convirtiendo a los pecadores, siempre recogido en continua
y confiada oración, a veces acompañada por terribles penitencias. Un año antes
de la muerte así había sintetizado el programa esencial de su vida: «Sufrir,
callar, orar, amar, crucificarse y adorar». Dios es admirable en sus santos, y
Don Orione permanece para todos como ejemplo luminoso y consuelo en la fe.
Don Orione fue un sacerdote que dedicó su vida entera a amar
y servir a Dios en los humildes, en los más pobres y desposeídos. "Sólo la
caridad salvará al mundo" fue la convicción que marcó su vida; una caridad
necesaria y urgente para "llenar los surcos que el odio y el egoísmo han
abierto en la tierra".
Esta certeza lo llevó
a fundar la Pequeña Obra de la Divina Providencia (1903), congregación que se
extendió en su Italia natal y en tierras de misión, entre ellas Argentina, que
visitó por primera vez entre 1921 y 1922.En 1934 regresó a nuestro país donde
durante tres años desarrolló una incansable tarea apostólica y social, fundando
el Pequeño Cottolengo Argentino en Claypole. El cariño recíproco entre el
pueblo argentino y Don Orione se expresaba en innumerables gestos de bondad y
solidaridad que él mismo se encargaba de traducir en obras para los niños, los
jóvenes y los más débiles de nuestra patria.
"Tenemos que ser santos, pero no tales que nuestra
santidad pertenezca sólo al culto de los fieles o quede sólo en la Iglesia,
sino que trascienda y proyecte sobre la sociedad tanto esplendor de luz, tanta
vida de amor a Dios y a los hombres que más que ser santos de la Iglesia seamos
santos del pueblo y de la salvación social", decía Don Orione.
Hoy sus obras y su mensaje son una invitación a mirar la
realidad para transformarla desde la caridad. Una caridad que se realiza no
como paliativo asistencial, sino como promoción de justicia, de dignidad humana
y de salvación integral del hombre y de la sociedad..
Carisma
Al crear la humanidad, Dios la soñó como una familia de
hermanos. La unidad es la primera característica que define a una familia.
A nivel religioso, hablamos de familia porque existen
valores que nos unen como parte de nuestra identidad común. Esos valores son
los que el Señor infundió en la persona del fundador, y constituyen su carisma.
Mucho más que los rasgos de una personalidad, el carisma es el don del Espíritu
que una persona recibe como llamado, y vive junto a los suyos, para dar
respuesta a su tiempo. Es el mismo carisma que los hijos de Don Orione
intentamos encarnar y expresar en el hoy de la historia.
Así, pues, con Don Orione no murió el carisma. Es más, su
carisma tiene virtualidades que sólo se desarrollan con el correr de los
tiempos, al aparecer nuevas circunstancias históricas, sociales y eclesiales.
A cada familia religiosa, dentro de la Iglesia, le
corresponde una espiritualidad que le es propia y la distingue de otros
carismas. Forma parte de su identidad, de su espíritu, de su tradición. Siempre
se trata de un don de Dios, en primer lugar.
Hablar de la espiritualidad orionita nos obliga a
adentrarnos en la personalidad del Fundador y, sobre todo, acercarnos a la
forma cómo él pudo traducir su experiencia de fe.
Algunos rasgos, tanto de su
personalidad como de su fuerza espiritual:
• Hombre de
carácter y de fuerte personalidad, construida a pulso en un ambiente familiar
rodeado de pobreza, sufrimiento y austeridad. “Una de las gracias que el Señor
me ha concedido es la de haber nacido pobre”, confesó alguna vez.
• Audaz,
arriesgado, valiente. Siempre emprendedor. Nunca se atemorizó ante nada ni ante
nadie. La urgencia de la caridad era su grito de batalla y, confiado en la
Divina Providencia, desafió todo tipo de obstáculos y dificultades.
• Acogedor, de
espíritu familiar. Don Orione, corazón de padre, fue ejemplo de buen trato para
todos cuantos tuvieron la suerte de encontrarse con él. Siempre puso en primer
lugar las buenas relaciones entre sus hijos. Y a nadie cerró las puertas de su
caridad. “En nuestras casas no se preguntará a nadie si tiene un nombre. Sólo
si tiene un dolor”.
• Amigo de Dios.
Dios lo era todo para él. Su primacía era incuestionable. Con Dios en el
corazón, vivió de Dios, desde Dios y absolutamente para Dios, en una actitud
ejemplar de completa disponibilidad a sus planes, que le proporcionaba una
fuente inagotable de paz interior y de felicidad. Su amistad con Dios la
cultivaba con la conexión permanente, a través de pequeñas jaculatorias, que le
recordaban la Presencia de Dios y, sobre todo, con largos momentos de oración, auténticos
encuentros cara a cara con El. Sólo así se puede explicar su vitalidad y dinamismo
incansables. Don Orione hizo perfecta
síntesis entre fe y vida. Fue hombre activo-contemplativo y contemplativo-activo:
siempre puente de encuentro entre Dios y las personas, valiéndose de la caridad
como lenguaje evangelizador.
• Hermano de los
hombres, de todos los hombres…Su paso por la Historia, –recordémoslo,- ocurre a
finales del s. XIX. Son tiempos convulsivos y revueltos. Los modernos fenómenos
sociales de la industrialización y el urbanismo, unidos a la irrupción de
nuevas ideologías políticas amenazaban la unidad que hasta entonces se había
dado alrededor de la Iglesia, lo que tuvo como efecto el paulatino alejamiento
de los sectores obreros de la fe y de la Iglesia. El joven Orione abre los ojos
y contempla –con la mirada de Dios- a los hombres cansados y desilusionados. En
esas necesidades humanas asoma su intuición fundacional para conseguir penetrar
social y cristianamente en el pueblo obrero. Su objetivo último es encaminar a
las personas –todas las personas- hacia Dios, orientarlas en la dirección de la
Iglesia, oxigenando así la sociedad entera. Quiere que su congregación sea “una
profundísima vena de espiritualidad mística que invada todos los estratos
sociales”, además de ser buen samaritano para los heridos de la vida.
Luis Orione es un hombre de acción, de actuaciones rápidas,
de fáciles reflejos. Se ofrece generosamente a Dios con el ardor de la
juventud. Y desde entonces, concibió su Congregación como un sacrificio de
fraternidad universal: “hacer el bien siempre y a todos; el mal nunca, a nadie”
sintetiza las ambiciones de su joven corazón.
• …pero los pobres
son los primeros, sus predilectos. A
ellos dedica sus mejores energías porque son el tesoro de la Iglesia. Todos sus
movimientos giran en torno a los más
abandonados, a los más alejados de la Iglesia, a los rechazados por la
sociedad, a los caidos al costado del camino de la vida. “La Pequeña Obra de la
Divina Providencia –escribe- nacida para
los pobres, para conseguir su objetivo, planta sus tiendas en los barrios y
suburbios más míseros, que están en los márgenes de las grandes ciudades
industriales y vive pequeña y pobre entre los pequeños y los pobres
fraternizando con los trabajadores humildes”. Y a sus hijos les recordará.
“Nosotros estamos para los más pobres. No lo olviden nunca”.
• Hombre de
Iglesia. Vivió la pasión por construir la unidad dentro de la Iglesia. El gran
sueño de Don Orione fue unir la Iglesia, representada en el Papa, con el
pueblo. Y utilizará para su propósito un nexo tan fácil de entender como las
obras de caridad, que hablan por sí mismas en todos los idiomas. Con conciencia
de buen hijo se abandona en manos de su madre la Iglesia y se pone a su entero
servicio no arrogándose nunca ninguna importancia y dando a cada obra social el
título de “obra de Iglesia”. A sus
hijos, en el último discurso de despedida, les dio esta recomendación: “Les
ruego que sean y permanezcan humildes y pequeños a los pies de la Iglesia”. Y
vivió con dolor las divisiones entre las distintas confesiones cristianas, no
escatimando esfuerzos en el intento de acercar posturas.
• María como
ejemplo de vida y de servicio. En Don Orione hay claras huellas marianas en sus
actitudes de humildad, disponibilidad, abandono en manos de Dios. Su vida, como
la de María fue un “si” contínuo, ya sea en los momentos de gozo como en las
numerosas situaciones dolorosas y de cruz.
La entera familia orionita, beneficiarios de la inmensa
riqueza espiritual de nuestro Santo Fundador, tenemos en la espiritualidad de
Don Orione el equipaje que siempre hemos de llevar dentro, y la fuerza vital
para encarar la misión, como energía capaz de dinamizarnos e ilusionarnos, como
espíritu que nos empujará a seguir siempre adelante, sorteando todos los
vientos de la Historia.
Por P. Laureano de la Red Merino
Sus "Cuatro amores"
El Carisma orionita suele ser sintetizado en la expresión de
“los cuatro grandes amores de Don Orione”, que marcaron el ritmo de los latidos
de su corazón: Jesús, María, el Papa, las almas.
"Es necesario Jesús. Jesús todos los días y no fuera de
nosotros, sino en nosotros; y no sólo espiritualmente, sino
sacramentalmente."
"Virgen Santísima, a la cual nadie ha recurrido en
vano, danos fuerza, danos el querer aquello que Dios quiere de nosotros"
"Amemos a la Santa Iglesia con todo nuestro ser y
teniendo siempre como nuestras todas las doctrinas suyas y de su Jefe visible,
el Papa"
"No saber ver ni amar en el mundo más que las almas de
nuestros hermanos... Todas son amadas por Cristo, por todas Cristo ha
muerto"
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