1) De la Homilía del Santo Padre Francisco (01/01/2014)
Madre de Dios. Éste es el título principal y esencial de la Virgen María. Es una cualidad, un cometido, que la fe del pueblo cristiano siempre ha experimentado, en su tierna y genuina devoción por nuestra madre celestial.
Recordemos aquel gran momento de la historia de la Iglesia antigua, el Concilio de Éfeso, en el que fue definida con autoridad la divina maternidad de la Virgen. La verdad sobre la divina maternidad de María encontró eco en Roma, donde poco después se construyó la Basílica de Santa María «la Mayor», primer santuario mariano de Roma y de todo occidente, y en el cual se venera la imagen de la Madre de Dios —la Theotokos— con el título de Salus populi romani. Se dice que, durante el Concilio, los habitantes de Éfeso se congregaban a ambos lados de la puerta de la basílica donde se reunían los Obispos, gritando: «¡Madre de Dios!». Los fieles, al pedir que se definiera oficialmente este título mariano, demostraban reconocer ya la divina maternidad. Es la actitud espontánea y sincera de los hijos, que conocen bien a su madre, porque la aman con inmensa ternura. Pero es algo más: es el sensus fidei del santo pueblo fiel de Dios, que nunca, en su unidad, nunca se equivoca.
2) De los escritos de Don Orione [1]
Don Orione en las palabras de presentación -en el primer número -de la primera revista mariana en Italia “Mater Dei”, enero-febrero de 1929, con competencia y amor ilustró el motivo de las celebraciones por el inminente aniversario del Concilio de Éfeso de 431-1931.
“En el año 431 se realizaba en Éfeso, el III Concilio General de la Iglesia para condenar la herejía de Nestorio, el cual quería admitir en Jesucristo dos personas, la divina y la humana.
Si en Jesucristo existe la persona humana, María no es nada más que la madre del hombre. En vez, es la verdadera Madre de Dios, porque en Jesucristo existe la unión de las dos naturalezas, la humana y la divina, en una única persona: de tal modo que Ella engendró verdaderamente, según la carne, una Persona Divina, la del Verbo, en la naturaleza humana que el Verbo asumió, para hacerla vivir en Si mismo, de la misma vida, de la única personalidad divina. De donde se deduce que, por tal unión de las dos naturalezas sin confusión, la Iglesia del Concilio de Éfeso aseguró la verdad del dogma católico, definiendo contra Nestorio cuanto ya el Papa San Celestino 1 había decretado en Roma: a María le compete el altísimo título de Theotokos (Deipara). María es verdadera Madre de Dios, porque el Verbo eterno se hizo carne en el seno purísimo de la Virgen Inmaculada. La divina Maternidad es, por lo tanto, centro de las grandezas y la razón de todos los privilegios de santidad, de gloria y de poder en María; y el Concilio de Éfeso debe tenerse como la primera página de Mariología, la primera y más alta manifestación oficial, solemne del culto que los siglos cristianos después y por siempre tributarán a la Madre del Señor.
3) Oración de los Fieles:
Santa maestra de humildad
Ruega por nosotros, María
Santa maestra de obediencia
Ruega por nosotros, María
Santa maestra de prudencia
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