Carlos
era un cadete del Colegio Militar, miembro de una estirpe de militares,
su abuelo había sido general, su padre coronel y su hermano llegaría
también al grado de coronel. Su vida ya estaba destinada.
Pero, un hecho cambiaría el rumbo de su vida, o mejor dicho un encuentro, su encuentro con Don Orione.
“Tú sabes, chico – me decía – en aquella época (refiriéndose a los años ´30),
las señoritas no salían a caminar solas por Buenos Aires, siempre
debían estar acompañadas por un hermano o el padre, eran otras épocas.
Mi hermana quería ver a Don Orione, entonces mi padre me dijo que la
acompañe y así lo hice. Llegamos a la casa de Carlos Pellegrini, donde
mucha gente esperaba para hablar con Don Orione, quien en ese momento
estaba atendiendo una persona. De pronto, se abre la puerta, y sale Don
Orione, me clava la mirada y me dice: “ven aquí, que voy a confesarte”,
yo no entendía nada, y atónico fui. “Inginocchiatti”, me dijo y me arrodille. No recuerdo lo que me dijo, solo recuerdo su mirada”.
Así
describía el P. Carlos su encuentro con Don Orione, un encuentro que
cambiaría su vida, ya que luego dejaría el Colegio Militar y la
tradición familiar, para ir con Don Orione.
Si
bien era una vocación adulta para la época, Carlos gozará de la estima
del Fundador y de los superiores. Don Orione en una carta, refiriéndose
de él, dirá: “Si hubiese venido a América solo por esta vocación, me sentiría satisfecho – Deo Gratia!”[1].
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El entonces seminarista Carlos Beron de Astrada a la derecha de Don Orione |
Luego
de varios años en Italia, volverá a la Argentina, donde estará siempre
en la “cresta de la ola”, como decía el P. Enzo Giustozzi, será
secretario y vicario provincial, consejero, provincial, superior de
Itatí, siendo un hombre de mucha confianza de la Congregación.
Siendo
seminarista, una vez le pregunte una vez al P. Giustozzi acerca del P.
Berón de Astrada y su pensamiento acerca de los gobiernos militares a lo
largo de nuestra historia. Para quien no sabe, el P. Enzo fue un férreo
opositor de las dictaduras militares, comprometiéndose en la lucha por
los derechos humanos al punto de arriesgar su vida. “Berón, - me contesto -
los conocía, y por eso no confiaba en ellos, ni aprobaba lo que hacían.
Mas, una vez que visito un ex compañero del Colegio Militar, me dijo:
‘Enzo, hay que tener cuidado, estos están locos, quieren matar gente’”.
Si
bien, había roto con la tradición familiar, aun conservaba el porte
marcial, muchos lo recuerdan caminando erguido, de buenos modales y
trato cortes, digamos, un caballero.
Cuando
lo conocí, yo era un adolescente, y me impacto su modo de hablar y
contarnos acerca de Don Orione. Sabía ganarse el cariño de la gente y
acompañar a los jóvenes quienes disfrutábamos compartir con él alguna
charla o pedirle algún consejo.
A
causa de su mal de Parkinson, se le hacía muy difícil mover las hojas
del breviario y seguir las oraciones comunes, pues necesitaba más
tiempo, pero él estaba siempre presente en las oraciones de la
comunidad. Normalmente, rezaba el oficio por su cuenta, y luego,
compartía la oración comunitaria. Siendo novicio, me enseño con su
ejemplo el valor de la oración en comunidad. p, Facundo Mela.
Pasó
sus últimos años en Claypole, donde era muy querido por el personal y
la comunidad religiosa. Los domingos por la mañana, iba a la parroquia
de Lourdes, a confesar 3 o 4 horas, lugar donde también se gano el
cariño de todos.
Tuvo
una muerte muy serena, durante su internación consolaba a los hermanos y
les agradecía sus cuidados, prometiendo que cuando llegara al paraíso, junto a Don Orione rezaría la misa por la Congregación.
Publicadas por
Facundo Mela
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