la oración es el proyecto de Dios; el objetivo de la acción externa es
el "Instaurare omnia in Christo" (Ef. 1, 10). Oración y acción llevan
juntas a una adhesión siempre más plena al Reino de Dios. Ésta es la
convergencia de oración y actividad apostólica.
Con la oración, el cristiano se habitúa a mirar el mundo con la
mirada del Padre; aprende y hace suya, siempre más, la voluntad de
salvación del Padre; se vuelve para Él "familiar" ("Quien hace la
voluntad de mi Padre es para mí hermano, hermana y madre" Mt. 12,50). En
el fondo, ¿qué pide toda oración cristiana? "Santificado sea tu nombre,
venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo". (75)
Con la acción, el cristiano se habitúa a vivir como hijo, como
siervo, como colaborador de Dios prolongando su acción providente de
creación y de redención, la única que tiene reflejos en la eternidad.
"En la obediencia está la gran sabiduría: la sabiduría que abraza el
todo. No es el hacer mucho exteriormente lo que cuenta delante de Dios,
sino el tener un corazón humilde, recto, obediente. Y la simple
obediencia es virtud tan querida a los ojos de Dios, que ella sola basta
para santificarnos. El camino de la obediencia fue el camino de
Jesucristo, de María Santísima, de San José y de los Santos: es el
camino de la santa inmolación con Cristo, de la paz y de la felicidad".
(76)
Don Orione a menudo señaló a la Familia de Nazaret como modelo de vida
cotidiana activa y contemplativa, simple, sacrificada, conducida por la
obediencia a la voluntad de Dios. Hablando de las "lecciones" de Nazaret
y de la santa Familia, Don Orione observaba:
"En esta familia se trabajaba mucho; también en nuestra familia
religiosa debe estar el trabajo contínuo; no sólo rezar, sino también
trabajar. La de ustedes es vida contemplativa y de trabajo al mismo
tiempo. Cuando estén delante del Santísimo Sacramento, recen, estén
todas en Dios, no piensen en nada, piérdanse, por así decirlo en Dios.
En cambio, cuando obren, cumplan bien su deber como y porque lo quiere el Señor". (77)
El Sí obediente unifica acción y contemplación en aquel que ama a Dios y
sirve al prójimo. Camino a la santidad es conocer y responder Sí a la
voluntad de Dios. Leamos al respecto otra bella página de Don Orione
"Si te gusta ser un straccio de Dios, un straccio bajo los pies de
Dios, bajo los pies inmaculados de la Virgen Santísima; si te gusta ser
un straccio bajo los pies benditos de la Santa Madre Iglesia y en las
manos de tus Superiores: éste es tu lugar. Nosotros somos y queremos ser
nada más que pobres stracci: se trata, en una palabra y usando una
metáfora, DEL SACRIFICIO TOTAL DE TÍ MISMO exteriormente y en la vida
interior, sacrificio del intelecto, del raciocinio, de tí mismo. Ve
delante de la Virgen, colócate como un straccio, más aún, como un hijo,
pero pequeño, en Sus manos, y después decide como si fuese en punto de
muerte y habrás decidido bien". (79)
La abnegación de sí, la docilidad, la disponibilidad en el servir son
expresiones de la humildad, condición indispensable para hacer
experiencia de Dios: solo el pobre sirve, más aún, ¡solo del pobre se
sirve Dios!
"Nosotros somos stracci en las manos del Señor, de la Divina
Providencia... somos stracci en las manos de la Iglesia, a cuyo servicio
nosotros únicamente estamos, con devoción plena y perpetua... Y la
gracia y felicidad es toda nuestra, si Ellos se sirven de nuestras
miserias para hacer algo de bien en la Santa Iglesia". (80)
Hay una expresión típica que caracteriza la experiencia espiritual
orionina en un racimo de virtudes esenciales, entre las cuales brilla la
obediencia: "como stracci". Don Orione la vivió y la propuso
con insistencia como regla práctica de vida. Por ejemplo, a un joven que
quería seguirlo en la Pequeña Obra de la Divina Providencia, escribía
así.
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