Así,
arribaron a estas tierras comerciantes, industriales, técnicos,
operarios y hasta algunos artistas, pero la mayoría de los recién
llegados fueron agricultores que trajeron la cultura del duro trabajo
campesino.
Su presencia colmó los infinitos campos argentinos y
se convirtieron en los pilares fundamentales del progreso del país,
sobre todo en la primera mitad del siglo XX.
Su primer destino
fue Capital Federal y el -por entonces en formación- gran Buenos Aires.
La Boca del Riachuelo, se convirtió en un símbolo de esa nacionalidad a
tal punto que, en una oportunidad propusieron crear una república
independiente en ese sector de la capital argentina.
Las cartas
de los inmigrantes testimoniaron las pasiones, los ruegos, las luchas
cotidianas y los dramas encontrados y vividos lejos de casa. El dolor
mas frecuente que debían afrontar era la imposibilidad de comunicación
con sus familias y la nostalgia, que les daba duro y sin tregua
El inmigrante aprendía a convivir con los sentimientos de la melancolía
y la nostalgia. Se quedaba en el país huésped solo por necesidad de
tipo económico, pensando continuamente en el regreso a su patria, el
reencuentro con su familia, sus costumbres, los sabores y olores de su
tierra que tanto amaba.
La certeza del regreso aligeraba la
pena de la distancia, el recuerdo de todo lo ligado a sus orígenes,
permitía encontrar un poco de serenidad. El trabajo era visto como algo
externo a su vida y a su decisión, no se esperaba de él alguna
realización personal o gratificación, solo era algo temporáneo, como la
lontananza dall´Italia.
La inmigración era la única forma que
tenían estos hombres para mejorar sus condiciones de vida. La decisión
raramente era fruto de una libre elección, sabía que el precio que
debían pagar sería muy caro, pero afrontaron las dificultades con
coraje...y con la esperanza de regresar a la patria
Pero con el
pasar de los años, se determinaron algunos cambios: el inmigrante
comenzó a adaptarse al nuevo ambiente social, aprendió a convivir con
los diversos usos y costumbres, asimiló la lengua y ya no vivía más su
condición de inmigrante en forma negativa, al contrario, se empeñaba en
consolidar su integración para mejorar también su condición
Las
motivaciones que llevaron a los italianos a emigrar pueden ser
esquematizadas así: 1. Falta de trabajo; 2. Mejorar sus propias
condiciones económica y de vida; 3. Ofrecer un futuro mejor a sus hijos
Las dificultades encontradas: lingüísticas, de integración social y problemas para encontrar trabajo
Al inmigrante no le faltaba una red social, pero las personas que
frecuentaba eran por lo general italianos y provenían muchas veces de su
mismo pueblo. Si esto ayudaba a soportar la nostalgia de su patria, por
el otro lado, determinaba la formación de círculos cerrados.
Muy frecuentemente, el inmigrante sufría una pérdida de identidad, ya
que se encontraba frente a un claro dilema: conservar en forma
escrupulosa las costumbres de su país, o acostumbrarse a las nuevas,
sacrificando su propia identidad cultural
Los sentimientos con
los que llegaba a los nuevos países, eran contrastantes, por un lado
estaban las ganas de afincarse y hacer fortuna, para paliar la pobreza
sufrida en Italia, por el otro lado, estaba la nostalgia por todo lo que
pertenecía a su patria. El trabajo y los sacrificios hechos, con la
distancia cubrían de una pátina rosa que hacía parecer su vida en Italia
menos dura de lo que en realidad fue. Muchas veces, los inmigrantes se
quedaban el tiempo necesario para ganar un poco de dinero, de manera que
pudiesen arreglar la casa de sus padres y vivir decorosamente
Esta elección, generalmente, no coronaba los esfuerzos del inmigrante,
que extranjero en el país de emigración, se encontraba también
extranjero en su Patria, ya que la permanencia all´estero lo habían
transformado sutilmente, sin que se diese cuenta.
Por el
contrario, quien eligió establecerse definitivamente en el país elegido,
quedaba atado, no tanto a su país de origen, sino al recuerdo que tenía
de él. Un recuerdo cuyos contornos fue esfumando la nostalgia y la
sensación de abandono, que se volvía con el pasar de los años, en algo
cada vez más lindo.
“Cuando pisé tierra, me di vuelta a mirar
una vez más al Galileo, y el corazón se aceleró al decirle adiós, como
si fuese un rincón flotante de mi país que me había llevado hasta allá.
Ya no era más que un trazo negro en el horizonte del río
desmesurado…pero se veía todavía la bandera, que flameaba bajo el primer
rayo de sol americano, como un último saludo de Italia…que encomendaba a
la nueva tierra, sus hijos errantes.” (Fragmento de Edmundo De Amicis,
de su libro “Sull´oceano”, que cuenta su viaje en la nave Galileo, desde
Génova a Montevideo
No hay comentarios:
Publicar un comentario