 |
RICARDO GIL BARCELON |
 |
ANTONIO ARRUE PEIRO |
El P. Ricardo Gil Barcelón nació en Manzanera, en España, el 27 de octubre de 1873, en una familia noble y desahogada. Tan brillante en los estudios como en la música, gozaba de la vida cómodamente: caballos, entretenimientos, alegres compañías, mitos juveniles. Volvió a la casa paterna descontento de sí mismo, cansado de un mundo del que apenas había visto su superficialidad y probado su vanidad.
Tomó casi como un acto liberador la posibilidad de enrolarse en la artillería del ejército español empeñado entonces en las Filipinas en la lucha tanto contra los rebeldes de Mindanao como contra el incipiente imperio estadounidense. En un momento de gran peligro, rezó a la Virgen. La inexplicable liberación del peligro le hizo pensar en el Cielo. En la compañía de los militares para divertir, se puso a tocar la guitarra y a cantar. No quisieron que sus manos manejasen ya armas, sólo instrumentos musicales. El, inquieto, empezó a juntarlas para orar.
Entró con los dominicos, frecuentó la Pontificia Universidad de Manila suscitando admiración. Se ordenó sacerdote en 1904 con el porvenir asegurado: vice-bibliotecario de la universidad y capellán de la catedral. Sin embargo parecía faltarle algo para estar en paz. Volvió a España, desde allí salió hacia Italia, a pie, mendigando, ayudando a los pobres y visitando santuarios lugares de santos.
Madrugada del 4 de febrero de 1910. Un humilde sacerdote sale de la iglesia de "Sant'Anna dei Palafrenieri" en el Vaticano para iniciar una de sus jornadas, llena de fatigas entrelazadas con incesante oración.
Las iglesias están todavía cerradas; las calles desiertas; el viento mordaz sacude los residuos perezosos de la noche. A buen paso se encamina hacia la estación y llega, mientras la claridad del día va extendiéndose, a la avenida Vittorio Emanuele, cerca de la fuente de la "navicella", al lado de la calle. Este cura del norte mira alrededor, nunca saciado, fascinado por la grandeza cristiana de Roma, motivo de sentimientos y sincera oración. Delante de la nueva iglesia inclina la cabeza vertiendo una invocación a su querido San Felipe Neri, "Pippo bono", como también suele llamarle.
La vista se alza para contemplar fugazmente la magnífica fachada diseñada por Rughesi. De rodillas y casi encorvado sobre el peldaño delante del postigo aún cerrado, hay una masa negra, inmóvil. Una figura en actitud absorta y casi arrebatada. Don Orione - era él este cura del norte - se siente empujado a acercarse; tiene la impresión de que sea un sacerdote: sus manos juntas y una profunda piedad se lo hacen creer... Es de estatura superior a la media; el hábito y el sombrero están limpios pero muy pobres y desteñidos. Sin embargo hay en él algo que habla de candor y firmeza en la voluntad de bien.
"¿Quién eres?", pregunta Don Orione.
"¡Soy un hijo de la Divina Providencia!", responde el sacerdote.
"¡También yo soy hijo de la Divina Providencia! Pues entonces me perteneces un poco, sonríe Don Orione. Tengo una congregación cuyos miembros se llaman Hijos de la Divina Providencia".
El desconocido se levanta. Los dos sacerdotes se miran a los ojos: la sonrisa de Don Orione atrae, como un imán, la sonrisa del otro. Se ha entablado una amistad.
Se acompañan tranquilamente en la calle todavía silenciosa, atraídos por una inmediata y recíproca simpatía. Aceleran el paso porque es tarde para Don Orione que no puede permitirse el lujo de perder el tren: muchas cosas le esperan. Mientras hablan una atracción mayor vierte al corazón del desconocido seguridad y confianza que se resuelve en confidencia.
Es español, sacerdote. Ha venido a pie desde Valencia, en peregrinación de penitencia, para implorar a Dios que le enseñe el camino que debe seguir: necesita mucha luz interior. Hasta hoy no ha hecho otra cosa que vagar siguiendo un gran sueño de amor, de evangelización, de santidad.
"Vete a la Iglesia de Santa Ana, preséntate en nombre mío y espérame", concluye Don Orione. "Dios nos inspirará y la Santa Virgen nos llevará de la mano!".
De este modo el Padre Ricardo Gil entró en la órbita de Don Orione; y, ocurriendo todo aquello que había afirmado graciosa y proféticamente en aquella fría mañana de febrero, terminó como un Hijo de la Divina Providencia ,se encontró con Pío X. Había entendido por fin la fuente de su inquietud: la santidad y la caridad. Viajó con Don Orione a Mesina al tiempo de la reconstrucción de la ciudad después del terrible terremoto, y después durante 10 años en Cassano Ionio, en Calabria, custodio del santuario de la Virgen de la Cadena y de un grupito de huérfanos allí acogidos. Desde 1923 a 1927 en Roma, dividiendo su tiempo entre la colonia agrícola de Santa María, en Monte Mario, y la populosa Parroquia de "Ognisanti", fuera de la puerta de San Juan. Vuelto a Cassano Ionio por un breve periodo, tuvo que probar el cáliz amargo de una calumnia terrible que fue seguida de un mes de cárcel.
Viendo en él temple de pionero, en 1930, Don Orione envió al Padre Gil a España con la orden de abrir una avanzadilla de su joven Congregación. Empezó en extrema pobreza, a lo orionita: evangelio, obras de caridad y mucha confianza en la Divina Providencia. El Padre Ricardo encontró la paz interior porque sabía que con Don Orione podía dar los mejores frutos. Desde entonces, todo ha cambiado para el padre Ricardo.
Sin embargo, no sabía que el mejor fruto de su vida sería la palma del martirio.
.
La historia de uno de tantos sacerdotes, heroicos testigos de la fe y mártires durante la persecución religiosa en España en 1936, se inicia así, en las puertas del Vaticano.
Para España eran años llenos de desórdenes sociales terribles y de persecución religiosa. Cuando en julio de 1936 el huracán anarquista y comunista sacudió aquella región llenándola de desolación y muerte, el Padre Gil fue respetado hasta el final porque se ocupaba de los más pobres. Dos veces fueron a su casa los milicianos para eliminarle como a tantos otros. Dos veces se interpuso la gente del vecindario diciendo: "¡Es bueno, ayuda a los pobres, nuestros hijos comen porque está él!". La tercera vez, el 3 de agosto, cerraron la discusión: "¡Es precisamente a los buenos a los que buscamos nosotros!".
El 3 de agosto de 1936, fueron asesinados por odio a la fe, en Valencia (España), el padre Ricardo Gil Barcelón y el postulante Antonio Arrué Peiró. Se han proclamado bienaventurados el 20 de octubre de 2013 en Tarragona en España .
Un joven aspirante, Antonio Arrué Peiró, que no estaba en casa fue determinante la reunión con el padre Ricardo Gil. Se convirtió en benefactor de muchos pobres, necesitados de ayuda y de corazón que eran acogida en el pobre hostal que los dos aparcero en los márgenes de Valencia, ciudad que se convirtió en la capital de la República socialista y del odio anticristiano. Antonio esperaba ir a Tortona para el noviciado. No hizo a tiempo: hizo su profesión religiosa con el martirio, junto con el padre Ricardo, el 3 de agosto de 1936., vio el camión en el que habían hecho subir al Padre. No lo dudó un momento, corrió a su encuentro y quiso a toda costa permanecer con él. Fueron llevados juntos al Saler de Valencia. Fusilaron al Padre Gil que a la propuesta blasfema de gritar "¡viva la anarquía!" prefirió gritar "¡Viva Cristo Rey!". Antonio - según el relato de un guardia - al ver caer al Padre se arrojó a su lado para sostenerlo. Los guardias comunistas le fracturaron el cráneo con la culata del fusil.
Junto a algún centenar de sacerdotes, monjas y laicos, representantes de una gran lista, estos dos testimonios fueron encaminados hacia el honor de los altares.
"Once obispos, dieciséis mil sacerdotes asesinados y ni un solo apóstata. ¡Oh, si pudiese yo también, como tú, gritar con garganta desgarrada mi testimonio en el esplendor del mediodía! Decían que dormías, hermana España, pero dormías como quien finge el sueño. Y he aquí un interrogante, y he aquí de golpe esos dieciséis mil mártires. ¿De dónde me vienen tantos hijos?, exclama aquella que creían estéril". (Del poema de Paul Claudel, Mártires cristianos en tierra de España)
Sus historias de vida se cuentan en el libro "también ustedes beberán mi cáliz"
El contexto histórico ...
¿Por qué en la España católica ocurrió una violenta
persecución contra la Iglesia católica y el clero, sin ningún tipo de
escrúpulos, incluso en la cara de un testimonio de caridad? ...
Hay miles de víctimas
de la guerra civil en España (1936-1939). Hasta ahora, muchos estudiosos
profundizan este fenómeno para buscar la respuesta, para entender como en una
España católica se ha llegado a un ataque de esta magnitud contra los
católicos.
El fenómeno se
expresa no sólo en número sino también en la forma en que esta agresión: cruel,
feroz y bestial. Para algunos puede parecer - "bestial", los estudiosos de historia saben que no es
exagerado en absoluto. También es posible usar los términos más enérgicos para
describir las conductas que, además de la fuerte voluntad de matar a la gente,
sólo porque es Católica, tendiendo también a humillar en todo lo posible y sin escrúpulos.
Y no había ninguna acepción de personas. P. Ricardo Gil Barcelón y Antonio Arrué Peiró el primero un sacerdote, No les importaba que eran personas que vivían
en la pobreza y se ofreció a los más
necesitado exponiendo su propia vida
editado en español (Ed. Claret) y en italiano (Ed. Borla).
No hay comentarios:
Publicar un comentario