Don Orione no admitió que se hablara de
"Obra Don Orione", como por practicidad la gente comenzó a decir en
algunos lugares. Como en Voghera, por ejemplo. Intervino rápidamente el 23 de
octubre de 1938: “Lo que se ha hecho no es obra mía, no es obra de los
sacerdotes que me ayudan, sino obra de la Divina Providencia. No existe, no
debe haber ninguna “Obra de Don Orione”, pero existe la Pequeña Obra de la
Divina Providencia. Es la mano del Señor, la mano omnipotente de la Divina
Providencia que desde los primeros días ha venido guiándonos, ha venido
guiándonos y haciendo florecer las grandes obras del Señor en nuestras huellas
”(Palabra IX, 405).
SABÍAS ?
¿SABÍAS?MOVIMIENTO LAICAL ORIONITA BARRANQUERAS
SABES LO QUE SIGNIFICA MLO? SIGNIFICA MOVIMIENTO LAICAL ORIONITA
¿ Y SU ORIGEN? :
El MLO tiene su origen en Don Orione el cual durante toda su vida, ha comprometido a los laicos en su espíritu y misión para "sembrar y arar a Cristo en la sociedad".
¿Quiénes integran el movimiento?
Todos aquellos laicos que enraizados en el Evangelio, desean vivir y transmitir el carisma de Don Orione en el mundo...
¿Cuál es el fìn del MLO?
Es favorecer la irradiación espiritual de la Familia orionita, más allá de las fronteras visibles de la Pequeña Obra.¿Cómo lograr esto?
A través del acompañamiento, animación y formación en el carisma de sus miembros,respetando la historia y las formas de participaciòn de cada uno.
¿Te das cuenta? Si amás a Don Orione, si comulgás con su carisma, si te mueve a querer un mundo mejor, si ves en cada ser humano a Jesús, si ves esa humanidad dolorida y desamparada en tus ambientes, SOS UN LAICO ORIONITA.
El camino y las estructuras del MLO, se fueron consolidando en las naciones de presencia orionita. Al interno del MLO y con el estímulo de los Superiores Generales , se juzgó maduro y conveniente el reconocimiento canónico del MLO ... así fue solicitado como Asociación Pública de Fieles Laicos, ante la Congregación para la vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica (CIVCVSA) y fue aprobado el 20 de noviembre de 2012.
Y BARRANQUERAS, SABÉS DONDE QUEDA? en el continente americano, en América del Sur, en ARGENTINA, y es parte de la Provincia del CHACO.
Algunas de las imágenes que acompañan las diferentes entradas de este Blog pueden provenir de fuentes anónimas de la red y se desconoce su autoría. Si alguna de ellas tiene derechos reservados, o Ud. es el titular y quiere ser reconocido, o desea que sea quitada, contacte conmigo. Muchas gracias
viernes, 30 de diciembre de 2022
¡PORQUE PEQUEÑA OBRA DE LA DIVINA PROVIDENCIA?
jueves, 29 de diciembre de 2022
DANOS SEÑOR UN CORAZÓN COMO EL DE DON ORIONE
miércoles, 28 de diciembre de 2022
RECORDANDO A DON BIAGIO MEINERO
DON ORIONE NOS INVITA A SER CONSTRUCTORES DE ESPERANZA
En el telegrama enviado con motivo de la muerte de Don Orione, Pío XII lo define como "Padre de los pobres, insigne benefactor de la humanidad dolorida y abandonada".
Desde la historia ejemplar de Don Orione me gustaría tratar de hacer algunas indicaciones para aquellos que quieren ser, como él, "constructor de esperanza" hoy comprometiéndose a caminos de solidaridad y “caridad que sólo la caridad salvará al mundo".
"Toda acción seria y justa es esperanza en progreso... Nuestro trabajo da lugar a esperanza para nosotros y para los demás; pero es la gran esperanza basada en las promesas de Dios lo que, en los buenos y malos tiempos, nos da valor y guía nuestra acción", recordó Benedicto XVI en la encíclica Spe Salvi,n.35.
La esperanza verbal se combina con el acto del verbo auxiliar. Don Orione nos ofrece muchos ejemplos claros de creatividad y puntualidad en la atención a los más pobres y necesitados de su tiempo y formas concretas de ayuda, además de satisfacer una necesidad, de transmitir esperanza.
Entre las muchas páginas de la vida del "estratega dela caridad", la labor de rescate con motivo de los terremotos de Reggio y Messina ofrece muchas noticias sobre la acción de Don Orione, con indicaciones ricas en estímulos y pensamientos para nuestra acción de hoy. [1]
DON ORIONE EN LOS LUGARES DEL TERREMOTO
El terremoto calabro-siciliano de 1908 causó con su fuerza destructiva unas 80.000 muertes en la ciudad de Messina y 15.000 en Reggio Calabria.
Don Orione, después de haber oído las noticias en los periódicos, dejó inmediatamente Tortona, dejando sus frágiles instituciones en manos de sus colaboradores.
Dejó Tortona el 4 de enero para ir a Roma. Estuvo en el Vaticano, por direcciones, y el mismo día se fue a Calabria, donde llegó en la mañana del 6 de enero. En primer lugar, fue a Cassano Ionio para preparar con el obispo Mons. Pietro La Fontaine la recepción de los primeros huérfanos y para que se emitieron cartas encomiendas para las autoridades civiles y eclesiásticas de Reggio y Messina.
En la mañana del día 7 se encuentra en La marina de Catanzaro. Desde allí se dirige a Reggio, pero después de unos sesenta kilómetros el tren se detiene en Roccella Jonica. Desde aquí se desplaza 4 horas para llegar a la primera estación donde operaban los trenes, después de unos setenta kilómetros, el tren se detiene en Bova Marina y el viaje se interrumpe de nuevo. Los últimos 45 km., de Bova a Reggio, fueron los más problemáticos y sólo después de un día y una noche, Don Orione podría llegar a Reggio, el 9 de enero de la mañana.
Inmediatamente se dirige al palacio del arzobispo que encuentra derrumbado. Como sabemos, la Diócesis no tenía obispos -el arzobispo Portanova llevaba muerto unos meses- y todo se refiere al Vicario Mons. Dattola que le da la bienvenida con la exclamación entusiasta:"¡Alabado sea la Providencia de Dios!"
Don Orione se trasladó para ver el impresionante paisaje de la ciudad destruida. No había más calles ni edificios en pie. La gente vagaba inerte ante el shock y el dolor. Le escribe a Don Sterpi:"Aquí todas las iglesias destruidas.los Sacramento aún no han sido sacado de debajo de los escombros de la Catedral ni de ninguna otra iglesia. Ninguna ayuda ha llegado aquí hasta ahora, excepto la de los soldados... Hoy llueve. Las paredes y los truenos caen. Los temblores continúan. Me voy a Gioia Tauro esta noche. El lunes en el día estaré de vuelta en Reggio. Oren." [2]
Don Orione comenzó inmediatamente la agitada actividad en ayuda del pueblo de Calabria y luego, según la indicación de la Santa Sede, más permanentemente en Messina, donde será nombrado Vicario General de la Diócesis. En Reggio Calabria, Mons. Emilio Cottafavi encabezará la Delegación Pontificia, que tenía su sede en el barrio de Trabocchetto. Entre los dos nació una preciosa y beneficiosa amistad y colaboración.
Don Orione, que había llegado a los lugares del desastre, trabajó para recoger, ayudar y salvar a tantos huérfanos como fuera posible; Inicialmente colocó a 400 niños encomendándolos a la Santa Sede, de 600 a 1000 los dirigirá entre varios institutos en colaboración con el Patronato "Regina Elena", otros 600 en institutos de su confianza, otros todavía entre sus hogares en Tortona, SanRemo, Cuneo, Bra, Roma, Noto y Cassano Jonio.
Fundamental fue su conexión entre las obras de relieve laico, en particular del Patronato "Regina Elena", y la Santa Sede, en nombre de Pío X.
Del "Patronato Regina Elena", una institución humanitaria secular bajo la égida de la Casa Real y con la condesa Gabriella Spalletti Rasponi como Presidenta, Don Orione fue nombrado Vicepresidente para la coordinación del rescate de Messina.
El Papa Pío X quería que Don Orione permaneciera en los sitios del cataclismo incluso después de la heroica epopeya de los primeros auxilios para coordinar la reconstrucción y lo nombró Vicario General de la Diócesis de Messina. Era una cruz más que una gloria. "No me des el título de Monseñor, porque no lo soy, y nunca lo fui: era absurdo quería a cualquier precio darme por los Messines, tal vez por miedo, que sin ese título, su Curia sería deshonrada." [3]
En Messina permaneció más de tres años, hasta abril de 1912. Sabiendo en qué situación de dificultad y adversidad estaba Don Orione, Pío X dijo de él :"¡Es un mártir! ¡Es un mártir!"
En reconocimiento a su incansable actividad, el Ministro Secretario de Estado de Asuntos Interiores, Presidente del Consejo de Ministros, le otorgó un real decreto de 5 de junio de 1910 la Medalla de Plata y el diploma por "el trabajo que dio con motivo del terremoto del 28 de diciembre de 1908 en Calabria y Sicilia".
Como es bien sabido, Don Orione desplegó una preparación con caridad y eficiencia de rescate similares con motivo de otro terrible terremoto, del 13 de enero de 1915, que devastó toda la región de Marsica y donde los muertos representaban el 80% de la población y había unos 30.000.
Las palabras que Juan Pablo II dijo durante su visita a Marsica el 24 de marzo de 1984, recordando las obras del santo de la caridad bien pueden ser referidas también al pueblo de Reggio y Messina: "Nuestros pensamientos van a una de las figuras más brillantes que han permanecido en su memoria desde el terremoto de hace 70 años: Luis Orione. Este humilde y pobre sacerdote, intrépido e incansable, se convirtió para vosotros en un testimonio vivo del amor de Dios por vosotros.
Dejando a los demás la reconstrucción histórica más directa de la epopeya del rescate de Don Orione a los terremotos, [4] quiero acercar esta página de la historia con una pregunta muy específica: ¿qué indicaciones podemos derivar para nuestra forma de experimentar la solidaridad hoy?
¿Qué lecciones podemos tomar de Don Orione para ser constructores de esperanza hoy en día, en una sociedad que hace alarde de solidez y seguridad, pero también de muchos signos de colapso, escombros, fragmentación y desolación?martes, 27 de diciembre de 2022
EL SANTO DE LO IMPREVISTO EN AYUDA A SACERDOTES EN PROBLEMAS
NOS HABLA DEL GRAN APOYO DE DON ORIONE, AL EXCOMULGADO BONAIUTI
En la madrugada del 28 de diciembre de 1908 un terremoto destruye completamente la ciudad de Messina. A los que se han salvado les quedan sólo las ruinas. Don Orione sube al tren que va a Messina el 4 de enero de 1909. Se lanza sin reservas en medio de esas ruinas de desesperación. Los que tuvieron que ver con él en aquellos tiempos concuerdan en que, si no se le ha visto allí, en medio de la desolación, no es posible comprender quién es don Orione. Pero entre los escombros de ese terremoto se encontró pronto envuelto en los percances de otra tormenta. En 1907 la Iglesia con la encíclica Pascendi de Pío X y el decreto Lamentabili del Santo Oficio, había condenado el modernismo. En marzo de 1909 se constituye la “Asociación nacional para los intereses del Sur”, con el fin de ayudar a las poblaciones afectadas por el terremoto. Forman parte también muchos modernistas, especialmente los que se reúnen en torno a la revista lombarda Il Rinnovamento, excomulgada por la autoridad eclesiástica. Estaban Aiace Alfieri, Antonio Fogazzaro, cuya novela Il Santo estaba en el índice, y otros exponentes del pensamiento católico liberal, como el doctor literato Tommaso Gallarati-Scotti. Don Orione, ni hecho adrede, los conocía a todos. A unos muy de cerca. Y allí en Messina pudo tratarlos y manifestar su estima y su apoyo. No eran estos los únicos modernistas con los que mantenía relaciones. Una amistad fraternal lo unía a muchos sacerdotes que habían incurrido en varios procedimientos eclesiásticos por sus ideas modernistas: Romolo Murri, don Brizio Casciola, el padre Giovanni Genocchi, el padre Giovanni Semeria, el padre Giovanni Minozzi, don Ernesto Buonaiuti.
Algunos eran amigos suyos desde hacía años. En 1904 escribía a Romolo Murri pidiéndole un artículo para su revista La Madonna: «Me tienes que escribir algo bonito, lleno de tu fe y que te salga del alma: me gustaría que fuera algo como “la Virgen y la democracia”, o en ese sentido; mira que es un terreno muy vasto, lleno de luz y por explorar. ¡Será tu homenaje de este año a la Virgen!». En febrero de 1905, mientras estaba pensando en una obra en favor de los menores de edad que habían salido de la cárcel, le escribía a don Brizio Casciola: «Tú me ayudarás mucho; Semeria, Murri, todos tenéis que ayudarme mucho…».Pero hay que imaginarse el clima de caza de brujas que se había instaurado después de la Pascendi, y sobre todo después de la introducción del juramento antimodernista entre los sacerdotes y la institución de las comisiones diocesanas de vigilancia sobre la ortodoxia doctrinal.
En aquellos años, la sospecha equivalía ya a una condena. Los llamados «zuavos con sotana», los cortadores de cabezas de los modernistas más radicales para entendernos, no se andaban con chiquitas y manejaban la pluma como una espada, mojándola a menudo y con gusto en el veneno. Así pasó con don Orione. Monseñor D’Arrigo, arzobispo de Messina escribió una carta acusatoria que llegó a las manos del cardenal De Lai, prefecto del Santo Oficio.
La carta, en la que se define al cura de
Tortona «hombre de media conciencia que se acomoda a todos», fue leída por Pío
X que invitó a don Orione a presentarse. Cuando Pío X tuvo a sus pies al
“extraño cura” se conmovió. Y por respuesta quiso sellar su confianza
nombrándole vicario general de la diócesis de Messina, cosa que dejó
petrificado al pobre don Orione, para quien el cargo iba a significar tres años
de infierno en las calderas de los celos clericales. Además, el autor de la
Pascendi le dejó completa libertad de acción en las relaciones con los
modernistas.
Con el nombramiento, este sacerdote bien conocido por su ortodoxia y fidelidad papal, corre el peligro de que ciertos modernistas lo vean como alguien rígido, alguien que trata de convertirlos, un inoportuno. En cambio, no. Lo consideran auténtico, leal. E incluso buscan su relación fraternal, no dudando en poner sus dificultades en sus manos, y hasta aconsejan a otros que se dirijan a él. Escribe a Murri después de la suspensión a divinis: «Te beso los pies y las manos benditas… No nos veremos pronto, pero te abriré el camino; estaré a tu lado y estaré siempre contigo ante Dios». Y ahí lo tenemos dispuesto a ayudar con discreción a cicatrizar heridas, a hacer de puente. Un punto de referencia, querido y buscado, por muchos sacerdotes al límite, en la cuerda floja, suspendidos a divinis, excomulgados y pluriexcomulgados. La correspondencia entre estos personajes evidencia la estima, el apoyo perseverante y los matices de delicadeza que tuvo don Orione con ellos, y viceversa. Testimonia Gallarati-Scotti: «He de decir que quizá la única persona que fue generosa y comprensiva con quien podía tener momentos de duda y de tormento, respecto a ciertos problemas críticos, en aquel momento, fue don Orione […]. Sentía esta necesidad de conciliar, pero de conciliar no en la confusión, como otros hubieran querido, sino en una distinción amorosa, en un calor de amor auténtico y de ferviente conciencia que es, al fin y al cabo, todo lo que es de verdad bueno y todo lo que tiene un reflejo de Dios, aunque a veces está aparentemente lejos de Dios.
Hay algo en el alma humana que responde al toque del santo, porque está en lo profundo y muy escondido, pero vibra cuando siente la voz de esta caridad que habla. Esta es la primera gran experiencia que tuve de él y que nunca olvidaré» .Tampoco Ernesto Buonaiuti lo olvidó nunca: «Mi querido amigo», escribe a don Orione, «el recuerdo de las palabras que me dijiste, en horas inolvidables, sigue vivo y florece en mi corazón… Tengo siempre sed de tu recuerdo. Reza por mí, mi queridísimo amigo». Buonaiuti vivió hasta el final su condición de excomulgado vitandus. Recuerda un testigo: «Buonaiuti decía que don Orione no había dejado nunca de quererle, que le había dicho que creía en su buena fe y que estaba seguro de que en el último momento de su vida se salvaría. Estas garantías, en aquella alma desgarrada, eran el mayor consuelo de su vida». Don Orione estuvo siempre a su lado. Cuando le llegó la noticia de que había sido excomulgado vitandus, excomunión que fue acelerada por la intervención del padre Agostino Gemelli, comentó en una carta al senador Schiapparelli la extrema decisión con estas palabras: «Quizá el padre Gemelli no era la persona más indicada para tratar con él. […] Y, además, no es tanto la cultura lo que conquista y abre el ánimo: se requería un hombre de corazón, que a la cultura y al corazón hubiera añadido humildad de espíritu, sinceridad y la ciencia de Jesucristo […] No hace falta el silogismo, sino la caridad de Jesucristo y la gracia del Señor sobre todo». E hizo de todo para defenderlo, para permitir su reinserción en el sacerdocio, implicando en esta ayuda a un grandísimo amigo suyo: el padre jesuita Felice Cappello, el “confesor de Roma”.
Foto. Don Orione a bordo de la nave Conte
Grande viaja hacia Argentina en septiembre de 1934
lunes, 26 de diciembre de 2022
QUIEN PASA Y QUIEN QUEDA
Navidad de 1920.
Saludo natalicio a los benefactores:
Había una vez un rey, un rey potente y prepotente,
quien, a la cabeza de las hordas mongólicas, salió de los confines del reino y
entró en los países vecinos, pasando a hierro y fuego aldeas y ciudades y
llevando consigo esclavos a los pobladores que su masacre no había podido
masacrar; ante su presencia, huían hasta las bestias; tras él no dejaba más que
sangre, ruinas y muerte.
Hizo esculpir sus gestas en las rocas de los montes,
para que su nombre y fama infundieran terror también a las generaciones por
venir. Cuando sintió que se aproximaba a su fin, se hizo construir un gran
mausoleo, destinado a ser su tumba eterna; las piedras eran colosales,
verdaderos bloques de durísimo pedernal, excavados en el seno de montañas
gigantes. Quiso que su cuerpo fuera embalsamado con esencias preciosas, para
que la muerte no lo tocase; los siglos lo debían ver pasar inalterado,
invulnerable también ante la muerte.
Ordenó además que en el puño le pusieran su daga y en
el brazo el escudo y que le calaran la visera sobre la frente soberbia y fiera,
terrible y espantoso aun muerto.
Pero su nombre no perdura entre nosotros más que en
algún diccionario, en los viejos y polvorientos libros de historia, papeles
inútiles para nuestros estudiantes.
Quien lee su nombre, si por casualidad lo encuentra,
se pregunta, como se preguntaba el Don Abbondio manzoniano de Carnéades: ¿quién
era éste?
Su nombre ya no vive entre nosotros: ¡Gengis khan!
Aunque oigamos hablar de él, uno de los más grandes conquistadores del mundo,
nuestro rostro no se ilumina y nuestro corazón no late.
Las lluvias y las intemperies han destruído hasta la
última piedra de su monumento, y los más tenaces arqueólogos han buscado en
vano entre las ruinas la tumba ya inexistente del terrible mongol.
La arena del desierto ha borrado sus rostros y el ala
vengadora del tiempo ha destruído su nombre, si bien estuvo gravado en la
piedra viva de aquellos mundos que vieron pasar al triunfador, que oyeron
retumbar los valles a los gritos de sus asaltos salvajes y la tierra temblar y
gemir bajo el pie de su elefante.
* * *
Pero una vez hubo otro rey, un rey suave y más que rey
y señor, padre dulce de su pueblo. No tenía soldados y no los quiso tener
nunca. No derramó la sangre de nadie, no quemó la casa de nadie. No quiso que
su nombre estuviera grabado en las rocas de los montes sino en el corazón de
los hombres. Un rey que no hizo mal a nadie y sí bien a todos, como la luz del
sol que da sobre los buenos y sobre los malos. Extendió la mano a los
pecadores, fue a su encuentro, se sentó y comió con ellos, para inspirarles
confianza, para rescatarlos de sus pasiones, de los vicios y, una vez
rehabilitados, encaminarlos hacia la vida honesta, el bien, la virtud.
Pasó dulcemente la mano sobre la frente febril de los
enfermos y los sanó de toda debilidad. Tocó los ojos de los ciegos de
nacimiento y éstos vieron, ¡y vieron en él al Señor! Tocó los labios de los
mudos, y hablaron ¡y bendijeron en él al Señor! A los
sordos les dijo: “¡Oíd!” y oyeron; a los leprosos y a los desechos de la
sociedad les dijo: “Quiero limpiarlos” y la lepra cayó como escamas y quedaron limpios.
Llevó al tugurio la luz del consuelo y evangelizó a los pobres, viviendo en el
pueblo más mísero de Palestina.
No buscó entre los grandes a quien lo siguiera ni
exaltó a los potentes de la inteligencia, del brazo o de la riqueza, sino a los
humildes y a los pobrecitos, paupérrimo también él. “Los zorros tienen su cueva
y los pájaros el nido, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde posar su cabeza”.
Vivía frugalmente, habituando a sus seguidores a la disciplina de la mortificación,
de la oración, del trabajo, para fortalecerlos en la vida del espíritu. Se
mortificó, rezó, trabajó largamente, santificando así, con sus manos y con su
vida, el trabajo.
De aspecto simple, amaba la pureza, reacia a cualquier
adorno; era tal la santidad de su vida y de su doctrina, que hubiera bastado
para demostrar que era el enviado de Dios. Sus ojos y su frente estaban
iluminados por tanta beatitud celestial que ninguna persona honesta podía
sentirse infeliz después de haber visto su rostro.
A quien le preguntaba cómo había que vivir, respondía:
“Amad a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a vosotros mismos;
desprendeos de lo superfluo para darlo a los pobres y si queréis ser perfectos
renegad de vosotros mismos, abrazad vuestra cruz y venid, ¡seguidme!”.
A la muchedumbre que lo rodeaba para escucharlo o
porque una estupenda virtud curativa emanaba de Él, le decía palabras de
sobrehumana dulzura y de vida eterna: “Os doy un nuevo mandamiento: amaos
recíprocamente en el Señor y haced el bien a quien os hace el mal”.
De los niños dijo que sus ángeles ven siempre el
rostro de Dios y que será bienaventurado aquél que sea siempre niño en su
corazón, que sea puro como los niños. Bendijo la inocencia y amó a los niños
con un amor altísimo y divino, tanto que gritó, si bien nunca alzaba la voz:
“¡Ay de aquellos que escandalicen a los inocentes...!”
Multiplicó el pan, pero no para sí sino para las
muchedumbres. No hizo llorar a nadie; lloró El por todos, y lloró sangre. Secó
las lágrimas de muchos y de muchas almas perdidas.
Dijo a los cadáveres: “¡Levantaos!” y a esa voz
omnipotente la muerte fue vencida, los muertos resucitaron a nueva vida. Tenía
para todos una palabra de perdón y de paz; a todos infundió un soplo de caridad
restauradora, un rayo vivificante de luz, superior, divina.
Inicuamente perseguido y traicionado, aun en la cruz
invocó del Padre celestial, con gran voz, el perdón para los bárbaros que lo
habían crucificado. El, que había hecho volver a poner la espada de Pedro en la
vaina, que no había derramado la sangre de nadie, quiso dar toda su sangre
divina y su vida por los hombres, sin distinción de judío, de griego, de romano
o de bárbaro: ¡verdadero rey de paz, Dios, Padre, Redentor de todos!
Quiso morir con los brazos abiertos, entre el cielo y
la tierra, llamando a todos –ángeles y hombres– a su Corazón abierto,
desgarrado, anhelando abrazar y salvar en ese Corazón divino a todos, todos, todos:
¡Dios, Padre, Redentor de todo y de todos!
No, Jesús no quiso construir un monumento fúnebre,
como Gengis Khan, como los antiguos reyes; sin embargo, por todas partes se ve
levantarse al cielo, en las grandes ciudades y en los pequeños pueblos, una
casa consagrada a su memoria; aun allí donde no hay moradas humanas, en las
nieves eternas, se alza la capilla –tal vez una pobre choza muy parecida a la
gruta de Belén–, y sobre ella,
solitaria, hay una Cruz que recuerda la obra de amor y de inmolación de
Jesucristo Nuestro Señor. ¡Esa Cruz habla a los corazones del Evangelio, de
la paz, de la misericordia de Dios hacia los
hombres...!
¡No me vencieron sus milagros ni su resurrección, sino
su Caridad, esa Caridad que ha vencido al mundo!
* * *