Por P. Facundo Mela fdp para Revista Don Orione
El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas”. (Mt 13,31-32).
A fines de abril de 1935, para ser más precisos un día 28, se colocaba la piedra fundamental del Cottolengo de Claypole. Como la pequeña semilla de la parábola, confiado “en la Divina Providencia y en el corazón magnánimo de los argentinos”, se sembraba la caridad a las afueras de la Ciudad de Buenos Aires, en una lejana zona rural.
A simple vista esta iniciativa era una verdadera locura. Una casa de caridad en medio del campo, cerca de una estación de trenes perdida, donde vivían sólo unas pocas familias, donde “terminaba la civilización”. Los destinatarios de la misma eran las personas con discapacidad, en ese entonces totalmente marginadas, ocultas, abandonadas y olvidadas.
Don Orione, en cambio, como hombre de Dios, miró con ojos de fe ese lugar. Mientras muchos veían la nada, él vio nacer una “Ciudad de la Caridad”, un hogar para los desamparados.
Esa Piedra Fundamental era una semilla, un germen de esperanza. Por ello, el “padre de los pobres”, decía del Cottolengo:
Él es, por ahora, como un pequeño grano de mostaza, al cual bastará la bendición del Señor para llegar a ser un día en un árbol corpulento, sobre cuyas ramas se posarán los pajarillos. (Mt. cap. 13)
Los pajarillos, en este caso, son los pobres más abandonados, nuestros hermanos y nuestros amos.
Así definía Don Orione el sentido del Pequeño Cottolengo:
"Es una obra que toma vida y espíritu de la caridad de Cristo, y su nombre de San José Benito Cottolengo, que fue apóstol y padre de los pobres más desdichados... Es una familia edificada sobre la fe que vive del fruto de un amor inextinguible. En el Pequeño Cottolengo se vive alegremente; se reza, se trabaja en la medida que lo permiten las fuerzas; se ama a Dios, se ama y se sirve a los pobres. En los abandonados se ve y se sirve a Cristo en santa alegría. ¿Quién puede ser más feliz que nosotros?"
Don Orione concibió la obra del Pequeño Cottolengo como un auténtico proyecto de inclusión social, con la profunda convicción que no podía haber personas desechables, ni vidas sobrantes. Por eso, para todo aquel que se acercara, la única pregunta válida que se le podía hacer era acerca de su dolor. Nada más. Pasaron muchos años, y a pesar de tantos adelantos en la humanidad, aún persisten y aumentan los mecanismos sociales y económicos que discapacitan y excluyen. No se trata de un problema únicamente ligado a la salud, sino de una gran carencia social que, además, hace que las personas con discapacidad experimenten la pobreza, la ausencia de oportunidades, la dependencia y el desamparo.
El Pequeño Cottolengo, tal como lo anhelaba el Fundador, quiere ser "faro de civilización", luz testimonial en la construcción de un mundo más justo e incluyente.
Al mismo tiempo, es espíritu de familia, respuesta humana y cristiana para muchas personas necesitadas de un espacio existencial, capaz de dignificar y devolver humanidad.