URUGUAY: testimonio de una voluntaria del Pequeño Cottolengo que conoció a Don Orione
Sería el año 1936, la fecha no la tengo bien clara; yo tenía 11 años.
Mis padres tenían casa de veraneo en el Balneario La Floresta, y pasábamos largas temporadas en época de vacaciones del colegio.
Las calles del Balneario eran de pinocha y sólo la avenida principal tenía pedregullo, nos conocíamos todos los pocos pobladores de esa época.
Una tarde, en una esquina estaba reunido un grupo de 10 ó 12 personas escuchando lo que hablaba Don Orione.
En ese momento yo no sabía quién era Don Orione, para mí era un sacerdote más, de los muchos amigos de mi padre que siempre venían a casa. Con el tiempo me di cuenta de que su presencia en el Balneario era motivo de reunión en el lugar que él estuviera, todos querían estar a su lado, seguramente estaba de paso, para su Fundación del pueblito de la estación Floresta
Yo estaba al lado de mi madre. Lo recuerdo como un sacerdote de sotana negra, no muy alto, de cutis blanco y pelo muy cortito color gris, hablando un mal español, más bien todo italiano, en determinado momento nos repartió estampas a todos, con unas poquitas que sacó del bolsillo de su sotana, y guardó nuevamente estampas en su bolsillo, todos quedaron muy impresionados y decían que era imposible dar a todos una estampa y guardar más , todos comentaban que era un milagro ( yo tengo guardada de recuerdo esa estampa con la imagen de San José Benito Cottolengo escrita con letra de mi madre , que falleció en 1938 )
La estampa la guardé todos éstos años como una reliquia, me recuerda a mi madre que perdí cuando era chica, era para mí un papel importante que había estado en sus manos y ella había escrito algo, con el tiempo también me di cuenta de que era un recuerdo imborrable de ¡un Santo, que yo no había sabido conocer en su momento!
Nosotros en Semana Santa y en familia, íbamos a Misa a la Capilla de la Virgen de las Flores, en el pueblito de la estación del ferrocarril, La Floresta, íbamos en un trencito de trocha angosta tirado por un caballo, que circulaba desde la playa en un camino paralelo a la carretera; recuerdo que el muchacho que llevaba las riendas del caballo se llamaba Bocha.
En esa capilla, conocí a los padres: Castagnetti y Dondero. Uno de ellos muy flaco, esquelético, hablando mal español, nos contó que había sido soldado de la guerra europea (1914?) y estando tirado en el campo de batalla con otros heridos, prometió que si se salvaba se haría sacerdote.
También había dos Hermanos ermitaños, vestidos con sotana gris con capucha, enorme barba , sandalias de cuero, que trabajaban el campo y en Semana Santa cantaban en la Misa, y las letanías de los santos todo en latín en aquella época, era una maravilla escucharlos!
También muchas veces le escuché contar a mi padre, Julio F. Carrau, que Don Orione quiso instalarse en Montevideo con la institución del Cottolengo, y Monseñor Juan Francisco Aragone, el Obispo de Montevideo en ese momento, le negó el permiso. Don Orione dijo: “él no recibe al Cottolengo y el Cottolengo lo va a recibir a él”.
Todavía suenan en mí esas palabras, tan comentadas en mi casa, que con muchísimo respeto, ese comentario de Don Orione, resultó cierto pocos años después.
Años más tarde, ocurrió que la persona en quien Mons. Aragone tenía toda su confianza como administrador, que era su mano derecha, resultó ser un estafador, y se jugaba los dineros de la Curia en las carreras de caballos; fue así que se sorprendieron un día con que la Curia sólo tenía deudas en lugar de dinero. Cuando se descubrió la estafa, Monseñor Aragone renunció a todos sus poderes, y luego de buscar asilo en otras Congregaciones finalmente se refugió hasta su muerte en el Cottolengo de Claypole, en la Argentina, como lo había pronosticado Don Orione.
También contaba mi padre, que pasando en auto Don Orione, por la calle Minas casi Canelones de Montevideo (calle que rodea al Convento de los Capuchinos) señalando con la mano la ventana del primer piso, dijo: “de ahí saldrá el próximo Obispo de Montevideo” ; y realmente fue así, al nombrar el Santo Padre a Monseñor Barbieri (Capuchino).
Estos relatos que me recuerdan mi niñez, me hacen feliz, al comprobar que, sin darme cuenta, tuve la oportunidad de conocer a un Santo.
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