¡Caridad! ¡Caridad!
¡Caridad!
Nada hay más acepto
a Jesucristo, nada más preciado, que la caridad fraterna; de donde se sigue,
queridos míos, que debemos emplearnos a fondo para conservarla y acrecentarla,
en nosotros mismos y en
La caridad, dice San Pablo, es paciente
y benigna, es suave y dulce,
Compadece los defectos ajenos, y apenas puede, los cubre con un manto de amor. Interpreta las palabras y acciones del modo más favorable: excluye cualquier forma de egoísmo, se siente feliz de obrar el bien en toda forma. La caridad de Cristo es universal y abraza el cielo y la tierra.
Es animosa hasta la audacia, pero delicadísima; todo lo puede y prevalece por
sobre todas las cosas. La caridad es sencilla y límpida, no se enturbia jamás;
no se hincha, no busca su propio provecho, no se exaspera jamás, se inclina a
los pies de todos y se eleva hasta el corazón y penetra al corazón de todos. La
caridad no mira con malos ojos, no tiene espíritu de discusión, no sabe de
"peros" ni de "si...": no tiene espíritu de contradicción,
de censura, de crítica, de murmuración: de todo esto la caridad no quiere ni
oír hablar. La caridad tiene siempre rostro sereno como sereno es su espíritu,
es tranquila, y cuando habla jamás levanta la voz. La caridad no es perezosa,
sino activa y laboriosísima, y trabaja en silencio. Tiene una característica
propia y totalmente suya: está siempre alegre y contenta de todo, hasta de los
palos y las injurias, y las calumnias más humillantes: la caridad encuentra
"su perfecta alegría" en el nudoso bastón de que hablaba San Francisco,
en el desprecio y en las humillaciones más indignas".
La caridad no se desanima ante las
dificultades, pues confía en Dios; Dios mismo es ‘su porción y el cáliz de su
herencia’597. Por su confianza en el Señor, por su paciencia, con el tiempo,
sabe esperar los momentos y las horas de Dios y mantener la esperanza en el
éxito de toda santa empresa.
La caridad prefiere
la sencillez de la paloma a la desconfianza de la serpiente; y no quiere saber
nada de serpientes.[cfr. Mt 10,16]
La caridad está
abierta a todo bien, venga de donde viniere; ella es sabia, pero quiere en su
humildad aprender de todos; confía siempre en el Señor y en la bondad -poca o
mucha- que sabe descubrir en el corazón de los más alejados de la caridad.
Su pasión no quema
ni quiebra; es discreta y secundum scientiam, porque conoce las limitaciones y
debilidades humanas y las sabe comprender: sabe, en efecto, qué difícil es
hallar seres humanos sin imperfecciones.
La caridad no hace
nada inconveniente, tampoco se inquieta, ni tiene en cuenta las injurias que se
le hacen; vence al mal con el bien. No se complace en la injusticia, sino que
se siente feliz cada vez que puede alegrarse con la verdad. Lo perdona todo, lo
espera todo, lo soporta todo. Ora, sufre, calla, adora, ¡jamás desfallece!
La caridad no
conoce arbitrariedad ni dureza, encuentra su felicidad en propagar a su
alrededor e irradiar bondad, mansedumbre, delicadeza. Sólo desea una cosa:
inmolarse enteramente para lograr la felicidad y la salvación de los demás,
para gloria de Dios.
Toda ciencia humana
es insulsa, si la caridad no le da sabor mediante el amor a Dios y al prójimo:
sin ella, scientia inflat. Primero caridad y luego ciencia, hijos míos, pues
ésta destruetur, pero aquella jamás sucumbe y permanecerá eternamente. La
caridad, y sólo la caridad es la que salvará al mundo. ¡Dichosos los que
reciban la gracia de ser víctimas de la caridad!
Hermanos e hijos,
amemos a Dios hasta hacer de nosotros una hostia, un holocausto de caridad y
amémonos mucho en el Señor, que ha dicho: «Yo los he amado... ámense» (Jn 15,
1-2).
El gran secreto de
la santidad consiste en amar mucho al Señor y a los Hermanos en el Señor. Los
santos son cálices de amor a Dios y a sus Hermanos. Amar a Jesús, amarnos en
Jesús: trabajar para que sea amado Jesús y su santo Vicario, el Papa. ¡Orar,
trabajar, padecer, callar, amar, vivir y morir de amor a Jesús, al Papa y a las
almas!
Queridos míos,
Y
La caridad está totalmente volcada al bien de
San Pablo dejó escrito: «La fe, la esperanza,
la caridad: la mayor de las tres, es la caridad». Busquemos entonces, con
ardor, la caridad.
De «Strenna natalizia» del 1934,
Lettere II, 144-149.
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